Ayotzinapa, el jardín del edén y la limpieza social

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Luis Hernández Navarro

Coordinador de Artículos de Opinión de La Jornada

Twitter: @lhan55

Los trabajadores agrícolas se preparaban para salir al campo en la granja bautizada como El jardín del Edén, en Atoyac, Guerrero, cuando un destacamento militar los rodeó. Encapuchados, con rifles de asalto, cortando cartucho, unos 35 soldados les exigieron que pusieran las manos en la nuca y a quienes estaban en las oficinas del predio les ordenaron bajar con los brazos en alto. Otros 50 resguardaban los alrededores en sus hummers y camiones. No llevaban órdenes de cateo.

   Los uniformados revisaron cada rincón de la oficina, las habitaciones y el jardín. Luego inspeccionaron los vehículos buscando a ver qué encontraban. Molesto, uno de los trabajadores le dijo a un soldado que lo encañonaba: “oiga me está apuntando y cortando cartucho muy cerca…”. El militar le respondió: “¡preocúpese solo cuando le dispare!”.

     Cinco horas después se fueron de la granja de permacultura. No tardaron mucho. Regresaron casi inmediatamente para llevarse con ellos a 8 jornaleros y al ingeniero Arturo García, responsable del proyecto. “Deben acompañarnos al cuartel primero y luego a dar una vuelta”, les dijeron.

   Los militares y sus detenidos enfilaron rumbo al camino a San Martín. En la orilla del monte el convoy se detuvo. Los uniformados obligaron a los presos a bajar de los vehículos, los formaron en la orilla del camino, les ordenaron quitarse las playeras, les exigieron vendarse con ellas los ojos y les amarraron pies y manos. El oficial al mando cortó cartucho y simuló que les iba a disparar si no le decían lo que él quería.

     Arturo García se quitó la venda y encaró al oficial: “Tome nota que la gente de Atoyac ya sabe que ustedes nos tienen. Los periodistas esperan ya información; están observando su comportamiento...” El mando militar se intimidó y le dijo que se fuera. Una tanqueta lo regresó hasta El jardín del Edén. Los trabajadores siguieron retenidos.

     Un rato más tarde llegó a la granja otro grupo de soldados, con un perro detector de enervantes y armas. Catearon el predio y las instalaciones nuevamente, revisándolo centímetro a centímetro. Un oficial se dedicó a rebuscar en los escritorios, papeles, fotografías, cualquier cosa que pareciera sospechosa o que fuera evidencia de algún ilícito. No encontraron nada.

   Dos horas más tarde llegaron los detenidos. Los militares los habían trasladado al cuartel. Allí los interrogaron. A dos de ellos los torturaron echándoles tehuacán en la nariz. Les preguntaron si sabían quién vendía drogas en Atoyac. Finalmente, vendados, los soltaron en la subida hacia la sierra. Cinco días después, dos de los trabajadores capturados aparecieron muertos. Nadie investigó los crímenes.

     Hace ya tiempo que sucedió esta historia. Fue el 21 de octubre de 2009. Arturo García la relató en El día en que El Jardín de El Edén fue acallado. Pero no es un asunto del pasado. Hechos así siguen aconteciendo desde entonces en Atoyac y la Costa Grande Guerrero de manera regular. Las historias, con nombre y apellido de las víctimas, circulan por multitud de comunidades de la Sierra, donde muchos de sus habitantes son parientes o se conocen. No se olvidan. Son tema de conversación recurrente. Y de temor. No parece haber un recuento exhaustivo de las bajas.

   El patrón es similar en casi todos los casos. Elementos castrenses detienen a civiles sin órdenes de aprehensión. Los interrogan con buenas y malas maneras. Después los liberan. Días más tarde, sus cuerpos sin vida son encontrados por sus vecinos. Las autoridades no investigan lo sucedido. Los asesinatos quedan impunes.

   Con frecuencia, los ejecutados cometieron delitos en las comunidades. Robaron o secuestraron Algunos fueron parte de pequeños grupos delincuenciales informales. Ninguno estaba relacionado con los grandes cárteles que operan en la región, que siembran, procesan y comercializan amapola y marihuana, sin grandes inconvenientes. Para las grandes bandas del crimen organizado esos maleantes que escapan a su control son un problema. Entorpecen la buena marcha de los grandes negocios. Eliminarlos es una forma de librarse de una molestia.

   Lo sucedido en la Costa Grande de Guerrero es una forma de limpieza social. Es decir, de eliminación física de personas juzgadas como indeseables. No es un hecho ajeno a las comunidades de la región. Durante la guerra sucia de 1969-1979 el Ejército asesinó y desapareció a centenares de pobladores a los que se acusó de colaborar con la guerrilla. La historia está viva en la memoria regional.

     Estas ejecuciones se dan en un clima nacional que las favorece. De acuerdo con el Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014, presentado el mes pasado por la Organización de las Naciones Unidas, 8.8% de los mexicanos aprobaría acciones de “limpieza social”, mientras que 32.8% no las aprobaría, pero “sí entendería” que un determinado grupo asesine a gente considerada “indeseable” (http://goo.gl/SsjZDL).

     Pero resulta que los ejecutados no son exclusivamente delincuentes. La violencia extrajudicial y las desapariciones en la entidad se han cebado también en contra de los luchadores sociales. Tan sólo durante 2013 fueron asesinados 13 líderes populares.

   Fue en este contexto de limpieza social que suscitó hechos como los narrados a propósito de El jardín del Edén y la eliminación violenta de opositores sociales en Guerrero, que el pasado 26 de septiembre se asesinó a seis personas (3 de ellas normalistas rurales) y se desapareció a 43 estudiantes de Ayotzinapa. Lo sucedido en Iguala no fue un accidente.

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Comentario 1
  • Fernando Rivadineira

    esta nota solo expone que los militares fueron a investigar en el lugar ya que presuntamente se sospechaba de que en la granja se cometían actos delictivos, es de esperarse que se dieran reconocimientos para detectar alguna anomalía en la zona, ya que en guerrero la delincuencia se ve por doquier se tiene que acabar con los que solo envenenan al país con sus narcóticos .

    Responder
    2 julio, 2015

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