Analfabetismo funcional (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Sociólogo. Profesor Investigador de la Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

Analfabetismo funcional

Una cosa es leer y otra comprender. Vuelve a leer y verás. Pareces un analfabeta funcional, Javier.

Tatiana Clouthier, dirigiéndose a Javier Lozano.

 

El pasado 5 de abril en el noticiero de Carmen Aristegui, el Senador por Puebla y la coordinadora de la campaña de AMLO se enfrascaron en un duelo verbal en el que aquel salió más que raspado. Javier Lozano, acostumbrado al vituperio, la majadería y el cinismo quedó pasmado ante la caracterización de la señora Clouthier cuya expresión fue dura, pero precisa y esencialmente definitoria: una cosa es leer y otra muy diferente acomodar los argumentos a conveniencia.

Javier Lozano es conspicuo representante de lo peor de la clase política nacional: es pendenciero, oportunista, escaso de luces y por eso urgido de reflectores, ha hecho de la estridencia su mejor arma argumentativa, llevando el discurso político de altura (como uno supondría en un Senador de la República) a nivel de vodevil barato. Entre Lozano y Carmen Salinas, correligionarios de partido y adeptos al lenguaje soez, no hay más diferencia que el género y los años. Ambos son pájaros que cruzan el pantano y lo secan.

Lo peor de todo es que los Javier Lozano abundan en el escenario político nacional, particularmente (que no en exclusiva) en el PRI. Y digo lo peor porque es necesario preguntarnos por qué proliferan y se reproducen a mansalva estos “representantes populares” con grandes ínfulas, pero escasas capacidades. Si la política en México ha sido envilecida es a causa de tales esperpentos.

Algunas hipótesis del analfabetismo funcional, atávico a los “representantes populares”, apuntan sin lugar a dudas al corporativismo instaurado por el PRI (y sus antecesores, el PNR y el PRM). Porque en el corporativismo no se necesitan inteligencias y talentos que analicen, discutan, deliberen y decidan, sino “operadores políticos” de voluntaria servidumbre que garanticen la conducción de las masas a los mítines y las reuniones, a las manifestación de presión, a la violencia si es preciso, y a las urnas en cada proceso electoral. Son estos “operadores políticos”, analfabetos funcionales, los que aspiran a trepar en la escalera del partido a través del servilismo, la genuflexión y la mentira.

Los analfabetos funcionales no son la excepción sino la constante en el país. El dardo lanzado por Tatiana Clouthier da en la diana no sólo de Javier Lozano, sino de muchos otros integrantes de la llamada “clase política”. Diputados y diputadas, senadores y senadoras, regidores y regidoras y un sinnúmero de “líderes” de variopintas siglas que no pueden utilizar sus capacidades de lectura, escritura y cálculo en su actividad profesional.

Los analfabetas funcionales saben leer (o al menos deletrear) pero no comprenden más allá de lo que su prejuicio les indica. Saben escribir (o cuando menos garrapatear) sin embargo son incapaces de redactar ya no una iniciativa de ley, tan solo un tuit con mediana coherencia sintáctica y corrección gramatical. Saben las operaciones aritméticas básicas pero no las usan, salvo para hacer las cuentas de los votos faltantes a fin de lograr el acuerdo a conveniencia. Ah! y para contar los millones de pesos robados a través de múltiples trinquetes.

El analfabetismo funcional en la política nacional se nutre de miles, de cientos de miles, quizás de millones de analfabetas que no por anónimos son menos perniciosos. Legiones de oportunistas que construyen su curriculum a través de fotos con personajes encumbrados un escalón más arriba en la estructura del partido, con favores personales en lo oscurito y con la abyecta disciplina necesaria para el culto a la personalidad.

El analfabetismo funcional tiene nombres y apellidos: Javier Duarte, César Duarte, Roberto Borge, Carlos Romero Deschamps, Humberto Moreira, Tomás Yarrington, por mencionar algunos contemporáneos y correligionarios del ahora priista, el impresentable Javier Lozano. En la memoria están muchos otros analfabetos funcionales: Fidel Velázquez, Gonzalo N. Santos, Arturo Durazo o Gustavo Diaz Ordaz, por señalar algunos de los de la vieja -y podrida- guardia.

Eraclio Zepeda (de ingrata memoria como político, pero gran cuentista) contaba una anécdota. Decía que en alguna ocasión, siendo diputado federal por el PSUM, olvidó sus lentes en su curul por lo que tuvo que regresar a buscarlos, un par de horas después de terminada la sesión. Al llegar al recinto se percató que la tribuna estaba iluminada y un diputado -que jamás había subido a hablar- fingía una apasionada intervención, al tiempo que varios fotógrafos registraban la simulación “para la posteridad”. Patética escena, sin duda, peor aún porque según Laco Zepeda había varios diputados esperando turno para subir a tribuna a simular acaloradas participaciones.

La anécdota es más que eso, es una realidad palmaria en los congresos locales en nuestro país e incluso en las cámaras de diputados y de senadores. Baste observar cómo los coordinadores de las bancadas ordenan a sus legisladores votar en uno u otro sentido, muchas veces sin que medie debate ni análisis alguno. Una mirada, un guiño, una señal son suficientes para indicar el sentido de la votación. Los analfabetas funcionales obedecen sin chistar.

La estatura real de los analfabetos funcionales es menor, muy pequeña, diminuta. Porque solamente siendo un político de baja, de ínfima estofa se puede denigrar una actividad noble e importante a un nivel de mera simulación, como programa de televisión con risas y aplausos grabados después de la lectura trompicada del teleprompter. De allí que en escenarios reales el analfabeta funcional exclama con tristeza: “Ya sé que no aplauden”.

El analfabetismo funcional está lejos de ser inocuo. Por el contrario, es profundamente dañino y extremadamente peligroso cuando de entre sus catervas emergen personajes que a la postre logran convertirse en el Primer Analfabeta Funcional de la Nación. Los resultados de su banalidad y su ignorancia han dejado a México en la ruina.

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