Coparmex contra la democracia

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Tal parece que para la Confederación Patronal de la República Mexicana, conocida como Coparmex, el país no ha cambiado.

Tal parece que para ese organismo cupular, que congrega a un numeroso sector de los empresarios y dueños de negocios del país, México y sus instituciones siguen siendo un changarro particular, del que alguno de ellos es propietario único y socio exclusivo.

Está muy claro. Desde hace ya bastantes meses, casi desde la elección de julio del ‘18, el actual presidente del organismo, Gustavo de Hoyos Walther, comenzó una contracampaña mediática enfocada hacia dos objetivos: por un lado oponerse enfáticamente a las decisiones y programas planteados por el gobierno de la Cuarta Transformación, y por el otro posicionar al propio Gustavo como figura política y social relevante ante la ausencia de liderazgos opositores.

Sólo como ejemplos: apenas la semana pasada, la Coparmex criticó la renuncia del oscuro Ministro Eduardo Medina Mora, sobre quien pesa una pesada sombra de corrupción y vinculación directa con el crimen, al tenor de “a juicio de la Coparmex, el Ministro Medina Mora esclareció públicamente el origen y cuantía de las transacciones financieras que se le atribuyeron en distintas fuentes periodísticas”.

¿Pruebas? Ninguna. Sólo porque lo dice la Coparmex.

Para la controversia sobre el nuevo aeropuerto, igual. El aeropuerto debe hacerse porque debe hacerse. O su rechazo a la construcción de refinerías. Y al Tren Maya. Y a los programas de empleo para jóvenes. Crítica. No absoluto, porque lo dice el organismo.

Para la conmemoración de su aniversario número 90, también ocurrida la semana pasada, diversos dirigentes y ex dirigentes del organismo se lanzaron abiertamente a una andanada de críticas y desafíos contra el gobierno actual que, según diversos medios, rozó abiertamente con el llamado a la desobediencia empresarial hacia el gobierno vigente:

“Los empresarios y la Coparmex somos interlocutores, no súbditos”, habría expresado ante los suyos el ex dirigente Jorge Ocejo.

“Ya no es el tiempo de Tlatoanis… México es nuestro”, diría por su parte Juan Pablo Castañón, también ex presidente del organismo.

¿Qué es lo que está pasando en ese organismo?

Una renuencia. Resistencia. Recordemos que la Coparmex fue uno de los organismos que, ligado estrechamente al Partido Acción Nacional en mayor medida, y al PRI en menor proporción, empujó la imposición de las pautas precisas y los mecanismos infames del modelo neoliberal, del que fueron beneficiarios principales durante los últimos 40 años.

Recordemos que la Coparmex, ese sector de empresarios indolentes, voraces, tenía derecho de picaporte en las oficinas del poder y toleró sin ambigüedades que ese modelo económico arrebatara todos los beneficios sociales a millones de personas, despojara de derechos y prestaciones a los trabajadores y orillara a la pobreza extrema a casi la mitad de la población de nuestro país.

Recordemos que fueron cómplices, que ganaron ellos mucho, mientras nos despojaban a los demás de casi todo lo que era nuestro.

El gobierno actual ha impuesto una nueva dinámica en las relaciones con la iniciativa privada, con nuevas reglas y nuevas normas: los empresarios tienen voz, el Consejo Coordinador Empresarial, la otra poderosa cúpula empresarial, está sentado a la diestra del Presidente, pero ya no es la única voz que le habla al oído, ni la única que cuenta, ni la más poderosa, ni la que decide: el famoso “devolver a la política al centro del poder”.

Y la Coparmex, encabezada por Gustavo de Hoyos y otros filopanistas renuentes, parece negada a asumir el nuevo rol.

Parece decidida en oponerse al mandato de 30 millones de votos que gritamos un sonoro ¡Ya basta! que iba dirigido precisamente a ellos, a sus aliados: a los voraces saqueadores que ganaban siempre y se niegan a dejar de ser los únicos ganadores, aunque eso signifique desafiar abiertamente las reglas de la democracia.

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