El plan y el movimiento

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Difícilmente se podría caracterizar a Carlos Urzúa como un hombre de izquierda, al menos su trayectoria política y profesional no dan posibilidad a tal conjetura. Tampoco creo que pueda afirmarse, como se está haciendo luego de su renuncia a la Secretaria de Hacienda, que su perfil es el de un neoliberal recalcitrante cuyas convicciones en materia económica lo obligaron a salir del gabinete del presidente López Obrador; él se ha definido a sí mismo como neokeynesiano, lo cual es indicativo de que la doctrina neoliberal le es distante. Urzúa se integró al gobierno federal a invitación de AMLO (con quien había trabajado en el gobierno de la Ciudad de México) y salió, según sus palabras, por decisión propia, debido a las discrepancias en materia económica y fiscal con el presidente. No estuvo de acuerdo, por ejemplo, con la cancelación del NAIM, con la construcción de Dos Bocas y una reforma fiscal necesaria, a su juicio, para ampliar la base gravable a fin de contar con recursos para emprender los proyectos sociales. Pero su mayor discrepancia fue, al parecer, por la cuchara de Alfonso Romo metida en ámbitos de su competencia (SAT, Banca de Desarrollo) y por la conducción de la CFE y los compromisos adquiridos en administraciones anteriores. Disculpe usted, amable lectora, amable lector, pero a mi juicio los argumentos de Urzúa para salir del gobierno federal son más que entendibles.

Si atendemos a las palabras en la entrevista que dio a la revista Proceso de esta semana (https://www.proceso.com.mx/592297/el-conflicto-de-interes-se-llama-alfonso-romo-revela-carlos-urzua-a-proceso), la salida de Urzúa del gobierno obedece a discrepancias con el presidente y, en particular, con el jefe de la oficina de la presidencia, Alfonso Romo, a quien señala de tener posibles conflictos de interés debido al flujo de información que pasa por sus manos y los negocios familiares del empresario y su participación en la Casa de Bolsa Vector (y quizás con otros negocios con los que no tiene lazo directo). Lo curioso -y hasta alarmante- es que si no podemos afirmar que Carlos Urzúa es de izquierda ni neoliberal (es un economista con una muy sólida formación técnica), en cambio Alfonso Romo tiene un pedigrí de muy oscura ralea, no sólo porque apoyó a Fox en 2000 y porque operó contra AMLO en 2006, sino también por sus lazos con el Opus Dei y Los Legionarios de Cristo, además de sus inversiones en biotecnología a través de la firma Seminis (que vendió nada más y nada menos que a Monsanto) e inclusive por sus posibles negocios con el dictador chileno Augusto Pinochet. Si la biografía de Romo publicada en Wikipedia es correcta, es sobrino-bisnieto de Francisco I. Madero, por lo que el integrante del gabinete de AMLO más fifí es, sin duda alguna, el jefe de la oficina de la presidencia, Alfonso Romo. Y si a las evidencias nos atenemos, antes que el empresario fifí Romo, quien renunció al gabinete de gobierno fue el técnico economista Urzúa. Así las cosas, cuando el presidente habla de pensamiento conservador (debo reconocer que no sé muy bien a qué se refiere) al parecer su invitado al gabinete Urzúa es representante de tal corriente de pensamiento, en tanto que Alfonso Romo (otro invitado a su gobierno) no lo es. Disculpe usted si generalizo y exagero, pero a las evidencias me remito.

            Otro punto de diferencia entre el presidente y el ex secretario Urzúa, fue, de acuerdo con AMLO, el Plan Nacional de Desarrollo (PND). Según el presidente, el PND presentado por Carlos Urzúa no representaba el cambio del modelo neoliberal que su gobierno pretende. Sobre el documento dijo AMLO: “Era como si lo hubiera hecho Carstens, o Meade, con todo respeto. Se me fue, es tan buena persona, de verdad, lo digo seriamente, Meade es una muy buena persona y también Carstens...Tenemos concepciones distintas y siempre cuestionamos la política neoliberal, no engañamos a nadie. No puedo aceptar más de lo mismo y en lo que no creo, es un asunto de juicio práctico ¡Cómo puedo aceptar la política neoliberal después del fracaso!”. Esto es y según entiendo, Carlos Urzúa presentó un Plan Nacional de Desarrollo que bien pudo haber firmado Carstens o Meade, con la diferencia de que ni a este ni a aquel, López Obrador integró al gabinete. Si AMLO depositó la responsabilidad de las finanzas públicas del país en Carlos Urzúa quiero pensar que no fue por mera ocurrencia ni por una lealtad a modo, sino por su capacidad, su honradez y su compromiso con el proyecto de gobierno. No lo dijo Carlos Urzúa, lo digo yo: ¡si ya saben cómo hago planes de desarrollo, para qué me invitan! ¡Si ya saben cómo soy, para qué me invitan!

