“Los derechos son conquistas, no privilegios”

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Los derechos son conquistas, no privilegios, y la revolución feminista, como dice Silvia Federici, aún está inacabada. La actual lucha por lograr la despenalización del aborto en nuestro país es una de las apuestas más grandes de la emergencia contemporánea para la reivindicación política de las mujeres por una vida digna y plena. De manera contraria a los argumentos que buscan detener, no sólo los avances en el reconocimiento del acceso a la interrupción legal del embarazo y su consideración como parte de la salud integral de las mujeres, sino también los procesos colectivos que enlazan las causas sociales y políticas de los diversos feminismos, se han presentado las estadísticas y la comprobación científica para desmitificar algunas ideas recurrentes que cuestionan la importancia de reconocer la autonomía de las mujeres sobre su cuerpo.

Según Data Cívica en los tres últimos años en la Ciudad de México del total de las mujeres que recurrieron a la interrupción del embarazo, el 60% eran solteras; el 43% estaban en un rango de edad entre los 24 y 29 años, y en el 85% de los casos contabilizados se trataba del primer aborto, por lo que no hay evidencias de que éste sea utilizado como un método anticonceptivo regular (https://www.animalpolitico.com/el-foco/derecho-a-decidir-cinco-mitos-sobre-el-aborto-a-la-luz-de-la-evidencia/). Por otro lado, los debates científicos han señalado que hasta las doce semanas, un embrión gestado no puede considerarse un individuo biológico o una persona, debido a que el sistema nervioso no es capaz de registrar dolor, ni tampoco consciencia o actividad cerebral. Estos señalamientos que provienen desde ámbitos científicos han sido necesarios, precisamente, para revertir los alcances de las posturas más conservadoras que no han podido disociarse de sus demandas morales para juzgar y deliberar sobre un asunto tan complejo como lo es el tema del aborto.

A pesar del esfuerzo por presentar dicha información, realmente no tenemos la seguridad de que las explicaciones dadas hasta el momento satisfagan a quienes están en desacuerdo con la despenalización del aborto. Desde nuestra mirada existe un sesgo social y cultural muy fuerte que no sólo demuestra la polarización de las posturas y opiniones, además ha cancelado hasta cierto punto los sanos debates que pueda haber al respecto. Después del triunfo de la lucha por la despenalización del aborto en Oaxaca, lo que hemos visto es, por un lado la extensión del movimiento feminista y la marea verde que abandera la causa exigiendo el fin de la criminalización y la prevención de la muerte de mujeres que por diversas razones eligen la interrupción del embarazo, así como el reconocimiento de la libertad reproductiva de las mismas y sus derechos fundamentales. Por otro lado, vemos la intervención de sectores de la población que reafirman su moral y sus creencias sin entrar en debates que les permitan extender el conflicto ético a temas de justicia social.

Además de lo anterior, hay una preocupación de segundo orden y es que en medio de la confrontación de opiniones, las mujeres tenemos dos grandes retos: primero, exigir e insistir que frente a la responsabilidad jurídica que tienen las instituciones de garantizar el ejercicio efectivo de los derechos de todas las personas, se tiene que modificar el sustrato sociocultural por el que se desconoce la potencia política y social de las mujeres y que es la causa de la resistencia a su emancipación; al respecto consideramos que avanzar hacia la despenalización del aborto en México, debe significar no sólo la grieta de un sistema que ha mantenido a las mujeres en uno de los lugares más ínfimos de la escala social, sino también su transformación total, es decir, no basta con impulsar la agenda legislativa sobre el aborto, por el contrario, es la agenda legislativa el reducto de procesos políticos mucho más amplios, que implican enfrentar los conflictos sociales sin el borramiento de las diferencias, para eso requerimos espacios de diálogo y escucha que nos ayuden a encontrar estrategias de dislocación de aquellas creencias que tienden a silenciar las demandas de quienes no piensan como nosotros. En este sentido, la defensa de la vida no debe contradecir la liberación y autonomía de las mujeres, al contrario, creemos que debe representar la apertura de nuestro pensamiento y la erradicación de nuestros miedos a las diferentes formas de entender, enfrentar y reproducir la vida.

Nuestra segundo reto se encuentra en el proceso de construcción de consciencia entre mujeres. Como dice Donna Haraway en su manifiesto Ciborg (1984): “No existe nada en el hecho de ser ‘mujer’ que una de manera natural a las mujeres... La conciencia de género, raza o clase es un logro forzado en nosotras por la terrible experiencia histórica de las realidades sociales contradictorias del patriarcado, del colonialismo y del capitalismo.” Esto nos obliga a rearticular nuestros espacios de conversación y abrirlos para que aquellas mujeres que aún no han tenido la oportunidad de hablar y escucharse, y, a la vez, escucharnos, puedan hacerlo. A veces, la revelación de esas experiencias terribles que nos suceden por ser mujeres sólo es posible en el diálogo con otras mujeres, en esos espacios en donde no sólo queremos discutir sobre los privilegios masculinos que nos oprimen, sino también de nuestros privilegios sobre otras. Por eso, la despenalización del aborto no es sólo un tema de salud pública y libertad reproductiva, sino también de justicia social porque evidencia los estragos y brechas materiales que afectan siempre más a un grupo específico de mujeres, y que, no en pocos casos, condicionan negativamente sus vidas y el de las personas que durante cierto tiempo dependen de ellas. Es una realidad que el mayor índice de mortandad por causa de un aborto se correlaciona con el nivel de pobreza y marginalidad.

Hace apenas unos días la senadora Lilly Téllez reprochó a sus compañeras y compañeros de partido su iniciativa para despenalizar el aborto en todo el país, bajo el argumento de que la mayoría de la población mexicana rechaza la interrupción legal del embarazo. Como legisladora, creemos que una de sus responsabilidades sustanciales implica reconocer el lugar interpretativo del problema desde el que ella pronuncia su negación y los “otros” lugares desde los que se pide que los derechos no se garanticen bajo la regla del “peso mayoritario” de determinadas creencias y/o concepciones. Recordemos que cuando se ha hablado a favor de la despenalización del aborto se ha hecho hincapié en la importancia de no confundir la idea de “legalización” con la de obligación. En este sentido, los esfuerzos no están centrados en imponer una especie de dictadura de la minoría, como según parece indicar su razonamiento, sino establecer las condiciones para que todas las mujeres –pero sobre todo las más vulnerables por edad, condición social, cultural o económica- puedan ascender en la escala de derechos y libertades. Por eso es tan importante escuchar(nos) y seguir debatiendo sobre el patriarcado (sus desigualdades y sus violencias) y las distintas formas que tenemos de entenderlo y enfrentarlo.

Desde nuestra opinión, el ejercicio democrático no se reduce o simplifica en la opinión o elección de la mayoría, sino que representa la capacidad de ofrecer propuestas alternativas de justicia. Por eso decíamos al inicio que los derechos no son privilegios, sino conquistas que se logran, precisamente, como el reconocimiento de nuestras diferencias. Democracia, por tanto, no sólo es consulta y consenso, también es disenso. Y es en el disenso en donde nuestra revolución feminista inacabada encuentra toda su potencia.

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