La rendición de Slim

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La imagen es contundente: uno de los hombres más ricos del mundo, el empresario mexicano de origen libanés, Carlos Slim, aplaude, sonriente, un paso detrás del presidente Andrés Manuel López Obrador.

En el régimen anterior, es decir en el modelo político y económico neoliberal que prevaleció hasta el 30 de noviembre del año pasado, la imagen bien podría leerse como un espaldarazo, una concesión de apoyo del máximo hombre del dinero hacia el gobernante en turno, a quien en realidad imponía condiciones y directrices.

Recordemos, sin ir más lejos, la famosa fotografía de Enrique Peña Nieto siendo regañado, increpado, quizá hasta sometido por un empresario, que le señala retador, con el dedo en actitud desafiante.

Porque durante esa época, los últimos 40 años, el poder económico, representado por distintos barones y baronesas del capital en México, pudo hacer eso: regañar, increpar e incluso someter al poder político, y a toda nuestra sociedad, bajo un esquema que privilegió los intereses de esa minúscula casta, frente a las inmensas necesidades no cubiertas de una gran mayoría.

Les condonaron impuestos, les concedieron ventajas de inversión, les regalaron un salario mínimo de oprobio para sus trabajadores, les dieron impunidad en el abuso, les quitaron la obligación de pagar prestaciones, acomodaron las leyes para que tuvieran todas las ventajas y casi ninguna desventaja, sobre todo si pertenecían al pequeño grupo de los consentidos, los que decidían.

Pero estamos en una nueva era. Los símbolos se mueven.

Y en esta lógica, en esta nueva lógica, las cosas tienen que leerse de una forma muy distinta: casi como la rendición de Slim.

El objetivo principal de este gobierno, lo ha repetido insistentemente el presidente, es desmontar ese aparato que colocó al mismo nivel al poder económico y al poder político; restar autoridad política y social a los hombres y mujeres del capital, para regresar el centro y las decisiones a los políticos, a los representantes de todos: acotar el poder empresarial expandido por el neoliberalismo.

¿Acaso creen que la furia opositora de hombres como Claudio X. González, el golpista metido a mecenas del periodismo de transparencia, es gratuita?

¿A poco piensan que es afán democrático el papel protagónico que ha asumido el líder de Coparmex, Gustavo de Hoyos, o la embestida directa, abierta, contra todo lo que signifique 4T del diario Reforma, la voz de ciertas élites empresariales?

No. Lo que atestiguamos, lo que presenciamos desde la mañana del 2 de julio del 2018, es la disputa abierta, franca, contundente entre el modelo nuevo y el modelo anterior: la lucha por el poder.

López Obrador ha sido transparente en ese sentido: va a regresar el poder a las estructuras políticas del Estado. Impedir que el gran capital dicte las políticas públicas, establezca el rumbo del país, no sólo en lo económico, sino también en lo social, político, cultural, como ocurrió los últimos 40 años, en que quedó demostrado que los hombres y mujeres del capital defienden sólo sus intereses individuales, y cómo el resto de nosotros quedamos fuera, quedamos al margen, aunque paguemos todos los costos.

Por eso es tan significativo ese acuerdo entre el gobierno y los empresarios y la presencia de ellos en Palacio Nacional.

Por eso, la fotografía de Carlos Slim detrás del Presidente no es, ni de lejos, sólo la imagen de un empresario levantándose muy temprano, de madrugada, para ir a ver al Presidente…  es más que un millonario apoyando a la 4T, es más, incluso que un espaldarazo del empresario más exitoso de México al primer gobierno de izquierda en la época moderna.

Es la imagen precisa de cómo habrá de ser la nueva correlación de fuerzas entre el gobierno federal y los empresarios, cómo será el nuevo modo de interrelacionarse.

Es la imagen precisa del cambio y cómo será ese nuevo equilibrio de poderes en el que nosotros, nosotras, habremos de participar con nuestro voto, con nuestra voz, con nuestra vigilancia, para que en esta democracia en construcción ningún sector de la sociedad, por económicamente poderoso que sea, ostente todo el poder, se lleve todos los beneficios y reparta el pago de las pérdidas entre las mayorías.

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