La embajadora

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J. Jesús Esquivel

Corresponsal de la revista Proceso en Washington

@JJesusEsquivel

 

La embajadora

 

Washington – Entiendo que en el mundo de la política y la diplomacia existen las formas y los protocolos. Sin embargo, el interés y el bienestar de una nación dependen de la efectividad de quienes ejerzan los oficios.

Es temprano para hacer un juicio del trabajo de Martha Bárcena como embajadora de México ante el gobierno de Donald Trump.

He conocido la labor de la diplomacia mexicana en Washington desde 1988. Ha habido embajadores muy buenos, como Jorge Montaño; y pésimos, como Eduardo Medina Mora y el “Profesor” Miguel Basáñez.

Bárcena no es sólo la primera mujer embajadora de México en Washington, sino también una obrera con experiencia en la tarea que debe ejercer en la capital estadounidense.

En el Capitolio y en la Casa Blanca sigue causando interés y suspicacia la presidencia de Andrés Manuel López Obrador.

Los legisladores federales estadounidenses y los miembros del gabinete y funcionarios de la Casa Blanca estaban acostumbrados a los gobiernos mexicanos corruptos y lambiscones. El estilo de gobernar de AMLO ha sacado del estado de confort a propios y extraños. El encono que causa el presidente al acabar con esas formas reprobables de vida de muchos priistas y panistas acostumbrados a vivir a costillas del erario, se palpa.

La embajadora tiene una tarea complicada al lidiar con el gobierno de Trump, quien un día apapacha y otro golpea a México, dependiendo de sus intereses electorales.

Desde que llegó a la embajada, Bárcena entendió que el acercamiento y la labor de cabildeo con el Capitolio es crucial para los intereses del país. Ella usa esta metáfora para manifestar su ejercicio diplomático: “Casi vivo en una casa de campaña instalada en el Capitolio”. Hasta ahora, la embajadora hace un trabajo admirable y efectivo.

Cuando ha sido necesario, los demócratas y republicanos han contenido muchos de los embates xenofóbicos y descocados de Trump contra México; pero esto no es casualidad ni amor del Capitolio por sus vecinos del sur.

No es mi costumbre hablar bien de los funcionarios públicos, mi trabajo es cuestionarlos y exigirles la rendición de cuentas a los mexicanos de todo lo que hacen a nombre del país. No me importan ni los colores, ni la marca ni los estilos de la ropa que utilicen los funcionarios y diplomáticos. Los mexicanos exigimos resultados porque los gobiernos pasados nos tenían acostumbrados a su corrupción e inoperancia.

Repito, es pronto para emitir un fallo sobre el trabajo de la embajadora; empero, el cambio en la percepción tradicional que había en el Capitolio sobre México se le debe a ella. Si lo dudan, pregúntenle a Nancy Pelosi, la líder demócrata y presidenta de la Cámara de Representantes.

Los comentarios recientes de Guadalupe Loaeza sobre la manera de vestir de la embajadora mexicana en Washington exponen un clasismo y un desconocimiento total del actuar político y diplomático en la capital estadounidense y pintan de cuerpo entero a las personas que echan de menos las costumbres corruptas y frivolidades de los que ya se fueron.

Con una larga y admirable carrera como diplomática mexicana, Martha Bárcena tiene la virtud de ser una persona accesible, amable y compañera de quienes trabajan con ella en la embajada. Nada que ver con la ineficiencia y las formas ególatras, autoritarias y déspotas de algunos ex embajadores en Washington. Muchos de los empleados de la representación diplomática de México recuerdan con deprecio, por ejemplo, a Carlos de Icaza y se sienten hasta sorprendidos por la gentileza y fraternidad de la embajadora.

¡Que Martha Bárcena se vista como le venga en gana! Lo único que le pido es que no se quite el overol de obrera y la camiseta de México que lleva puesta y que hasta hoy la hacen altamente destacable en su labor.

Los comentarios frívolos se los cedo a los “escritores de farándula”, también loable ejercicio de la información porque para todo hay público. Pero, por favor, zapatera a tus zapatos de tacón de artista de telenovelas.

Nadie es perfecto ni está exento de cometer errores, ya llegará el momento de analizar a Martha Bárcena como embajadora ante los Estados Unidos; mientras tanto, que por favor siga viviendo en su casa de campaña a las afueras del Capitolio y sin quitarse los botas de obrera con casquillo en la punta para que pueda patear la basura sin temor a lastimarse los dedos de los pies. ¿Será derecha o zurda?, ¿saberlo será también del interés de los críticos de telenovela? A mí, me vale.

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