Paradojas de la administración pública (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas


Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

Paradojas de la administración pública

 

Con frecuencia escuchamos las voces de los servidores públicos, particularmente mandos altos y medios, que se lamentan reiteradamente por lo se conoce como “señales cruzadas”, esto es, por la confusión generada por atender a dos -o más- instrucciones o mandatos que son, en esencia, antagónicos entre sí. No es nada sencillo resolver una encrucijada que encierra una paradoja puesto que cualquier elección que se haga, y peor aún si no se actúa, es correcta sin duda, pero al mismo tiempo se incurre en una falta. Estamos ante un sistema que genera paradojas; sistema que, por cierto, no es exclusivo de la administración pública, en las empresas privadas se vive, con enorme angustia, en medio de múltiples paradojas.

El problema con un sistema que genera paradojas es que el sujeto siempre está en falta: haga lo que haga está en lo correcto (salvo si no hace nada), pero al mismo tiempo será insuficiente, para el sistema y para sí mismo, de tal forma que se exigirá más para corregir los fallos o insuficiencias, pero al hacerlo quizás corrija algunos yerros, pero inevitablemente incurrirá en otros y así sucesiva e infinitamente. Las paradojas del sistema atrapan no sólo a los sujetos, sino a las mismas estructuras: áreas, departamentos, direcciones, etc., que, por un lado, al cumplir cabalmente sus funciones, por el otro irremisiblemente incurren en fallos y desatinos.

Un ejemplo. Hace años un funcionario del SAT me dijo: “estamos obligados a cumplir la normatividad, pero al mismo tiempo estamos obligados a dar resultados. El problema es que, si acatamos la normatividad, no podemos dar resultados; y al revés, si queremos mejorar los resultados (incrementar la recaudación) no hay de otra más que incumplir la normatividad”. ¿Y cómo resuelven esta situación?, le pregunté: “hacemos lo que todos. Medio damos resultados y medio cumplimos con la normatividad. No se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo”, respondió. En otros términos: las paradojas generadas por el mismo sistema abren la puerta a la simulación. Al mismo tiempo, abren la puerta a la gestión de paradojas, algo en lo que no hay ni mucha información ni mucha experiencia.

Otra expresión de las paradojas de la administración pública es la planeación. Ejercicio fundamental para la racionalización de recursos, la distribución de tareas, la asignación presupuestal y la evaluación de resultados, entre otros procesos, la planeación encierra en sí misma una paradoja: es una representación de la realidad organizacional que requiere detallarse lo mejor posible, pero la representación es eso, no la realidad en sí; al mismo tiempo, la realidad de la organización requiere representarse a través de la planeación, a sabiendas que la complejidad y vitalidad de lo real es irrepresentable. En otros términos, se necesita representar lo que de suyo es irrepresentable a efecto de alcanzar objetivos, metas y resultados planeados con arreglo a criterios racionales, aunque es posible, y probable, no alcanzarlos. Así es un sistema generador de paradojas: una serpiente que se muerde la cola.

Toda vez que la racionalidad administrativa es incapaz de contener en sus estructuras, manuales, procesos, organigramas, planeación, etc. a los sujetos concretos, a la propia complejidad de la organización, a los eventos fortuitos, entre otros factores, se generan zonas de incertidumbre que son el escenario de la lucha por el poder de grupos e individuos. Esto es, las zonas de incertidumbre que dejan los sistemas administrativos en su funcionamiento paradójico son ocupadas por los diferentes grupos de poder en constante pugna en pos de sus intereses y objetivos, que no necesariamente son los mismos para la organización en su conjunto (una Secretaría, una Dirección, un Ayuntamiento, un organismo descentralizado, por citar algunos ejemplos). Si no es un grupo será otro el que ocupe las zonas de incertidumbre, en una lucha de poder incesante e inevitable. En esta tesitura, es necesario reconocer que en los ejercicios de planeación la presencia de grupos en lucha por el poder, suele ser omitida, como si el poder no tuviera injerencia en la racionalidad administrativa. Nada más falso, pero irónicamente nada más dejado en el olvido.

Una de las paradojas más complicadas de comprender y resolver (por así decirlo, en esencia es irresoluble) es la que tiene que ver con la continuidad y el cambio de la propia organización y su administración. La organización requiere estabilidad para lograr máximos de eficiencia y óptimos de eficacia, pero al mismo tiempo requiere transformación para ajustarse a las circunstancias, siempre cambiantes. Se requiere una “estabilidad cambiante”, o una “transformación estable” si se me permiten las paradójicas expresiones.

