Loret, la crisis política y lo que sigue

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Michael W. Chamberlin

Rompeviento TV, a 15 de febrero de 2022

 

Escribo sobrecogido por el despliegue de mezquindad mostrado en los medios en la última semana. La polarización entre quienes apoyan al presidente y quienes lo atacan me genera una gran desesperanza al constatar que ni lo urgente ni lo importante están en la agenda.

No me detengo mucho en decir que la oposición política, “los mismos de siempre”, han sido responsables de la violencia sistemática y el desmantelamiento del estado de derecho que vivimos; han sido omisos en reconocer su responsabilidad y, sobre todo, han sido incapaces de proponer alguna alternativa. Sin autoridad moral, critican y atacan al presidente López Obrador.

No hay a quien irle. También es cierto que entre quienes votamos por un cambio en el 2018, hay muchos que nos sentimos, por decir lo menos, decepcionados. Ojalá Loret de Mola fuera el peor mal de este país; ojalá el presidente mostrara el mismo enojo por los periodistas asesinados, por los cuerpos torturados arrojados en las calles de Zacatecas, Guanajuato, Colima, Guerrero, Veracruz o Michoacán.

El cambio prometido que rompió el bipartidismo PRI-PAN tenía que ver con el fin de la violencia y con un nuevo paradigma de seguridad; como fue prometido, que regresaran los militares a sus cuarteles y se redujera la delincuencia con inteligencia y no con fuerza. Por el contrario, en este sexenio se ha profundizado el proceso de militarización y se han roto todos los récords de muertos (83 asesinados todos los días, incluidos 10 feminicidios diarios) y personas desaparecidas (23 diarias) .

Esperábamos, como se prometió a las víctimas, que se buscara con diligencia a las personas desaparecidas, casi 100 mil sin encontrar; que se agilizara la identificación de cuerpos apilados en servicios médicos forenses, más de 52 mil; que se protegiera a niños y niñas, pero hoy somos el país número uno en pornografía infantil y segundo lugar en turismo sexual infantil en el mundo y más de 30 mil niños han sido reclutados por la delincuencia organizada.

Pedíamos que se atendiera a las víctimas para sacarlas de esa condición y no administrarlas ni litigar contra ellas. Fortalecer el sistema de justicia, jueces y fiscalías, y reducir decidida y drásticamente los niveles de impunidad que nos ahogan en un 95 %; fortalecer los organismos autónomos y ciudadanos para proteger los derechos humanos de todas y todos, controlar la corrupción y ser contrapesos al poder, no que se les atacara y se les amenazara con desaparecer.

Queríamos que se universalizara el acceso a los esquemas de salud, no que hubiera escasez de medicinas; y que el sistema educativo se construyera alrededor de los alumnos y no de los maestros, mucho menos del partido en el poder.

Vamos, esperábamos un proceso de justicia transicional que diera paso a la profundización de la democracia, que se distribuyera el poder con mayores espacios de toma de decisiones ciudadanas y de rendición de cuentas de los políticos y sus partidos; más y mejores espacios de diálogo y acuerdos, y no de confrontación y de centralización del poder; que se reconocieran finalmente las autonomías indígenas, los proyectos de desarrollo construidos desde lo local, y no megaproyectos de gobierno que son igual de excluyentes y depredadores que los de la iniciativa privada.

Estos y seguramente otros temas, deberían ser discutidos y analizados todos los días, por todos los actores políticos. Nosotros como sociedad, deberíamos brindarles o no nuestro apoyo a partir de los resultados y no mezquinamente desde las filias o fobias, como si se tratara de equipos de futbol. Pero son temas que la clase política, en el mejor de lo casos, utiliza para atacar o para sentirse atacada  o, como denuncian las buscadoras de Sonora, simplemente son ignorados.

Mayor responsabilidad tiene siempre el presidente en turno. Uno es tan grande como el enemigo que decide enfrentar. López Obrador ya escogió sus batallas y al parecer son del tamaño de Loret de Mola. Rota la ilusión de que algún caudillo llegue a resolver nuestros problemas, queda a la sociedad civil el reto urgente de reinventarse, como ya lo hizo en los años 90 para lograr la alternancia en el poder, hacia un proyecto de nueva democracia que se mida por el disfrute de los derechos humanos para todas y todos.

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