            El presidente López Obrador hizo su propio PND (escrito a puño y letra por él mismo, según reconoció), diferente del de Urzúa y lo envió al Congreso para su aprobación. Se trata de un muy escueto documento de menos de 70 cuartillas en las que traza los ejes del desarrollo del país para los próximos seis años (https://lopezobrador.org.mx/wp-content/uploads/2019/05/PLAN-NACIONAL-DE-DESARROLLO-2019-2024.pdf). No quiero comparar un documento con otro porque responden a lógicas distintas y en mi opinión, y por las declaraciones del presidente, el PND de AMLO está ajustado a valoraciones de orden político, ético e histórico, términos en los que debe ser evaluado, más que a indicadores de resultados medibles en parámetros numéricos.

            En otras palabras, evaluemos el PND de AMLO no en términos técnicos (¿neoliberales?) sino con criterios políticos y sociales acordes a los movimientos de mayor envergadura en México en los últimos 30 años, que son, a fin de cuentas, parte del éxito detrás del triunfo de Andrés Manuel. Me refiero a movimientos que, en ocasiones, han coincidido con las insurgencias electorales de 1988, 2006, 2012 y 2018, pero no siempre y es más, pocas veces, puesto que su dinámica trasciende la lucha electoral. Sin duda, esas luchas han nutrido al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena, partido del presidente), pero no se identifican a cabalidad con la plataforma del partido, ni con el PND del presidente, puesto que sus demandas y exigencias vas más allá de las plataformas electorales e incluso están en contra de ellas y los postulados presidenciales.

            En un trazo muy general, los movimientos sociales de mayor envergadura en México en los últimos años, de acuerdo con las evidencias empíricas, son: el movimiento magisterial, la lucha de las feministas, la lucha por los derechos humanos de la comunidad LGBT, el ambientalismo y sus múltiples expresiones, la lucha de los pueblos originarios en defensa de sus territorios y su cultura y las movilizaciones en pro de los derechos de los migrantes. Salvo los acuerdos (cupulares) con las organizaciones sindicales magisteriales (CNTE y SNTE), los demás movimientos sociales tienen muy escaso eco en el PND de López Obrador, hasta donde puedo apreciar, y exclusivamente en términos de reivindicaciones muy generales. Erradicar la corrupción, instalar un gobierno austero, construir condiciones de bienestar para la población sobre todo en salud) y/o alcanzar la autosuficiencia alimentaria en maíz, frijol y arroz, son reivindicaciones plausibles para prácticamente todas y todos, pero, en mi opinión, son buenas consignas de campaña electoral, pero insuficientes como programa de gobierno. Porque el PND se trata, sobre todo, no tanto de qué se va hacer, sino de cómo se van a poner en marcha las acciones e iniciativas comprometidas en campaña electoral. En otras palabras: el PND es la forma concreta, con metas y objetivos puntuales y medibles, en que los movimientos sociales plasman su agenda de prioridades en un programa de gobierno. E insisto en el punto: para que el PND no sea sólo un documento ajeno a la gente, requiere que los movimientos sociales lo hagan suyo, lo entiendan, lo impulsen y se organicen para su defensa. Y hasta donde logro apreciar, esto no está ocurriendo.

            Porque el Movimiento de Regeneración Nacional, en mi opinión, está quedando a deber en esta transformación 4T. ¿Cuál movimiento? ¿El del acarreo descarado en Puebla para llevar votos al impresentable de Maximiliano Barbosa? ¿O el del mayoriteo a la usanza priista para imponer por cinco años en el gobierno al panista (vestido de moreno) de Jaime Bonilla? ¿O acaso será el que no logra ponerse de acuerdo para sacar avante la agenda del Instituto Nacional de Formación Política de Morena? No lo sé, lo único que me queda claro es que son debates partidistas con muy poca participación ciudadana.

            La salida de Carlos Urzúa del gabinete de AMLO tendría que ser la ocasión para reflexionar sobre el país que se intenta construir. Un debate amplio, respetuoso, inclusivo y transparente. Si en la conducción de los destinos del país cabe la disidencia, la salida de Urzúa es una pérdida de gran calado; pero si el debate se reduce a la dicotomía salió por “neoliberal”, la pérdida es aún mayor. Es imposible tener un gobierno democrático, austero y eficaz, sin voces y posturas discordantes.

            Termino con una idea surgida luego de la renuncia de Carlos Urzúa: tenemos un gobierno de “izquierda” (con el empresario Romo en un puesto clave) con un PND con muy poca alma, esto es, sin la energía social de los movimientos capaces de hacer que eso que está en el papel se convierta en práctica cotidiana y en el país que anhelamos y merecemos. La transformación del país está en manos de la clase política, sin que haya mayor participación -movilizada y consciente- de la ciudadanía.

El Mecanismo de Transparencia. Con Anabel Hernández: Perspectivas
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