Agazapados (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Académico. Director de Desarrollo Económico del H. Ayuntamiento de Xalapa, Ver.

Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

 

Agazapados

Roma, la película de Carlos Cuarón, la presencia de miles de familias en el Centro Cultural Los Pinos (entre otras cosas, para ver Roma) y los comentarios en redes sociales sobre el debate entre Denise Dresser y Gibrán Ramírez, han vuelto a evidenciar el racismo que corre en las venas de este maltratado y mestizo país. La película de Cuarón (que no he visto) pone en pantalla como protagonista a una mujer de origen mixteco (la ya famosa Yalitza Aparicio) que ha sido objeto de burlas por su aparición en portadas de revistas, en Los Pinos los pasillos y salones han sido abarrotados por miles de familias pobres (nacos y chairos) para escándalo de las "buenas" familias, mientras que al politólogo Gibrán Ramírez en las redes le han endilgado el epíteto de “ídolo olmeca”, cuando en realidad él mismo ha puesto en claro que su origen es oaxaqueño: chontal y mixteco.

El racismo es una de las expresiones más nítidas de que en México la democracia sigue siendo una asignatura pendiente, ya que es imposible construir un país en los que todas y todos contemos con los mismos derechos (eje de cualquier sistema democrático), si el color de piel define por default las oportunidades a las que se tiene acceso. El racismo en México es ostensible y se corresponde con la desigual distribución de la riqueza.

En nuestro país la pobreza es de piel oscura, por ello no sorprende que los ataques de los grupos de mayor poder económico vayan indefectiblemente acompañados de embates racistas, evidentes u ocultos, en contra de los treinta millones de votantes (de todos colores, por cierto) que decidimos optar por la opción representada por MORENA y sus candidatos. El mismo nombre del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) alude tanto al color de piel de la mayoría de las mexicanas y mexicanos, como a la Virgen de Guadalupe, la Morenita del Tepeyac y Santa Patrona de los millones de fieles católicos en el país. El México pobre es mayoritariamente guadalupano y moreno.

Después de más de treinta años de políticas “modernizadoras” y en pleno siglo XXI es evidente que hay un racismo de muy viejo cuño que en fechas recientes incluso se ha animado a manifestarse por las calles de la Ciudad de México, en la llamada marcha fifí, espoleado por la toma de protesta del Presidente Andrés Manuel López Obrador. Ese racismo rancio, brutal, ignorante e intolerante es el núcleo duro del protofascismo que en México se esconde en las sombras, que opera en lo oscurito, agazapado, y amenaza a las autoridades recientemente electas.

Seríamos peligrosamente ingenuos si supusiéramos que el odio destilado a raudales antes de las votaciones del 1° de julio arrió banderas y espera, agazapado, nuevos tiempos electorales para manifestarse o la venia de fuerzas ideológicamente afines allende las fronteras; en lo absoluto, los grupos más intolerantes de la sociedad mexicana estarían reorganizándose –es la hipótesis- para atacar con toda su visceralidad, pero también con todos sus recursos, la incipiente Cuarta Transformación anunciada y encabezada por AMLO.

No existe referente alguno en la historia de ningún país para suponer que el arribo de la izquierda al gobierno no produzca una reacción en los grupos tibiamente opositores, tampoco en los abiertamente de derecha, ni mucho menos en los francamente fascistas. Y los hay en México, desde luego, con ingentes recursos económicos, ideológicos, políticos e incluso armados. Que hasta el momento hayan asomado la cabeza tímidamente no significa que no estén organizándose para emprender acciones de mayor envergadura. El racismo es apenas la punta del iceberg del odio de clase, y de raza, que yace en lo más profundo de la reacción en nuestro país, agazapado.

El riesgo de que la derecha más reaccionaria actúe por cauces ajenos a las vías institucionales no es menor: hay mucho encono en el ambiente político, lo cual, sumado a la irritación derivada de las políticas impulsadas por AMLO, produce un caldo de cultivo ideal para grupos que habían permanecido ocultos o al menos operando con discreción, expresen toda su violencia, su odio de clase, sus prejuicios, su ignorancia, su vil racismo, con toda contundencia e incluso con violencia. Estos sectores tienen poder y mucho: cuentan con medios de comunicación, con periodistas o comentaristas afines, con empresas de todo tipo y de todo tamaño, con jueces y magistrados, con caricaturistas, artistas y científicos, con gran presencia en la iglesia católica y en otras iglesias, con simpatizantes en las fuerzas armadas, con lazos internacionales con organizaciones de turbia trayectoria; cuentan, incluso, con los cárteles del crimen organizado que no ven ideología más allá que la del poder y la del dinero. Estos sectores fueron duramente golpeados por la elección del 1° de julio, pero ahí están, reorganizándose, acumulando fuerza, tejiendo alianzas, discretos y agazapados.

Agreguemos a este peligroso escenario el debilitamiento de los partidos a través de los que históricamente la derecha ha encontrado cauce a su ideología y sus intereses: el PRI y particularmente Acción Nacional. Por cuanto al primero, es claro que el país entero le dio la espalda luego del infame sexenio del más torpe, y el más torvo, presidente del que se tenga memoria, y mire usted que ha habido cada espécimen. Peña Nieto terminó su mandato de manera humillante, hundido en las encuestas y repudiado por todo México. Por su parte, la debacle del PAN ha sido estrepitosa y ni siquiera el “triunfo” (fraudulento) obtenido en Puebla aminora el estruendo de su caída: la corrupción, que fue su bandera de lucha durante muchas décadas, se filtró paulatinamente y a la postre erosionó la estructura entera del partido.

Los más feroces y peligrosos opositores a la nueva etapa que vive México están allí: ocultos, trazando las rutas de su violencia, definiendo sus liderazgos, construyendo los discursos que les permitan sumar seguidores, organizando las acciones que incrementen su capacidad política, perfilando las alianzas que potencien su capacidad de destrucción. El racismo que exudan, hasta sin darse cuenta, es una de las evidencias de que están allí: regocijándose de sus prejuicios, alimentando con insultos y diatribas el odio que les define, insuflando su petulancia a fuerza de mentiras. Allí están, agazapados.

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