Los machuchones de la ciencia (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas
Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

Los machuchones de la ciencia

En alusión a las muchas críticas por las decisiones tomadas en el Conacyt, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo hace unos días que “hay toda una campaña”, porque “están muy molestos algunos del Conacyt, los machuchones […] Se siente desplazados”. Nada que no se sepa: en la academia, la ciencia y la cultura hay privilegios, sí, por supuesto, pero que su erradicación signifique acabar, o al menos limitar, con el trabajo de miles de científicos y estudiantes hay una enorme diferencia. Hasta el momento, la política en materia de ciencia y tecnología del gobierno impulsor de la cuarta transformación se ha mostrado miope e insensible, por decir lo menos.

Después de los excesos de la gestión del doctor Enrique Cabrero en Conacyt (anterior director), paralelos a los de EPN al frente del gobierno federal, es perfectamente comprensible -y necesario- poner freno al dispendio y la fatuidad en la principal institución de ciencia y tecnología del país; incluso a la luz del magro balance entre los recursos canalizados a las Instituciones Públicas de Educación Superior (IPES) y los resultados obtenidos estimados en patentes, artículos científicos, estudiantes de posgrado de alta relevancia formados y, sobre todo, en la aportación a la resolución de los complejos problemas del país, se entiende bien la necesidad de dar un golpe de timón a la conducción de la política pública en materia de ciencia y tecnología. Los argumentos para ajustar los presupuestos en el Conacyt son sólidos, más no irrefutables. Para decirlo en términos coloquiales y muy de AMLO: los machuchones de la ciencia no tienen cabida en la perspectiva de la 4T.

De allí que no se justifique que los nombramientos en cargos en la institución hayan respondido a criterios de otra índole que no sean los estrictamente académicos y profesionales. No dudo de los méritos en campaña electoral de la señorita diseñadora de modas, o de los conectes del joven estudiante de comunicación, pero de allí a ocupar puestos directivos en Conacyt hay una gran distancia. Aunque se haya reculado en tales decisiones, la afrenta es inocultable: la huella del error está ahí, irritante e injustificable, a pesar de haber levantado el pie con evidente premura y temblorina acusatoria. La comunidad científica del país, forjada en el escrutinio y la evaluación constante, no iba a permanecer pasible ante tales nombramientos. Qué bueno que hubo crítica y qué bueno que se hicieron los cambios demandados, pero eso no significa que no haya serias dudas sobre la capacidad de conducción del Conacyt en manos de la doctora Álvarez-Buylla.

Más allá de los escándalos suscitados por los nombramientos en Conacyt (y las posteriores correcciones), lo que alerta es que no se aprecia una consistente política de Estado en materia de ciencia y tecnología. Ir en contra de los machuchones (y machuchonas) no tendría porqué significar la anulación de los programas que han demostrado relevancia. Por ejemplo, las becas al extranjero para estudiantes de posgrado (e incluso de licenciatura) no sólo no deberían limitarse sino deberían ampliar al doble, al triple, al cuádruple su cobertura. Concebir esos recursos como gasto y no como inversión, no sólo es absurdo sino incluso va en contra de las tendencias globales en la producción, distribución y aplicación del conocimiento. Necesitamos que nuestros estudiantes vayan a las principales universidades y centros de investigación del mundo a aprender los conocimientos de punta en ciencia, tecnología, humanismo, arte, etc., a fin de contribuir a la resolución de los muchos y complejos problemas del país. Permanecer en las aulas, talleres y laboratorios de nuestro mexicano domicilio es perjudicial tanto para los académicos y académicas implicadas, como sobre todo para el país.

No todos los científicos son machuchones, por el contrario, me atrevo a afirmar que la mayoría son trabajadores relativamente bien pagados en comparación con los salarios promedio en el país (no así en una escala internacional), que realizan su trabajo en condiciones de gran precariedad y aportando de su bolsillo a sus proyectos por puro amor a la ciencia, por compromiso con sus estudiantes, por convicción o por conveniencia. No conozco ningún estudio en México que haya estimado la aportación económica de la comunidad científica a sus respectivas investigaciones, pero desde luego no es menor: pago de renta de locales y oficinas, de teléfono e internet, de gastos de trabajo de campo, de bibliografía (frecuentemente fotocopias de libros y artículos comprados con el salario del investigador), de viáticos y pasajes, de reactivos y otros insumos indispensables para la investigación. Insisto, no conozco ningún estudio en nuestro país que haya estimado las subvenciones que cada académico hace en lo particular, o como cuerpo académico o grupo de investigación, a sus investigaciones.

Por la experiencia de mis colegas en la UV (y la mía), en la UNAM, la UAM y otras instituciones de educación superior, no es un asunto menor: es altamente probable que sean millones de pesos que mes con mes, quincena con quincena, salen de los bolsillos de las y los investigadores para cubrir necesidades de sus proyectos que no están contempladas en los financiamientos, o que son tan complicadas de justificar bajo los criterios de la burocracia científica que es más sencillo pagarlos de su propia bolsa. En otras palabras: sin el subsidio a la investigación por parte de las y los investigadores, no habría ciencia en México. Lo digo de forma contundente, a manera de hipótesis, puesto que no tengo datos que me permitan fundamentar este postulado.

Los machuchones y machuchonas de la ciencia en México existen, sí, desde luego. Pero no se va a acabar con esa casta intelectualmente divina aniquilando el quehacer de miles de científicos, investigadores, divulgadores de la ciencia y profesores de a pie (muy mal pagados), que son los que dan vida a la actividad académica en el país. Podríamos iniciar un cambio mínimo quizás pero muy importante revisando cosas muy puntuales: los salarios de las y los rectores, los de los funcionarios y funcionarias de primer, segundo y tercer nivel de las IPES. Podríamos iniciar un cambio, nimio quizás pero simbólicamente muy importante, analizando las diferencias en las cuotas de viáticos de los funcionarios universitarios (hoteles, comidas, transportes) con respecto a las y los académicos. ¿Por qué un funcionario universitario tiene acceso a un cuarto de hotel de mayor precio que un académico sin cargo en la estructura? ¿Por qué un funcionario tiene más viáticos para comidas que el científico que presenta una ponencia en el congreso al que el funcionario va en calidad de invitado cortalistones?

Si la cuarta transformación es coherente con sus principios, no debería temer a los actores del quehacer científico en el país. No son machuchones ni machuchonas, son profesionales de la ciencia, el arte y la cultura que se han partido el alma en su trabajo desde hace muchos años. Y en gran medida, son quienes sostienen al país.

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