Lecciones inmediatas de #Vivasnosqueremos

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Ricardo González Bernal

Coordinador del Programa Global de Protección de Article 19

@R1card0G0nzalez

Lecciones inmediatas de #Vivasnosqueremos


 

Después de la marcha del pasado 24 de abril han surgido voces (la mayoría de hombres) denunciando (quejándose) el tono excluyente de la movilización, apuntando también al tono “innecesariamente” confrontativo. Hay inclusive quienes denuncian haber sido injustificadamente agredidos y censurados. A partir de casos específicos en un acto multitudinario ha habido quien insiste en hacer generalizaciones que sugieren la misandria y extremismos de quienes participaron, así como su propensión a la censura. Aunque son pocas esas voces que señalan esto, por lo menos en público, vale la pena detenerse para procurar no perder la oportunidad de aprender la enorme lección del pasado domingo.

 

Lo que presenciamos el pasado domingo fue la gestión por parte de una coalición ad hoc y diversa de feminismos, que construyó un espacio lo suficientemente seguro para que a través de la ocupación del espacio público y en línea, las mujeres nombraran y condenaran las violencias machistas de las que son víctimas a diario.

 

No fue la primera ni la última marcha feminista en México, pero algo sin precedentes pasó en más de 40 ciudades el pasado domingo. Miles de personas ocuparon el espacio público y cibernético para exigir un alto a las violencias machistas. Miles personas, por lo menos 10,000 en la Ciudad de México, usaron sus cuerpos para ocupar el mismo espacio en donde a diario son acosadas. También utilizaron el holograma digital de sus cuerpos para compartir sus propias historias de violencia y nombrar a sus acosadores. Esto no fue un hecho fortuito o producto de la estrategia de un grupo en particular.

 

Existen dos elementos esenciales de las protestas públicas, por un lado, la ocupación (momentánea, continua o intermitente) del espacio público y/o cibernético y, por el otro, la disrupción (momentánea, continua o intermitente) de la cotidianidad. La ocupación del espacio público es de hecho una táctica recurrente en movimientos sociales alrededor del mundo en lo que va del siglo XXI. A diferencia de otros casos de ocupación masiva del espacio público, como Ucrania, Egipto y Hong Kong, la marcha del pasado domingo logró evitar que la marcha fuera definida a partir de la táctica, es decir la ocupación, pudiendo así dirigir la atención al problema que estaban nombrando: las violencias machistas.

 

Sin importar el sexo o la identidad de género, entrar a la marcha implicó un proceso específico. Tratar memorias personales enterradas entre el dolor y el olvido. Tomar una posición abierta sobre el tema que se planteaba. Y para los hombres, ojalá hayan sido mayoría, implicó además un ejercicio de autocrítica respecto al privilegio que significa ser hombre y cómo esto afecta las relaciones de poder que generan las violencia machistas. Quien participó en la marcha entendía que, al hacerlo, entraba en un espacio (seguro) creado por y para mujeres. Podemos llamarle espacio seguro o un espacio autónomo, como hace más de 16 años las comunidades zapatistas en Chiapas nos enseñaron que era posible crear espacios físicos de resistencia, autogestión, lejos de las estructuras formales del poder político.

 

No fue un desfile sino un espacio seguro ambulante

 

Una definición sencilla, es la ofrecida por Sian Ferguson, que define los espacios seguros como “lugares o comunidades -ya sea en línea o fuera- donde la intolerancia y las perspectivas opresivas no son toleradas. Son ambientes controlados (en la medida en que puedan serlo) en los que la gente puede discutir ciertos temas y apoyarse el uno al otro”. Estos espacios tienden a tener reglas estrictas y preestablecidas, esto tiende a poner nerviosos (sí, así en masculino) a quienes aún defienden la anquilosada perspectiva (neo)liberal del derecho a libre expresión. Como bien apunta Ferguson, “respetar un espacio seguro -un espacio al que nadie tiene la obligación de entrar- no afecta en realidad el derecho a la libre expresión. Después de todo, si alguien quería hablar sobre las violencias o acoso contra hombres, bien pudo hacerlo lejos de la ruta de la marcha o sin utilizar el hashtag #miprimeracoso.

