El peligro del clasismo

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Dr. Ricardo Bernal

Profesor Investigador de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad La Salle

@FPMagonista

 

El peligro del clasismo

En la última década los debates sobre desigualdad han concentrado la atención de expertos y de una parte de la opinión pública nacional e internacional. De manera cada vez más convincente, la academia ha proporcionado evidencias que muestran un importante aumento en la desigualdad por ingreso durante las últimas décadas en buena parte del mundo. El impresionante trabajo de documentación de Thomas Piketty en El Capital en el siglo XXI ha ayudado a impulsar una discusión cada vez más amplia en la que se han involucrado especialistas de diferentes disciplinas.

En México, la evidencia estadística permite distinguir tres fases vinculadas a este tema a partir de la segunda mitad del siglo XX. De 1963 a 1984 se observa una disminución constante de la desigualdad en la distribución por ingreso; a partir de 1984 la tendencia cambia y se registra un aumento considerable hasta el año 2000; entre el 2000 y el 2004 hay una ligera disminución de la desigualdad, pero se encuentra aún por encima de los niveles de los años ochenta. Desde entonces no hay variaciones importantes. La constatación de una desigualdad que persiste a pesar de los distintos cambios de gobierno es tanto más importante cuanto consideramos que sus consecuencias afectan prácticamente todos los ámbitos de nuestra organización social.

En el 2018 el Colegio de México presentó un importante informe sobre nuestro país en el que muestra el carácter relacional de la desigualdad (las desventajas de unas personas corren en paralelo a las prerrogativas de otras), la interdependencia de sus distintas dimensiones (las desigualdades por ingreso se suman y se acumulan a otras formas de desigualdad por género o por origen étnico) y su encadenamiento en el curso del tiempo (las desigualdades afectan el ciclo de la vida de una persona y tiene implicaciones intergeneracionales).

A pesar de que las evidencias empíricas muestran los efectos de la desigualdad en temas cruciales como la permanencia escolar, el hallazgo de trabajos de mejor calidad o el reconocimiento de los derechos más básicos, aún queda mucho por estudiar respecto a la forma en la que la desigualdad se reproduce social y culturalmente. No obstante, la ENADIS 2017 elaborada por CONAPRED ofrece un panorama general sobre los efectos estructurales de la desigualdad y sobre los prejuicios y estereotipos que siguen vigentes en nuestra sociedad.

Aunque las desigualdades se asientan en estructuras de poder que se cristalizan en nuestras prácticas institucionales, el tema de las percepciones y de la reproducción de prejuicios y estereotipos no es de ninguna manera secundario. En realidad, nuestras prácticas cotidianas y nuestros discursos se encuentran permanentemente imbricados. Por lo mismo, uno de los temas de los que debemos hacernos cargo es la manera en la que la desigualdad se hace presente en el debate público.

Si la discriminación puede entenderse como el hecho de “dar un trato desfavorable de desprecio inmerecido a determinada persona o grupo”, el clasismo y el racismo, al igual que los discursos machistas y xenófobos, construyen su lógica intentando presentar a un individuo o a un grupo como naturalmente -cuando no biológicamente- inferior o menos capacitado para algo. Este discurso no sólo soslaya el peso de las desigualdades estructurales y las desventajas relacionadas con el origen y con las oportunidades, también suele atribuir a sus detentores una narrativa que justifica su supuesta superioridad y el merecimiento de sus privilegios.

En ese contexto, resulta preocupante que en su legítimo afán de expresar su animadversión a las decisiones de la actual administración un sector de la sociedad y algunos miembros de la prensa hayan comenzado a normalizar expresiones discriminatorias, clasistas o francamente racistas vinculadas al tono de piel, la edad, la capacidad intelectual, la “educación” e incluso el raciocinio de los miembros o los simpatizantes del actual gobierno.

En buena medida, el tránsito a una democracia consolidada en nuestro país pasa por el combate a las distintas formas de desigualdad. Hacer visibles los privilegios que estructuran una nación desigual como la nuestra puede resultar incómodo. Sin embargo, poner sobre la mesa las formas de injusticia y las asimetrías acumuladas por décadas no es lo mismo que reivindicar la desigualdad del privilegio y los discursos clasistas, elitistas y racistas que lamentablemente han comenzado a reaparecer en el espacio público, aunque sea de forma pálida.

 

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