Adiós al corrupto: no al perdón (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Académico. Director de Desarrollo Económico del H. Ayuntamiento de Xalapa, Ver.

Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

Adiós al corrupto: no al perdón

Es tanta la corrupción que no alcanzarían las cárceles; voy a perdonar, no habrá confrontación.

Andrés Manuel López Obrador

Inicia la última semana del peor sexenio en la historia reciente de México, y mire usted que ha habido muy malos. Enrique Peña Nieto llega al fin de su gobierno sumido en el descrédito, con pésimos niveles de aprobación y nula credibilidad de los “logros” que presume en medios de comunicación y redes sociales. Por mucho se trata del peor presidente que ha tenido México, y mire usted que hemos tenido cada fichita en la silla presidencial. Peña Nieto se ha ganado a pulso un sitio de honor en el salón de la ignominia nacional.

Cabeza visible de un poderoso grupo de políticos que han hecho del servicio público un medio para enriquecerse salvajemente a costa del erario, Enrique Peña Nieto termina su administración con la corrupción como el principal signo de identidad de su gobierno, y mire usted que ha habido sexenios brutalmente corruptos. Pero el de Peña se distingue porque a la enorme corrupción se suman la ineficiencia gubernamental, la frivolidad llevada a límites insultantes, el autoritarismo ante la crítica y la disidencia y la estupidez como rasero en la toma de decisiones. El telepresidentito quedó a deber no sólo a la ciudadanía sino incluso a los mismos grupos de poder a los que sirvió durante los últimos doce años (6 como gobernador y 6 como inquilino de Los Pinos).

El daño al país está hecho, es doloroso, profundo e inocultable. Peña Nieto no solamente no cumplió con sus promesas de campaña (¿recuerdan aquellos 266 compromisos firmados ante notario promocionados con el slogan “Te lo firmo y te lo cumplo”?), tampoco su actividad al frente del Ejecutivo estuvo apegada a la legalidad amén de que a su sombra surgieron esperpentos como Javier Duarte, César Duarte o Roberto Borge, por citar sólo a tres de miles. Gobernadores inmensamente corruptos que sirvieron a Peña Nieto al tiempo que esquilmaron las finanzas de los estados que “gobernaron”.

La lista de agravios a la nación cometidos por el telepresidentito es enorme y de profunda huella: la Casa Blanca (y similares en Malinalco, por ejemplo), los 43 normalistas desaparecidos en Iguala y la estupidez de la “verdad histórica”, el desmantelamiento y venta de Pemex, la invitación al entonces candidato Donald Trump, las groseras cantidades de dinero utilizadas para promocionar su imagen y la de su gobierno, las lesivas “reformas estructurales”, entre muchos otros. Destacan, de entre tantos agravios, las miles de familias desplazadas por la violencia, las más de cuarenta mil personas oficialmente desaparecidas y la poca voluntad del gobierno federal para encontrarlas.

Las heridas en la sociedad mexicana provocadas por la espiral de violencia van a tardar varias generaciones en sanar y no será sencillo puesto que el país carece del personal capacitado suficiente para atender esta emergencia humanitaria; pero una cosa es cierta: el único camino hacia la paz es la justicia y la garantía de no repetición del daño. Por eso es éticamente inaceptable el perdón a los responsables (no sólo a los ejecutores) de tantos muertos y desaparecidos; por eso es políticamente un desacierto hacer borrón y cuenta nueva; por eso es inadmisible obviar la impartición de justicia para castigar a los culpables. En esta tesitura, Peña Nieto (y muchos funcionarios más) debe ser llevado a juicio para responder ante la nación por los posibles delitos cometidos en el ejercicio de sus funciones.

Dice AMLO que va a “perdonar” porque son tantos los corruptos que no alcanzan las cárceles para meterlos a todos. En primer lugar, él no es juez y no está en sus manos el perdón (menos sin juicio de por medio), en segundo lugar y como Presidente de México debe cumplir con el compromiso contraído con los treinta millones de personas que lo elegimos. La instrucción del pueblo (como gusta AMLO de decir) es clara: exigimos justicia, reparación del daño y garantía de no repetición. Y si no hay cupo en las cárceles, que se vacíen de inocentes procesados por ser pobres, no por ser delincuentes: entonces van a caber todos los corruptos.

Esta semana decimos adiós al corrupto Enrique Peña Nieto, pero no podemos aceptar que se le perdone sin antes llevarlo a juicio. Porque si no hay justicia, pueden venir nuevos Peñas Nietos en el futuro: allí está Brasil para recordarnos que un sistema que genera grandes presidentes como Lula también crea monstruos como Bolsonaro.

La corrupción tiene muchas caras y no se trata solamente del desvío de recursos para atracar las finanzas públicas. Significa también que cada peso robado es un peso que no se destinó a atender las enormes demandas sociales de alimento, vivienda, salud, educación, empleo, cultura, agua, etc. No se puede perdonar la corrupción porque en el diagnóstico que el mismo AMLO hace la identifica como una causa de la pobreza en el país, por consiguiente y siendo congruente, el Presidente que asumirá el 1° de diciembre está obligado a acabar con la corrupción, compleja tarea que exige el castigo a los corruptos.

Adiós al corrupto Enrique Peña Nieto, bienvenida la justicia.

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