 

La existencia de este tipo de espacios tiende a generar incomodidad (por decir lo menos) entre quienes tienen el privilegio frente a quienes sostienen los espacios seguros. No causa sorpresa, entonces, ver a personas blancas desgarrarse las vestiduras ante las posturas de resistencia de Black Lives Matters, o a mestizos privilegiados llamar racistas a quienes nombran la exclusión de los pueblos indígenas. Hay inclusive voces que hablan ya también de una “dictadura rosa” que amenaza a la familia y las identidades de género tradicionalmente asignadas, y hombres que denuncian la conjura “feminazi”.

 

Claro que el debate público libre y robusto es importante. Pero también lo es que esas voces y cuerpos tradicionalmente excluidos y oprimidos tomen un papel central y reviertan (aunque sea momentáneamente) las relaciones de poder existentes. Ferguson lo explica otra vez de manera muy sencilla: “Además del debate, la creación de espacios donde las personas pueden sanar y conectarse entre sí también son necesarios”.

 

Aunque hubo quien no pudo o no quiso entender, el domingo se construyó un espacio autónomo por y para mujeres, y hubo hombres que atendieron a la lección ofrecida por la marcha.

 

El uso y la defensa de los espacios seguros

 

La táctica de la ocupación del espacio público presenta grandes retos. Primero, a menudo los movimientos que adoptan esta estrategia pueden ser vulnerables a la infiltración de agentes provocadores, espías, etc. Y en segundo lugar, existe un flanco de vulnerabilidad inclusive en las propias dinámicas de la diversidad de opiniones a nivel interno. Por ello, quienes sostienen estos espacios a menudo se ven en la necesidad de defender los espacios ganados además de utilizarlos. En un brillante artículo sobre este tema, Matt Bulberry cita un testimonio de un joven activista de Ucrania: "¿Cómo seguimos defendiendo a nosotros mismos y el espacio que hemos creado?"

 

El uso y defensa de los espacios seguros/autónomos puede causar una cierta polémica debido a la definición anquilosada de las tácticas no-violentas y, en sí, las concepciones principistas y monolíticas de qué constituye una acción violencia en el contexto de una marcha. George Lakey, estudioso del tema, ha lanzado en repetidas ocasiones el reto a la comunidad académica para trascender esa idea acartonada de la no-violencia sostenida en el mito creado por Occidente de movimiento independentista de Gandhi, así como en la definición anticuada de Gene Sharp.

 

Tal vez gritarle “cerdo maldito” a un policía, o “prensa vendida”, pueda ser considerado como violento. Usar un drone para rociar pintura a un edificio público o huevos a las afueras del Senado o de un edificio de un medio de comunicación, también califique para algunas personas como violencia, y por lo tanto como una acción inaceptable. Pero toda acción directa debe ser entendida en su debido contexto y entendiendo los alcances simbólicos y concretos. No pasaron más de 24 horas, cuando la puerta del Palacio de Presidencia quedara como nueva, luego de haber sido vandalizada el 20 de noviembre del año pasado durante una de las marchas por los 43 de Ayotzinapa. No pasan más de 10 horas para ver cómo una cuadrilla cubre todas las pintas de una marcha sobre el Paseo de la Reforma. Entender esto nos obliga a nombrar a menudo violencias estructurales mayores, como aquellas producidas por la impunidad, la desigualdad y, en sí, la frustración.

 

Durante la marcha del domingo pasado, uno de los contingentes intentó pintar sobre el “anti-Monumento” de los 43 erigido en la esquina de Bucarelli y Paseo de la Reforma. La acción (directa) causó polémica entre las personas que marchaban, hubo jaloneos y discusiones airadas. La idea de ese contingente era pintar “nosotras no somos Ayotzinapa”, no porque no fueran solidarias sino para señalar el hecho de que a pesar de las miles de mujeres asesinadas a diario durante décadas en México no han contado con el apoyo y solidaridad brindada al caso de los estudiantes (hombres) de la Normal Rural de Ayotzinapa. Ciertamente, una declaración confrontativa, directa y abiertamente confrontacional, pero precisamente para eso son los espacios seguros. Para nombrar lo innombrable.