Pensemos en el muy complejo sistema de salud pública de nuestro país, ahora que ha ocupado la atención de medios, redes y opinión pública. El sistema de salud en gran medida está colapsado, pero no por las iniciativas del gobierno de AMLO, sino por las políticas públicas de los últimos treinta años, que si no acabaron con el sistema de salud fue porque quienes han ocupado las zonas de incertidumbre encontraron la posibilidad de hacer pingües negocios con la salud de las y los mexicanos. El sistema de salud pública fue devastado por el neoliberalismo, pero no al punto de la extinción debido a las jugosas ganancias obtenidas a través de licitaciones y concursos a modo, sobrefacturación, “planeación” de cortísimo plazo que obligaba a compras urgentes (y con sobre precios), entre otros negocios quizás forzadamente legales, pero inmensamente turbios. Se requieren transformaciones profundas en el sistema de salud pública, por supuesto, pero sin que el sistema (con toda su precariedad) se detenga un solo día, ni un minuto siquiera. La salud de miles de personas está en riesgo.

Si hay desabasto de medicamentos es porque la administración anterior, en su planeación con orientación a los cuates, así lo dejó establecido; no se le puede adjudicar a la administración entrante (a 6 meses de iniciada) los yerros de la anterior administración. Pero eso no implica que el gobierno de AMLO, en particular el secretario del ramo, Jorge Alcocer, y el de Hacienda Carlos Urzúa, no tengan las herramientas legales, políticas, administrativas y técnicas para diseñar y ejecutar las acciones correctivas necesarias para resolver el abasto de medicamentos, las becas de los jóvenes pasantes, la asignación de plazas de médicos y enfermeras(os) o cualquier otro de los miles de problemas del sector. Lo que no pueden, es ser omisos. Quizás algunas de esas acciones no sean las ideales, pero el sistema no puede detenerse hasta disponer de mejores opciones. Tal vez algunas acciones impliquen reproducir esquemas de trabajo que pretenden superarse, inclusive es posible que viejos grupos de poder y empresarios vinculados a ellos, salgan beneficiados. Sí, es posible, pero inevitable. La paradoja es que para transformar el sistema de salud quizás sea necesario reproducir, temporalmente o en ciertas regiones, los mismos vicios que se pretenden superar.

Por ejemplo, la compra consolidada de medicamentos, material de curación, equipamiento, etc. sin duda es una acción necesaria y de envergadura, pero no puede ser una camisa de fuerza que impida la flexibilidad necesaria para atender las necesidades no previstas en la planeación. Demorar un día la entrega de un medicamento puede significar la diferencia entre la vida y la muerte de muchas personas. Demorar unas horas la entrega de anestesia en los hospitales puede significar que cientos o miles de pacientes no sean intervenidos quirúrgicamente con oportunidad. En el ámbito de la salud cualquier dilación es mortal, e inclusive, puede dar lugar a consecuencias legales para los responsables de la demora.

La breve reflexión es extensiva a CONACYT, a los centros nacionales de investigación, a los institutos donde se hace la ciencia y el conocimiento en México. No es posible despedir a cientos de investigadores con el argumento -válido, sin duda- de la dilapidación de recursos que se hizo en otras administraciones. Pero no hay que tirar al niño junto con el agua sucia. El país no puede darse el lujo de invertir millones de pesos en la formación de cuadros científicos para despedirlos por desajustes presupuestales que, además, son producto de pésimas decisiones de otras administraciones.

Y la reflexión es extensiva también al propio aparato de la administración pública: los despidos a mansalva disminuyen el peso de la nómina, sin duda, pero al mismo tiempo disminuyen la capacidad operativa, de aprendizaje e innovación de la misma administración. Hay que cambiar el rumbo, desde luego, pero sin alterar la ruta… ¿Paradoja? Desde luego.

La administración del gobierno de AMLO está obligada a transformar(se), pero para hacerlo debe, en muchos casos, reproducir parcialmente rasgos del sistema que pretende cambiar. Es una paradoja, sin duda: transformar a través de la reproducción de aquello que se quiere cambiar.

 

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