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El EZLN, Morena y la Nave de los locos

Ricardo Bernal

Maestro y doctorante en filosofía moral y política (UAM-I). Profesor de filosofía social y filosofía de la historia (La Salle)

@FPmagonista

El EZLN, Morena y la Nave de los locos

 

Hacia finales del siglo XV surgió un tipo de composición literaria muy peculiar en Europa: La Nef des fous, Narrenschiff o Nave de los locos. Estas piezas literarias, inspiradas en el viejo ciclo de los argonautas, narraban un viaje alegórico sin destino ni fin protagonizado por un conjunto de extraños personajes divididos entre la heroicidad y la estulticia. Para los autores de la época, las “naves” servían como pretexto para hacer desfilar frente a nosotros las distintas formas del delirio: la soberbia, la avaricia, la ira, la envidia, la infidelidad, etc. A pesar de su casi infinita diversidad, las distintas formas de la locura tenían un elemento común: todas eran producto del excesivo afecto que los hombres se tenían a sí mismos, un apego tan profundo sobre su propia persona que, exacerbando la vanidad, hacía imposible discernir entre la verdad y la falsedad, la justicia y la injusticia, la bondad y la maldad.

Lejos de abrir un debate donde priven los argumentos y las ideas, el reciente comunicado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Consejo Nacional Indígena ha puesto ante nuestros ojos un espectáculo delirante de narcisismo y autocomplacencia que no puede sino recordarnos esas naves repletas de insensatos y vanidosos.

Por un lado, quienes le regatean a las comunidades zapatistas los logros que han tenido durante más de 20 años de acecho y resistencia en condiciones de extrema adversidad, o quienes, de manera aún más simplista, aducen que se trata de una estrategia tramada desde Los Pinos para detener la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, no sólo ignoran la complejidad del movimiento zapatista sino que desprecian la inteligencia de las mujeres y los hombres de esas comunidades tratándolos como seres inferiores e incapaces de tomar decisiones por sí mismos. En las palabras de gente como Jaime Avilés o en los cartones de El Fisgón hay una inmensa dosis de neo-colonialismo que debería ruborizar a cualquier persona dispuesta a abrazar las causas de la “izquierda”.

No obstante, respetar la autonomía de las comunidades zapatistas y el trabajo de organización de sus bases, no implica que las acciones de su dirigencia estén recubiertas por un halo de excepcionalidad que las vuelva inmunes a la crítica. Como toda forma de organización política conformada por seres humanos y no por ángeles -para retomar una célebre metáfora de Kant-, ésta es susceptible de fallas, de equivocaciones en el tono, de traspiés estratégicos y de errores de cálculo.

Los zapatistas tenían razón al afirmar que esos errores eran “muy suyos” y que, en el marco de sus procesos de organización autonómica, los juicios externos les importaban muy poco. Así, cuando en 2006 Loret de Mola recordaba las críticas que la sociedad civil podía hacer a la Sexta Campaña, el Subcomandante Marcos respondía con acierto: “que digan lo que quieran, nosotros no estamos peleando por un cargo”. En efecto, ellos habían optado por una vía alterna que sólo buscaba obtener las simpatías y tender lazos con organizaciones que se identificaban con el “abajo y a la izquierda”.

No obstante, si el EZLN y el CNI finalmente deciden establecer una candidatura independiente, seguir esa lógica de argumentación sería un verdadero sinsentido. Entrar a la contienda electoral es, en última instancia, aspirar a un cargo público para orientar el funcionamiento de instituciones que representan a la ciudadanía en su conjunto y no sólo a quienes se identifican en las coordenadas de “abajo y a la izquierda”. Nadie puede ignorar, y los zapatistas tampoco, que luchar en el terreno de las instituciones públicas implica asumir que las decisiones tomadas, los cálculos asumidos, las estrategias implementadas, tienen un impacto social del que es preciso hacerse responsables en la arena pública.

De ahí que, para quienes hacen política aspirando a conquistar esas instituciones, la apelación a la rectitud moral con el fin de justificar decisiones cuyo impacto tiene lugar en la vida pública es siempre una estrategia tramposa. Entrar al espacio institucional es asumir que los efectos de las decisiones tomadas en la vida política no pueden ser procesados cómodamente en el tribunal de la propia conciencia.

Un riesgo latente es que la militancia zapatista sea incapaz de asumir la responsabilidad de sus decisiones y termine defendiendo las mismas en términos morales, aun si los efectos políticos que su candidatura genere terminen provocando el ascenso de la derecha.

Sin embargo, se equivocan quienes a partir de ello deducen que el EZLN debería abstenerse de participar en las elecciones para darle paso a la candidatura de MORENA ya que esta es la única opción que puede evitar el ascenso de la derecha.

En realidad, la única manera por la cual esta apuesta por la vía electoral no signifique, al mismo tiempo, dar pie al ascenso de la derecha consiste en que el EZLN y el CNI salgan a ganar. A ganar y no sólo a dar un mensaje moral en una participación testimonial, como algunos han defendido. La situación del país no está para llenar el lugar de los mecanismos institucionales con mensajes morales -por más edificantes que estos sean-, sino para transformaciones prácticas de alto caldo que detengan la destrucción que vive el país y cuyas consecuencias, ciertamente, afectan de manera más pronunciada a las mujeres y a los pueblos indígenas.

Pero por más chocante que nos resulte, por más que nuestras conciencias de izquierda se resistan a aceptarlo, ganar unas elecciones en el marco de un sistema democrático (liberal, formal y burgues… si se quiere) implica construir un proyecto con el cual pueda identificarse una mayoría, implica establecer un discurso capaz de aglutinar una serie de causas comunes que puedan ser reivindicadas por un sector suficientemente amplio para oponerse a quienes defiende otras causas.

Ganar unas elecciones implica, por tanto, construir una alternativa política que no puede dirigirse simplemente a quienes se identifican con el “abajo y a la izquierda”. Mucho menos con quienes se asumen a sí mismos como “anticapitalistas”. Si las elecciones recientes y la emergencia del Frente por la Familia han venido a dar cuenta de algo, es de que en México no hay una mayoría que se identifique con los símbolos o los discursos de la izquierda radical y mucho menos con la fraseología “anticapitalista”.

Poco importa que los diagnósticos y las causas de esta izquierda -que yo mismo comparto- sean justos y verdaderos, si no se construye un pueblo que permita irrumpir en las instituciones y orientar su funcionamiento, esos diagnósticos y esas causas seguirán siendo elementos de interesantísimos debates en los cafés y las aulas, pero sólo eso.      

Si buena parte de los militantes de MORENA han pecado de soberbios al suponer que la candidatura de Andrés Manuel es la única candidatura de oposición legítima, la militancia zapatista no está muy alejada de esta actitud exaltando en todo momento su superioridad moral e intelectual. Desde su perspectiva, ellos serían los representantes de la verdadera izquierda, la auténtica, la anticapitalista, la que no hace concesiones con los discursos edulcorados del centro, y la que, por el hecho de tener razón en sus análisis, debería encabezar las luchas del verdadero pueblo: el pueblo pobre en resistencia.

A quienes asumen esta posición parece no hacerles falta atravesar la difícil y engorrosa tarea de “construir un pueblo” -y cuando lo han hecho han fracasado estrepitosamente-, de movilizar a millones en pos de una causa, de construir bases en todo el país, de recorrerlo una y otra vez, de ganarse la credibilidad de quienes votan convencidos sin necesidad de una despensa -los hay y muchos-, de lograr que una parte significativa de la población se identifique con un proyecto político aun si la política no es su prioridad; ellos, en cambio, se han arrogado de antemano la batuta de la izquierda e incluso exigen que, llegado el momento, todos declinen a su favor.

¿Por qué?, porque sus luchas son más justas y más verdaderas, porque ellos tienen la razón. No parecen comprender que la razón, sin un pueblo que la respalde, puede servir muy bien para el solazamiento y el onanismo intelectual, pero no para hacer política desde las instituciones. Instituciones sin las cuales, como parece aceptar el propio zapatismo con esta candidatura, es imposible frenar la embestida de un capitalismo salvaje como el que hoy devora a nuestro país.

Como la dirigencia zapatista, la figura de Andrés Manuel debería ser absolutamente criticable, sus errores son evidentes y su indefinición en temas clave no puede sino resultar irritante. No obstante, se equivocan quienes desde una posición ensoberbecida, de superioridad y privilegio, desde la atalaya que les da una verdad encontrada en aulas universitarias a las que la mayoría de las y los mexicanos no han podido tener acceso, desde las teorías que discuten en cafés de la Condesa o en el círculo de intelectuales al que jamás tendrá acceso la vendedora ambulante que vota por MORENA, desprecian a quienes se sienten identificados con la figura de Andrés Manuel López Obrador.

Quienes llaman “morenitos”, “pejezombis”, fanáticos, ignorantes o alienados, a las personas que componen el voto duro de MORENA y que -por más que no les guste- se parecen mucho a la mayoría de nuestro pueblo; quienes desprecian, por no ser “anticapitalista”, a la mujer de la tercera edad que nunca acabó la secundaria y sin embargo va a todas las presentaciones de libros organizadas en los círculos de lectura de MORENA; quienes se lamentan de que la mujer con tres hijos que hace la limpieza en casas ajenas no sea lo suficientemente consciente para darse cuenta de que AMLO no es “verdaderamente de izquierda”; quienes se burlan de las y los pensionados que se identifican con el discurso de Andrés Manuel o de las y los vendedores ambulantes que se emocionan en sus mítines, pueden ser los más inteligentes en la teoría, conocer mejor que nadie el diagnóstico de nuestro país y enumerar con la exactitud de un reloj suizo los artículos de esta o aquella carta de derechos, pero entienden muy poco qué significa construir un pueblo.

Y sin eso es muy difícil ganar y muy fácil vivir en la autocomplacencia.

 

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