Es el tiempo de un grito de lógica democrática

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J. Jesús Esquivel

Corresponsal de la revista Proceso en Washington

@JJesusEsquivel

 

 

 

Es el tiempo de un grito de lógica democrática

 

 

Washington – Cuando un gobierno se queda sin credibilidad ante sus ciudadanos, pierde absolutamente todo. La naturaleza democrática exige un cambio, un relevo que restablezca la necesidad de confianza, de legalidad, de cumplimiento y de civismo. Al gobierno de Enrique Peña Nieto se le acabó el crédito de la credibilidad. La verdad respecto al caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa derrumbó la mentira histórica que había maquinado Jesús Murillo Karam, y con ello se acentúo el descrédito nacional e internacional de la presidencia peñista.

 

El gobierno se quedó sin argumentos, sin justificaciones y sin mentiras para intentar ocultar la verdad de los 43 normalistas del estado de Guerrero, que fueron el parteaguas del derrumbe de una imagen presidencial de oropel que la televisión y muchos medios de comunicación buscaron imponer a la sociedad mexicana.

 

Ya ni la corrupción por justificar o esconder los conflictos de interés en la compra a modo de casas, ni el descaro de la repartición de impunidad entre ellos mismos importa.

 

El dolor de las 43 familias que no saben dónde están sus seres queridos, y la indignación nacional ante la mentira del gobierno por ocultar una verdad que todos sospechábamos, ahora sí despertó del letargo a ese México que por más de un siglo apaciguó sus ánimos revolucionarios por darle paso a una democracia que aún no logra ser auténtica ni genuina.

 

Cuando Murillo Karam nos dictó su “verdad histórica”, ni el mismo gobierno la creyó. Pero la máquina de corrupción periodística ayudó a denunciar a los incrédulos, quienes ahora, solo hasta que un grupo de expertos extranjeros nos lo dice, quedan reivindicados.

 

En el país hay cada vez más pobres, pero la pobreza se aguanta, se resiste ante la esperanza de soñar con un mejor futuro.

 

Lo que no se aguanta es la mentira burda, la burla de un gobierno que ya no tiene lo más importante, lo que instaura una democracia: la confianza de sus gobernados. México ya no aguanta a este Presidente. No, no hace falta un mártir de entre sus elegidos y protegidos para calmar las aguas, ni eso le ayudaría a recuperar la credibilidad que ya no tiene.

 

¿De qué nos serviría un nuevo Secretario de Gobernación, o que a Murillo Karam lo llamaran a rendir cuentas por su mentira? Eso sería como decir: “vamos a investigar”, una reacción inmediata ante la verdad histórica de los expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre los 43 normalistas de Ayotzinapa.

 

Los mexicanos no queremos buenas intenciones ni intentos fallidos de investigación que ya nos imaginamos en qué van a terminar. Queremos justicia democrática. Lo que pasó en Iguala no se va a olvidar, es una cicatriz que se suma a las muchas que ya tiene en su rostro este México mancillado por las imágenes de oropel.

 

Si Peña Nieto nos lanzó una advertencia sobre los peligros y riesgos del populismo, ¿por qué entonces no ajustarse a las leyes de esa democracia que él pretende defender de “los malos”, de aquellos que él sostiene que la pueden destruir?

 

Cuando un gobierno pierde la credibilidad ante sus gobernados e insiste en quedarse, se vuelve una imposición antidemocrática.

 

Hace algunos años, Mario Vargas Llosa se refirió a México como la dictadura perfecta y muchos se indignaron. Hoy, todo México está indignado, pero porque somos una democracia imperfecta.

 

Los 43 jóvenes de Ayotzinapa perdieron la vida por su fastidio ante los abusos de un gobierno en Iguala. No es momento para más mártires. Es el tiempo de un grito de necesidad y de lógica democrática, política y cívica.

¡Ya no más!

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