Fotografía y contrainformación; de Japón a México

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Manuel Ortiz Escámez

Sociólogo y fotógrafo documental. Profesor en la UNAM.

@ManuOrtizE

Foto Japón
Mito Kosei, contrainformación con fotografías en Hiroshima                                        Foto: Manuel Ortiz Escámez

Fotografía y contrainformación; de Japón a México

Recuerdo a Mito Kosei rodeado de turistas en una calle de Hiroshima. Fue hace años en una agradable mañana de verano. La gente lo miraba con atención y sorpresa. Algunos fruncían el rostro cada que Kosei, con los brazos extendidos hacia arriba, cambiaba la página de un álbum con escalofriantes fotografías correspondientes a los daños causados en su ciudad por el lanzamiento de la bomba atómica.

Kosei, un sonriente exprofesor de historia, de mirada cálida y palabra profunda, con quien me unió posteriormente una buena amistad, me contó en esa ocasión que pertenecía a una agrupación de sobrevivientes de la bomba atómica, cuya misión era recordarle a la gente lo ocurrido aquel trágico 6 de agosto de 1945, y así promover la paz.

Muy cerca de donde conocí a Kosei estaba el Museo Memorial de la Paz, un sitio que brinda a los turistas locales y extranjeros un recorrido con miles de fotografías y grabaciones sonoras sobre estos mismos hechos. No obstante, me explicó Kosei, el museo fue diseñado a modo de no contrastar con la versión oficial norteamericana sobre el lanzamiento. Por tal motivo, Kosei y otros sobrevivientes de la bomba atómica dan su versión de los hechos en la calle, empleando para ello algunas de las mismas fotografías que muestra el museo, pero añadiendo su palabra, su crítica, su denuncia, su misma anécdota.

Kosei me contó que algunas personas lo criticaban fuertemente por mostrar, en plena vía pública, fotografías de gente con el rostro destrozado, la piel derretida, los huesos a la vista. “No hacemos esto para ofender, ni como una falta de respeto a las víctimas. Nosotros también somos víctimas. Nos duele profundamente lo ocurrido. Algunas de esas fotografías son de nuestros mismos familiares. Mis padres y mis hermanos murieron por la bomba. Nuestro mensaje va acompañado de fotografías porque sabemos que éstas tienen una conexión directa con los sentimientos. La gente olvida fácilmente las palabras, pero no las imágenes. Para nosotros, la falta de respeto consiste, justamente, en ocultar estas fotografías, o mostrarlas descontextualizadas, como lo hacen en el Museo Memorial de la Paz”.

Los planteamientos de Kosei sobre el vínculo entre memoria y fotografía, encuentran sincronía con los de algunos neurocientíficos, sociólogos y especialistas en comunicación. El sociólogo Douglas Harper emplea fotografías en sus entrevistas, con el fin de evocar recuerdos sepultados en las profundidades de la mente, los cuales difícilmente resucitarían en una conversación o entrevista convencional. Las fotografías, asegura Harper, son poderosas detonadoras de memoria y emociones porque se procesan en partes más evolucionadas de nuestro cerebro. En el mismo sentido, el comunicólogo Roman Gubern asegura que las imágenes se procesan, junto con la información sensorial, en el hemisferio derecho del cerebro, mientras que el hemisferio izquierdo se especializa en lo verbal, lo conceptual y lo analítico.

El debate sobre fotografía, razón y memoria es inagotable. El hecho relevante para esta columna es que la historia de Kosei me lleva a pensar en las fotografías de violencia en México, y en particular en la polémica causada por el texto y una fotografía que hace algunas semanas compartiera en redes sociales la periodista Sanjuana Martínez, en torno al brutal asesinato de Anabel Flores, la víctima número 16 en la lista de periodistas asesinados en el escalofriante gobierno de Javier Duarte en Veracruz.

“Hoy no voy a escribir más. Me voy con esta imagen aterradora del crimen de la periodista Anabel Flores, clavada en el corazón… Hoy, me van a disculpar. Hoy tengo derecho a llorar”, escribió Sanjuana. El texto, acompañado de la pavorosa imagen, alcanzó 10 millones de visitas, fue compartido 100 mil veces y generó 19 mil comentarios de diversa índole. Recuerdo que lo leí después haber tenido una estupenda tarde de baile con mi esposa, mi hijo en camino y mi perro Zapote. Lo recuerdo bien, porque después de ver esa imagen, no me quedó ni un gramito de la felicidad que minutos antes me inundaba. Esa imagen me impidió dormir aquella noche, e hizo que me levantara al día siguiente con el mismo sabor amargo que tantas veces nos ha provocado la narcodictadura que impera en México.

Algunos, entre ellos queridos colegas, dicen que por respeto a Anabel Flores y a sus hijos, Sanjuana no debía haber mostrado esa fotografía. Otros pensamos que ese tipo de imágenes, aunque profundamente dolorosas, deben ser mostradas en determinados contextos y con ciertos textos, pero sobre todo por personas con una ética y una moral intachable como la de Sanjuana, para que no se nos olvide el terror que se vive en algunas regiones de nuestro país.

Recordemos que no se entendería la fuerza del movimiento pacifista contra la invasión de los Estados Unidos en Vietnam, sin terribles imágenes como la fotografía de Huynh Cong, de la niña Kim Phuc quemada con napalm. Cabe señalar que la publicación de esta imagen también fue señalada por algunos como una falta de respeto a la pequeña, no solo por sus quemaduras, sino por su desnudez. De hecho, la misma Kim Phuc ha declarado que por años se sintió avergonzada por aparecer en la fotografía. No obstante, es importante recordar que fue el mismo Cong quien llevó a la niña a un hospital y esto, posiblemente, fue lo que le salvó la vida.

¿Se debía o no haber publicado la fotografía de la niña desnuda y quemada con napalm? ¿Se debía o no haber compartido la fotografía de Anabel Flores? ¿Debería o no Mito Kosei seguir mostrando esas aterradoras imágenes en la vía pública? ¿Dónde está la frontera entre la legítima y necesaria denuncia, lo grotesco y la perversidad en nombre de la libertad de expresión?

Como bien sabemos, cuando las fotografías de hechos violentos se sacan de contexto contribuyen a la normalización de estos hechos, así como al morbo, la desinformación, el miedo paralizador y, lo peor, a la denigración de la víctima y sus familiares. Un repugnante ejemplo de ello en nuestro país es El Gráfico, este pseudoperiódico que lucra con la sangre y la infame cosificación femenina.

El poder, también lo sabemos, ha utilizado eficazmente a la fotografía para mentir. Con fotografías ad hoc se ha logrado la construcción del enemigo desde la cúspide de la oligarquía (fenómeno del cual nos habló el querido y recién fallecido Umberto Eco); así como la estigmatización del indígena, del pobre, del migrante, del negro, de la mujer, del estudiante, del campesino, del luchador social, del levantado y asesinado, del otro que no es el poderoso. Pero del otro lado, desde abajo, como lo hace Kosei, como lo hace Sanjuana, como lo hacen cientos de fotógrafos comprometidos en nuestro país, como lo hiciera Rubén Espinosa, estas fotografías también se han utilizado para desmentir, para denunciar, para no olvidar, para detonar indignación y solidaridad.

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