Los 29 ejecutados y Donald Trump

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Washington – El odio racial, la criminalización de los inmigrantes y la irresponsable pasión por las armas que Donald Trump esparce por todo Estados Unidos se materializaron en horror con la abominable ejecución de 29 personas en El Paso, Texas, y Dayton, Ohio.

 

Ante la tragedia, los estadounidenses nuevamente volvieron a sensibilizarse ante lo que ahora sus mismos medios de comunicación llaman “terrorismo nacional blanco”, generado por la xenofóbica retórica que propaga Trump.

 

El manifiesto del asesino anglosajón que salvajemente masacró a 20 personas e hirió a otras 26 en El Paso, expone el odio racial que se palpa y aterra en todas y cada una de las políticas migratorias de Trump.

 

El caso de los nueve ejecutados en Dayton es la constante del tipo de violencia masiva en Estados Unidos, consecuencia del amor y la pasión por las armas de un gigantesco sector de la sociedad en esta nación.

 

No vale la pena ni hacer la cuenta de las personas que han muerto en los Estados Unidos en los últimos años o en lo que va de 2019 por la facilidad con la que esos asesinos enfermos adquieren los rifles y pistolas de alto poder que se venden y promueven por todos los rincones de los 50 estados de la Unión Americana.

 

De la misma forma, mejor ni pierdo el tiempo registrando la cantidad de intentos que ha hecho el Congreso federal estadounidense para modificar las leyes que permiten la venta, portación y uso de armas, porque no pasa nada. Los legisladores federales se sensibilizan, se conmueven y hasta lloran frente a las masacres, pero eso no es suficiente porque no se atreven a modificar la famosa Segunda Enmienda constitucional que sostiene el armamentismo, justificándolo en el derecho del ciudadano a defenderse.

 

En tan sólo 13 horas, 29 personas fueron víctimas del terrorismo racial doméstico blanco, y la sociedad estadounidense está sumida en un estado de shock.

 

Me abstengo de difundir el nombre del abominable asesino de las 20 personas en El Paso, quien fue detenido vivo. Este terrorista anglosajón desnuda el racismo que Trump inyecta con sus políticas, y que cunde como epidemia en la sociedad que gobierna.

 

En sus cuentas personales en redes sociales, el terrorista de El Paso se expresó a favor de construir el muro en la frontera con México para detener la “invasión” de los inmigrantes que Trump se ha inventado para disfrazar el racismo y la criminalización de sus políticas migratorias, dirigidas principalmente a mexicanos y latinoamericanos.

 

Este caso es la evidencia del terrorismo racial que ha desatado Trump, del que no podrá deslindarse aunque lo intente.

 

A propósito de la masacre de Dayton, posiblemente en las próximas horas tendremos indicios de lo que motivó al otro asesino blanco –quien fue abatido por la policía- para matar a sangre fría a nueve civiles inocentes.

 

No me atrevo ni a imaginar la reacción que hubiese desatado en este país enfermo por el armamentismo y las matanzas, si los asesinos hubiesen sido de origen latino o afroamericano. Sólo piensen en la maquiavélica forma en la cual Trump hubiese sacado provecho para inspirar más odio racial contra las minorías étnicas y para alimentar la criminalización de los inmigrantes documentados e indocumentados.

 

Estas dos tragedias nacidas del terrorismo doméstico, en particular la de El Paso, podrían ser el antídoto para acabar con la enferma obsesión de Donald Trump de reelegirse en las elecciones presidenciales del martes 3 de noviembre de 2020.

 

Los 24 candidatos a la nominación presidencial por el partido demócrata tienen una veta de oro, políticamente hablando, para derrotar a Trump, gracias a sus políticas racistas y xenofóbicas.

 

Para que la cuña apriete tiene que ser del mismo palo, dice el refrán.

En el Capitolio de Washington suena imposible que los legisladores federales cambien las leyes que justifican el armamentismo, menos bajo la presidencia de Trump y porque la industria de las armas y la Asociación Nacional del Rifle que las defienden destinan decenas y decenas de millones de dólares al financiamiento de las campañas republicanas y demócratas presidenciales, generales, estatales y locales.

 

El duelo y la indignación por las masacres no bastan para que en el Congreso federal se imponga el coraje que se requiere en los legisladores para modificar las leyes.

 

El candidato presidencial demócrata que surja de los 24 aspirantes deberá sacarle provecho a las consecuencias del odio racial, que en una nación normal por lógica y decencia tendrían que hundir a alguien como Donald Trump.

 

Hagamos esta reflexión: si tantas matanzas y actos de terrorismo racial doméstico no provocan el cambio constitucional que se requiere en Estados Unidos, ¿creen acaso que “los daños colaterales” de la guerra contra el narcotráfico y la delincuencia, como Felipe Calderón bautizó a las decenas de miles de mexicanos asesinados y desaparecidos, pueden impactar en el Capitolio de Washington para que los legisladores cambien las leyes? No, y tampoco Trump hará nada para detener el tráfico de armas de su país a México, como le ha prometido hacer al presidente Andrés Manuel López Obrador. Por favor, ¡no seamos ingenuos!

 

 

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