 

En un estupendo texto publicado en el sitio de Radio Zapote, Lola Dolor invita a una reflexión más amplia y abierta sobre la intención, alcance y simbolismo de la acción que pretendía realizar ese grupo protestante. “No tratamos de engrandecer una lucha en detrimento de otra. Tratamos de ocupar los pocos espacios (en cuya creación también contribuimos) disponibles para la expresión del dolor, el hartazgo y la indignación social. (...) A los que, al más puro estilo de granadero de Mancera, ‘defendieron’ el ‘anti’ monumento, los quisiera ver defender de la misma forma los cuerpos que, igual que su cacho de fierro, hemos servido a tantas y tantas causas”.

 

Por otro lado, el periodista Carlos Mendoza publicó un texto titulado “La vez que fui agredido por feministas extremistas”, en donde da cuenta de los gritos de los que fue objeto al igual que otro par de reporteros (todos hombres) por uno de los contingentes. Su error, según escribe, “tener pene”, a pesar de ser “un feminista de convicción”. Aunque la violencia física en contra de periodistas o cualquier persona no puede ser justificada, vale la pena recordar que cualquier manual de seguridad para periodistas durante protestas señala la necesidad de entender el contexto y situarse en el mismo. Cubrir una protesta no es lo mismo que cubrir un desfile, cubrir una protesta es adentrarse en un espacio ocupado, con reglas específicas y dinámicas de poder particulares. Una regla de oro en la cobertura segura de protesta es entender a cabalidad las implicaciones logísticas y simbólicas de la presencia de la prensa y del medio determinado, y la encarnación que su propio cuerpo representa en ese contexto. Sería interesante reflexionar, a partir del texto de Mendoza, si en realidad le gritaban a él o a lo que representaba en ese momento y en ese contexto específico. Otra regla importantísima en la cobertura de protestas es el respeto a la privacidad de quienes participan en ella. La expectativa de privacidad no se suspende en los espacios públicos aun durante los actos de protesta. Ni los medios, ni mucho menos una autoridad, tienen derecho absoluto a fotografiar a una persona. Quienes tienen experiencia cubriendo protestas, a menudo señalan que la mayoría de las veces la mejor manera de cubrir una protesta es manteniendo cierta distancia de quienes participan.

 

La marcha del pasado 24 de abril, así como los hechos concretos que he mencionado, nos ofrecen la posibilidad de discutir de manera seria no sólo lo relacionado con violencias machistas, sino también lo que honestamente entendemos como derecho a la protesta e inclusive lo que entendemos como protesta pacífica. ¿Qué tan real es nuestro compromiso con el derecho a la protesta? ¿Qué tanta disposición existe para proteger este derecho entendiendo sus alcances, tácticas y simbolismos?

 

Abrirse a esta discusión no sólo es una alternativa sino una necesidad urgente, si es que tomamos en serio el impulso de un cambio social a través de la protesta. Así como el respeto de este como un derecho humano. Para ello, habrá que advertir, seremos confrontados con prejuicios y privilegios relacionados con la clase social, la opinión política y sí… la condición de género.

 

Salvo excepciones aberrantes, en abstracto todas las personas nos identificamos como demócratas. Si la discusión es lo suficientemente vaga, cada persona se asume como defensora de la diversidad de opiniones y pluralismo de voces. Es más, cuando las conversaciones carecen de suficientes detalles todas las personas parecemos creer firmemente en la igualdad. Sin embargo, el hecho de que vivamos en un país con un sistema democrático enclenque, en donde la estigmatización de ideas y voces se promueve por igual desde el poder, como desde los medios y en la convivencia diaria, y donde, además, la desigualdad por múltiples razones es la media a lo largo y ancho del país, nos obliga a reconocer exactamente lo contrario.

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Comentario 1
  • wendy

    Con respecto a la solidaridad con Ayotzinapa, hicimos pase de lista cuando pasamos los contingentes separatistas.

    Responder
    27 abril, 2016

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