El lenguaje de la inclusión

  • 0

Violeta Vázquez Rojas Maldonado

 

  1. El lenguaje de la paz

Hace unos años estaba ayudando a redactar un documento con unos colegas en una universidad de Colombia. Estábamos buscando la manera de decir que cada quien se comprometía a defender la diversidad lingüística desde su área, o desde su campo, o en su quehacer, o… –Desde su trinchera– sugirió un colega mexicano. La reacción de los colegas colombianos fue inmediata y tajante: –“Trinchera” es una palabra horrible –reviró uno.  –No, “trinchera” no –contestó secamente el otro. Esto era predecible en un país herido por el recuerdo fresco de la guerra –y, más aún, cuando uno de los redactores del documento era precisamente quien en esa universidad estaba a cargo de la Cátedra de Paz. Para nosotros, como mexicanos provenientes de una realidad social distinta, la palabra “trinchera” designa inocentemente, más allá de su literalidad, un espacio desde donde se dé una “batalla”, otra palabra que rebasa su sentido estrictamente bélico para nombrar cualquier actividad en la que se enfrente alguna resistencia. La metáfora de la argumentación como guerra es una de las más socorridas en nuestra cultura, dice George Lakoff. Pero para una sociedad desgarrada por la guerra verdadera, estas palabras se asocian con experiencias reales y significados literales y por lo tanto, es normal que su uso metafórico les parezca no sólo una falta estilística, sino una afrenta. ¿Acaso íbamos nosotros a regatearles el derecho de evitar esta palabra? ¿Habría sido prudente de nuestra parte empecinarnos en usarla, explicarles el libro de Lakoff, hablarles de la capacidad humana de hacer asociaciones metafóricas, decirles que la paz no se construye con discursos, sino con hechos, y que insistir en lo contrario es una distracción? De ninguna manera. No me podría siquiera imaginar una ofensa así. Para ellos, “trinchera” es, como dijeron, una palabra horrible y no se usó en el documento, faltaba más.

 

  1. El lenguaje de la igualdad

A un grupo de maestros formado exclusivamente por hombres se le llama “maestros”, y si está formado solamente por mujeres, entonces son “maestras”. Son reglas del español sobre las que no tenemos incidencia. Si en el grupo de maestras se agrega un hombre, la designación pasa automáticamente a ser “maestros”: la misma forma que designa a un grupo que no incluye mujeres. ¿A qué se debe la preponderancia del elemento masculino para determinar la forma del plural que refiere a individuos de los dos sexos? ¿Es también un capricho de la gramática? ¿O está determinada por la estructura de la sociedad?

Como lingüista, confieso que no tengo una respuesta, pero eso no interesa, porque lo importante es cómo se lo explican los propios hablantes. Hace ya varios años, grupos de activistas señalaron que este fenómeno refleja la dominación social de los hombres sobre las mujeres. El español no es una lengua machista, pero es una lengua que se habla en una sociedad patriarcal (como lo son casi todas en el mundo) y tiene sentido pensar que la práctica social se ha sedimentado en su estructura. Como una manera de denunciar la desigualdad social entre hombres y mujeres, hay quienes tratan de evitar el llamado “masculino genérico”. Recurren, entonces, a diferentes estrategias provistas por la propia lengua que, en su infinita productividad, nos da los elementos para articular nuestro discurso de la manera como mejor refleje lo que intentamos comunicar. A esto se le ha llamado “lenguaje incluyente”: una pauta discursiva que intenta hacer visible lo que algunos hablantes perciben como reflejo de la desigualdad social entre hombres y mujeres.

Algunos recursos empleados por la pauta incluyente son novedosos, como el uso de la “e” en lugar de las marcas de género “a” y “o”, o el desdoblamiento: “las maestras y los maestros”. Otros son más disimulados, como usar el genérico “personas”. Si el discurso es escrito, hay quienes sustituyen las marcas de género por “x” o “@”. Es importante recalcar que el lenguaje incluyente no es la sustitución de una regla gramatical por otra: es una pauta de discurso que emplea los recursos de la gramática -ya sean tradicionales o innovadores- para manifestar una postura política.

Al contrario de la anécdota que narré en la primera parte, el lenguaje incluyente es a menudo y abiertamente objeto de denuesto. A medida que más se emplea en situaciones públicas informales, como las redes sociales, más arrecia la sorna en su contra. Lo más desconcertante es que esta sorna a veces está respaldada por argumentos de autoridad, como la opinión de académicos que lo tildan de “tontería”, de “cortina de humo”, o peor, como consigna la Real Academia Española, de “inexistente”. También es común apelar a un criterio de mayoría, como si la legitimidad de un reclamo dependiera de que lo adopte más de la mitad de la población. Ver el lenguaje incluyente como un fenómeno de discurso y no de norma lingüística obliga a plantear esta pregunta: ¿qué autoridad académica se puede arrogar la facultad de calificarlo como “inexistente”, “antieconómico” o “distractor”?

Disputar el derecho de las y los hablantes a expresar una postura explotando las propias reglas de su gramática es una contestación igualmente política. Y así como jamás se le increparía a una persona el querer evitar en su discurso las metáforas de guerra, el derecho de la gente de reconocerse o no incluida en el masculino genérico no debería ser desacreditado bajo una supuesta defensa del orden gramatical.

 

III. Licencia poética

Decía nuestro profesor Leopoldo Valiñas que la licencia poética “no es licencia del poeta, es licencia de la lengua”: incluso las excepciones están contenidas dentro de las posibilidades infinitamente creativas de la lengua natural. Usar recursos lingüísticos innovadores para manifestar la demanda social de inclusión y el derecho a ser nombrado, o resistirse a usar metáforas estereotipadas para rechazar la glorificación cultural de la guerra son parte de la capacidad humana de configurar libremente el discurso y el pensamiento. A la licencia poética habríamos de sumar la licencia política: ambas son licencia de la lengua, y nunca su distorsión.

8M - Las Panas, la resistencia feminista también se hornea
Atrás 8M - Las Panas, la resistencia feminista también se hornea
El pacto patriarcal somos todos
Siguiente El pacto patriarcal somos todos
Entradas Relacionadas

Escribir comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *