Cuando Daniel parió a Diana

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Michael W. Chamberlin

Rompeviento/2 de marzo de 2021

 

¿Cuánta tolerancia podemos tener a la violencia? El domingo 21 de febrero se cumplieron 14 años de la desaparición de Daniel Cantú Iris; su madre, Diana Iris García, lo ha buscado incansablemente desde entonces.

Daniel salió un 20 de febrero de 2007 alrededor de las 10 de la noche del domicilio de sus padres en Saltillo, Coahuila, para encontrarse con su patrón, Héctor Francisco León García, conocido como Pancho León, y José Ángel Esparza León, compañero de trabajo, en el Hotel Fiesta Inn de esa ciudad. Al día siguiente saldrían a la Mina “Coyote Stone”, propiedad de Pancho León, ubicada en Paredón, en el municipio de Ramos Arizpe.

El miércoles 21 de febrero del 2007, Daniel Cantú envió un mensaje a su papá desde su teléfono celular, diciendo: “-todo bien papá, voy al cerro, aquí nos vamos a quedar hoy también, -sale, al rato te aviso, cuídate”. Desde entonces no volvieron a tener comunicación con Daniel.

Según la versión del encargado de la mina esperaban a los tres hombres desde el miércoles 21 de febrero, pero nunca llegaron, el último mensaje que tuvo del Sr. León García fue alrededor de las 12 de día, donde también le informa que pasaría a Ramos Arizpe. A la fecha no se sabe nada de los tres.

Daniel, originario de Saltillo, era un joven deportista, recién egresado de la universidad, tenía escasos cuatro meses trabajando para Pancho León. Este era un empresario del mármol de Gómez Palacio, Durango, en la región de La Laguna. Héctor Francisco León García fue candidato a senador por el PRD en el estado de Durango en el 2006 y estaba buscando la candidatura a la presidencia municipal de Gómez Palacio al momento de su desaparición, lo que hace pensar en un posible móvil político.

Daniel es de los primeros jóvenes en inaugurar una época de terror que hoy suma a más de ochenta mil personas desaparecidas. Han pasado diversas reformas constitucionales y leyes tanto en el ámbito federal como estatal, capacitación de funcionarios, elaboración de protocolos de búsqueda y de identificación forense, nuevas dependencias gubernamentales, más funcionarios y construcción de edificios, informes, reportes, carpetas, peritos, declaraciones, detenidos, pero el paradero de Daniel, como en la mayoría de los casos, sigue sin conocerse, y los responsables, como en la mayoría de los casos, siguen en la impunidad.

¿Cuánta tolerancia podemos tener a la violencia? Una manera de adormilar la conciencia es hablar de números y no hablar de las personas y las vidas detrás. Yo conozco a Diana en la lucha, y a Daniel a través de ella. Daniel hoy estará orgulloso de ver cómo su mamá se ha hecho fuerte enfrentando la angustia de no saber cómo está; cómo ha domado el dolor de su ausencia, no porque ya no lo tenga sino porque no se deja dominar por el dolor; cómo ha apagado el sentimiento de culpa, que tantas madres llegan a tener, porque los únicos culpables son los que se lo llevaron; cómo ha superado los sentimientos de odio hacia los responsables, porque entiende que de allí nace la violencia que se llevó a su hijo. Con mucho dolor, Daniel parió a su madre en una nueva mujer que, como muchas otras y muchos otros, es ahora dueña de su vida y de su historia.

Diana es coordinadora del colectivo FUUNDEC-M (Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila y en México) en Saltillo. Con otras mamás, mujeres fuertes y guerreras, y algunos papás no menos valientes, se han acompañado a lo largo de 11 años en el largo viacrucis que ha significado enfrentar a las autoridades y sus limitaciones para entender y atender el fenómeno de la desaparición. Lejos de ello, han sido ellas en el colectivo quienes se han dado a la tarea de estudiar derechos humanos, derecho internacional, política pública, antropología, cartografía, documentación; entienden de macrocriminalidad, de análisis de contexto, de tecnología para la búsqueda, de análisis político, de corrupción y de impunidad. Sobre todo, se han dado a la tarea de alimentar su espíritu.

Las mamás han pasado por un proceso de reflexión y de toma de conciencia, por medio de una metodología de acompañamiento del Centro de Derechos Humanos Fray Juan de Larios, enraizada en la escuela de pensamiento de Monseñor Samuel Ruiz, que pone en el centro de su quehacer la promoción de la dignidad de la persona (y desde allí dialoga con los derechos humanos) y su capacidad de agencia, es decir, la libertad efectiva para alcanzar lo que más valoran. La clave está en alcanzar esa libertad como requisito y condición para una lucha exitosa. La toma de conciencia activa de su dignidad y sus derechos hace que dejen de concebirse a sí como víctimas para ser sujetas y sujetos de su vida (en el plano moral) y de la historia (en el plano social y ético).

Las mamás han podido entender a lo largo del tiempo que la desaparición de sus hijos e hijas no las hizo un objeto de victimización, que la conciencia de su dignidad de personas las inmuniza de los intentos de utilizarlas (cosificarlas) por mercaderes de la política o pseudosalvadores. Entendieron que las autoridades son sus iguales, y les hablan de frente y sin miedo, exigiendo que cumplan con su deber y no pidiendo dádivas. No se pierden entre tanto discurso, su demanda es la verdad: saber qué pasó y saber dónde están, y la justicia: saber quién lo hizo, que no lo vuelva a hacer y que no vuelva a pasar.

Más aún, entendieron que todas las víctimas tienen dignidad y derechos, pero que el dolor que la desaparición produce a veces les hace dudarlo y las lleva a lugares indignos, a veces, de más violencia: comprendieron la empatía. Descubrieron además que los perpetradores también son sus iguales y en más de una ocasión, he sido testigo, han abogado para que no les torturen: entendieron la compasión.

¿Cuánta tolerancia podemos tener a la violencia? Tanta como la que albergamos en nuestro corazón. Diana y las mamás de FUUNDEC-M, como otros colectivos, no piden lastima por su sufrimiento, piden solidaridad para que habiendo justicia no le pase a nadie más; no se preguntan si los perpetradores sufrirán tanto o más que sus hijos, se preguntan cuándo terminará la pesadilla; no buscan su propio beneficio, aunque tengan ese derecho, dicen “buscamos a todos y todas”; piden justicia, pero sobre todo piden un país donde la justicia no esté desaparecida. Llenan su corazón de lucha y esperanza de un mundo mejor para ellas y para todas y todos, así expulsan el odio que los corazones rotos a veces albergan.

Daniel parió a Diana a la conciencia como le ha pasado a Lulú, Mireya, Carmen, Romanita, Martha, Lety, Ángeles, Luisa, María del Carmen, Adriana, María Elena, Rosa, Lupita, Lucía, Chayito, Socorro, Daniel, Raúl, Francisco, Lorenzo, y a muchas mamás y papás de personas desaparecidas, es por eso que su lema “buscándoles nos encontramos” recobra sentido como autodescubrimiento, solidaridad, comunidad y esperanza porque personas como Diana, como las mamás de FUUNDEC-M y otras reunidas en colectivo, en este renacer, harán que algún día en México haya verdad y justicia.

A 14 años de la desaparición de Daniel Cantú Iris, exigimos verdad y justicia para todas y todos los desaparecidos de México y hacemos honores a las mamás y papás, hermanas y hermanos, tíos y tías, abuelas y abuelos, que buscan a las personas desaparecidas.

A los 10 años de la partida de Don Samuel, son patentes los frutos de las semillas de dignidad y lucha que nos enseñó.

#HastaEncontarlos

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