¿Admirar lo despreciable?

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J. Jesús Esquivel

Corresponsal de la revista Proceso en Washington

@JJesusEsquivel

 

 

 

¿Admirar lo despreciable?

 

Washington – Me pregunto lo difícil que será actualmente ejercer la labor de docencia de periodismo en México.

¿Cómo se puede explicar a los estudiantes que un “periodista” sea un extorsionador denunciado por la víctima y, al mismo tiempo, el conductor de un noticiario transmitido a nivel nacional? ¿Y que otro reportero haya sido asesinado semanas después de que salió huyendo del estado de Veracruz, por amenazas a su seguridad, y que ahora lo quieran responsabilizar de su propio crimen?

No quisiera estar en los zapatos de los maestros de periodismo.

La realidad de la prensa mexicana en estos momentos no es un aliciente codiciado para que muchos jóvenes quieran emular este oficio que tanto amamos algunos de los que nos dedicamos a ello.

En un país normal y verdaderamente democrático, cualquier periodista o conductor de noticias –que no es lo mismo- hubiese sido despedido en el mismo momento en el que se le acusara de chantaje. México parece ser la excepción.

Una nación democrática, de leyes, que ofrece garantías a los derechos humanos y a la libertad de expresión, no permitiría que la muerte de tantos periodistas quede impune y sin meter tras las rejas a los asesinos y autores intelectuales del crimen. Mucho menos, que a un reportero asesinado en un multihomicidio ahora se le pretenda achacar la responsabilidad de su muerte.

Cierto, nadie que haya pecado puede arrojar la primera piedra, pero duele en la piel que el periodismo mexicano se haya convertido en un mercado de intereses.

La arrogancia que tienen algunos de mis colegas en esta profesión para desquiciar lo más probable, cuando se trata del asesinato de reporteros de provincia, y que con sus columnas no pueden ocultar la línea gubernamental, creo que desalienta a los jóvenes que sueñan con llegar a ser parte y paladines de la libertad de expresión y del periodismo mexicano.

¿Cómo creer lo que cada noche le dice a millones de televidentes un conductor de noticias a quien una mujer multimillonaria -realidad económica que precisamente le permite hacer la denuncia sin temor alguno- acusa públicamente de extorsión y de manipulación de reglamentos y leyes en contubernio con funcionarios públicos para beneficio personal?

Esta realidad de la prensa enturbia más las aguas de impunidad con las que el gobierno de Enrique Peña Nieto quiere bañar a México.

¿Cómo pedirle al “periodista” del noticiario de televisión más visto del país que hable de las corruptelas, abuso de poder y arrogancia con los cuales se maneja el gobierno federal, si él es parte del problema? Eso sí, muchos de los llamados “columnistas” de los medios nacionales no tienen empacho en acuñar las líneas del gobierno que pretende manchar la memoria de un periodista asesinado que ya no puede defenderse.

Los mismos columnistas que usan la patraña para desquiciar contra quien ya no está y que se sienten los señores feudales del periodismo, no se han atrevido a pedir la cabeza de un “periodista” extorsionador pese a las evidencias irrevocables. Si sus jefes corren al “periodista” extorsionador, solo en ese estado de desgracia algunos de quienes ahora lo condonan se atreverán a hacer leña del árbol caído.

Lo que ocurre en México con la prensa no deja de ser un sistema clasista. A esos periodistas que usan trajes de diseñador, que manejan autos caros y que desayunan, comen y cenan en restaurantes con políticos, empresarios y gente famosa, aunque mientan, aunque cometan delitos y aunque sean corruptos, no se les toca. Solo hasta que caigan en desgracia. Es la regla.

A los reporteros que creen en la libertad de prensa y aman la profesión pero que no tienen el salario que les permita usar, ya no trajes de diseñador, sino por lo menos un traje corriente todos los días, a ésos se les hace trizas. Más aun si ya están muertos y no pueden defenderse.

Como todo lo que está ocurriendo en México y que se ha acentuado en los últimos tres años, la realidad de nuestra prensa es de pena ajena. Todos somos pecadores y cómplices de nuestra actualidad. Condonamos y hasta justificamos a los que son una vergüenza para este oficio. ¿Y de aquellos que ya están muertos? Que se diga lo que se diga, al fin que muertos están.

Margensur (2 de septiembre 2015)
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