Becas y clasismo (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas
Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

Becas y clasismo

 

En el país de los privilegios reservados para unos cuantos, para muy pocos, que gente excluida desde siempre acceda a mínimos bienes y servicios es visto como una afrenta, como un insulto. Los chillidos clasistas de las y los privilegiados han estallado en las redes sociales al observar que estudiantes pobres presumen, felices, el dinero recibido por su beca Benito Juárez del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Las quejas son muchas y formuladas desde varios ángulos: “para eso no son mis impuestos”; “muy mal que les den dinero sin esforzarse”; “lo van a gastar en pendejadas”, pero todas con el mismo afán de demeritar no sólo al programa en sí, sino sobre todo a las personas beneficiadas. Por supuesto, no han faltado los memes insultantes y clasistas a más no poder.

            México exuda clasismo, esto es, discriminación hacia las clases sociales más pobres: campesinos, desempleados, obreros, trabajadoras domésticas, comerciantes informales, etc., y se acentúa si además de la ubicación de clase se añade la condición étnica de pertenencia a uno de los pueblos originarios; y se recrudece si además de pobre e indígena se es mujer. México es profundamente clasista, racista y patriarcal, rasgos que se formaron a lo largo del tiempo y que se remontan a la época colonial. De ahí que si apenas hay un mínimo atisbo de consideración hacia los pobres, que no necesariamente significa justicia social, los aullidos clasistas, racistas y machistas se escuchan con ecos provenientes del siglo XVII, evocando a encomenderos y hacendados y su “derecho” de pernada.

            Los pataleos clasistas y sus bufonadas vueltas memes apuntan a demeritar el sistema de becas del gobierno federal, incluso sin conocer sus resultados. Se trata de burlarse de las y los excluidos por el simple hecho de haber recibido la fabulosa cantidad de $800 pesos mensuales del programa Becas para el Bienestar de las Familias, dirigido a familias de escasos recursos con hijos en preescolar o en educación básica (primaria y secundaria); o los extraordinarios $1600 pesos bimestrales, en el caso de estudiantes de nivel medio superior que se han beneficiado con las becas Benito Juárez. Se busca socavar un sistema de becas construido con criterios cercanos a la universalización, no basado en principios de exclusión a partir de la excelencia académica, expresada mediante calificaciones. De esta forma, el programa Jóvenes Escribiendo el Futuro está dirigido a menores de 29 años que cursen una carrera en una universidad pública y pertenezcan a una etnia, sean afrodescendientes o habiten en zonas de alta marginación y violencia. No se les exige promedio académico mínimo, cosa que para el clasismo rampante significa premiar al huevón, a la cultura del flojo, como si sobrevivir excluido durante generaciones no implicase suficiente esfuerzo.

            Si los lamentos clasistas por las becas para estudiantes son ridículos, los eructos por las vilipendiadas “becas para ninis” son francamente vergonzosos. ¡¿Cómo es posible becar a jóvenes que no estudian ni trabajan?! Expelen su tufo, fuera de sí, los insignes herederos de la encomienda, los nietos de los cachorros de la Revolución corrompida, los nuevos ricos surgidos de la depredación neoliberal y los clasemedieros con ínfulas luego de su viaje a Las Vegas (pagado a duras penas y a meses sin intereses). Las becas Jóvenes Construyendo el Futuro están orientadas hacia la capacitación para el trabajo y en principio se estima alcanzar a 2.3 millones de mexicanas y mexicanos que recibirán $3,600 pesos mensuales. Pero esto no lo entiende el clasismo que habita en vastos sectores de la sociedad mexicana que ve amenazado su estatus, sus privilegios, su despotismo con que se para ante el mundo.

            Al parecer, y luego de leer los tantos quejidos clasistas por las becas del gobierno federal, era preferible que esos miles de millones de pesos fueran a parar a inversiones offshore en paraísos fiscales, es decir, al sistema financiero especulativo, esto es, al lavado de dinero. Según se desprende de las agrias críticas de sicarios del periodismo, de académicos de pose y “excelencia”, de influencers insuflados de estulticia, las becas del gobierno de AMLO son la expresión más nítida de que el tabasqueño conduce al país irremediablemente hacia el fango del populismo. Periodistas, académicos e influencers que no saben, u olvidan deliberadamente, que las becas para la capacitación laboral son comunes en otros países y han sido clave tanto para cambiar el destino de miles de personas como para el desarrollo económico.

            Al igual que otras personas en el país, fui beneficiado por una beca para realizar mis estudios de posgrado. Sin la beca, difícilmente hubiera podido estudiar una maestría y un doctorado. Y pude acceder a la educación superior porque mi padre, a su vez, fue becario durante varios años (al mismo tiempo que trabajaba). A mi papá le tocó la última oleada del proyecto cardenista de educación, lo que le dio la oportunidad de tener una beca para sus estudios en la vocacional y posteriormente en la Escuela Superior de Economía. Insisto, sin esa beca la historia de mi familia (incluida mi hija y mi hijo y mis nietos, si los hay) hubiera sido otra por completo. La beca que benefició a mi padre ha trascendido a dos generaciones más, cuando menos.

            Precisamente ese es el mayor alcance de las becas: brindan la posibilidad de cambiar la biografía de miles de personas a través de la movilidad social que aún, y pese a todo, da la educación. Es cierto que en el país hay miles de jóvenes con carrera terminada que no ejercen su profesión, por lo que se ven obligados a subsistir en la economía informal, pero de allí no se desprende que deban eliminarse las becas, por el contrario, el dato indica la necesidad de reorientar la educación superior, y la educación técnica, hacia aquellos sectores de mayor demanda. Hacer mofa de las becas y, sobre todo, de las y los beneficiados, no solo es una estupidez propia del clasismo, sino también signo de ignorancia sobre las necesidades del país y evidencia del egoísmo propio de los privilegiados, que suponen que ellos y solo ellos (y ellas) pueden acceder a cierto consumo, a cierto bienestar.

            Al mismo tiempo, y no es un dato menor, las becas son una importante inyección al mercado interno, por lo que criticar que los jóvenes y las estudiantes lo gasten en celulares, en cine o en caguamas, en términos de la dinamización de la economía, poco importa.

            En lo personal, celebro mucho que una estudiante nahua, o tzotzil, o yaqui, o afrodescendiente tenga una beca con la cual pueda comprar cuadernos, zapatos o lo que ella quiera y necesite. Celebro que su biografía pueda dar un giro y quizás, dentro de unos años, la pobreza, la exclusión y el machismo no estén presentes en su vida. Festejo esa posibilidad porque si sucede, tendremos, sin duda, un mejor país.

 

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