Una vida libre de violencia (Margensur)

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Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

Una vida libre de violencia

 

Las marchas de miles de mujeres en contra de toda forma de violencia se han prodigado por todo el país, sin embargo, el acoso en el transporte público, en centros de trabajo y escuelas, no cesa; tampoco disminuyen las agresiones en calles, plazas y centros comerciales; ni la violencia doméstica, los secuestros o los feminicidios. No soy el más indicado para decirlo (no soy mujer), pero hay suficiente evidencia para afirmar que en México las mujeres viven en permanente estado de incertidumbre y, aún más, con el miedo incrustado en todo su cuerpo, en toda su historia, en su memoria e incluso en su perspectiva a futuro. Insisto, hablo solo de lo que escucho sin otra intención más que la de tratar de entender –al menos parcialmente- la realidad de las mujeres en nuestro país y lo que como hombres podemos y debemos hacer.

Las movilizaciones de miles de mujeres en todo el país son de enorme relevancia, pero es imprescindible que deriven en políticas públicas que en el corto plazo frenen la violencia contra ellas, particularmente los secuestros, el acoso y los feminicidios, y en el mediano plazo erradiquen toda forma de violencia (física, económica, simbólica, etc.) en contra de niñas, adolescentes y mujeres de cualquier edad, condición social, preferencia sexual o religión. En este sentido, es necesario reconocer que las declaratorias de Alerta de Violencia de Género (AVG) contra las mujeres en el país han sido absolutamente ineficaces, baste señalar que en entidades como el Estado de México y Veracruz, pese a la AVG, la violencia no ha cesado e inclusive se ha recrudecido. En otras palabras, la AVG poco ha servido para detener la violencia en contra de las mujeres.

Los frecuentes intentos de secuestro de mujeres en estaciones del metro y calles de la CDMX ha sido uno de los disparadores de las protestas, si bien la capital del país no es la única ciudad que presenta casos similares. En Xalapa, por ejemplo, en los últimos siete u ocho días se ha sabido de al menos cinco casos de intentos de “levantón” de mujeres en diversos puntos de la ciudad y en diferentes horarios. Alguno de estos inaceptables eventos ocurrió a unos metros del Congreso del Estado, lugar donde despacha la diputada morenista Ana Miriam Ferráez, quien propuso hace poco el “toque de queda” para que las mujeres no salgan de sus casas más allá de las 10 de la noche; por cierto, el intento de secuestro de una mujer en la Avenida del Encanto (donde se ubica el Congreso de Veracruz) fue por la tarde-noche, mucho antes del toque de queda Ferráez.

A reserva de conocer los informes oficiales de las autoridades correspondientes, me parece que sería sumamente ingenuo suponer que los intentos de secuestro o levantón no responden a un patrón que tendría tras de sí –es la hipótesis- al crimen organizado. Porque nadie que no tenga cierta capacidad de organización, complicidad policiaca y respaldo en los aparatos de “justicia” se atrevería a delinquir con tal nivel de cinismo, con tal seguridad de que, si lo detienen, no pasará absolutamente nada. En otras palabras, los secuestros y eventuales desapariciones de mujeres responden, al menos parcialmente, a actividades vinculadas a negocios del crimen organizado.

Por las narraciones de las mujeres que han logrado escapar de sus agresores es posible observar cierta regularidad que permite conjeturar que esos patrones no son arbitrarios y más bien responden a previos eventos de éxito de los delincuentes. Esto es, los intentos de secuestro en el metro de la CDMX y en calles de muchas ciudades del país son, a todas luces, rutinas bien afinadas de la delincuencia organizada que quizás, por desgracia, las más de las veces han logrado su cometido. No son actos aleatorios ni ocurrencias del momento, sino sucesos bien planificados, con responsables, logística y cómplices perfectamente definidos.

Y si esto sucede es porque del otro lado del secuestro de miles de mujeres hay quien se beneficia de este ilícito. Los más visibles son los integrantes de las mafias de trata de personas, quienes, supongo, responden a las leyes de la “oferta y la demanda” y con cierta periodicidad exigen 20 o 30 muchachas de tales características, 10 de tales otras, 5 chavitos, etc. No especulo: así ocurre en realidad. Las mafias requieren cada cierto tiempo de mujeres con características bien específicas para llevar a sus burdeles, sus antros, sus tables, sus fiestas. Los capos dan la orden y los subalternos la ejecutan. Inferir un escenario diferente sería no solo equivocado, sino profundamente ingenuo.

Pero el “consumidor final” es la clave de la cadena delictiva. Y ese consumidor somos todos los hombres que alguna vez, una sola, pagamos por sexo, acudimos a un table, acosamos a una compañera del trabajo, forzamos a una novia a hacer lo que ella no quería, agredimos a nuestra pareja, menospreciamos a nuestra hermana o cualquier otra funesta expresión de la dominación patriarcal de la que somos vehículo y cómplices. No puede haber medias tintas ni dubitaciones: en tanto hombres, o nos asumimos como parte del problema, o nos convertimos en parte de la solución. En esta tesitura, me asumo como parte del problema e intento hacer parte de la salida a la violencia coyuntural y estructural contra las mujeres.

Qué bueno que haya hombres dispuestos a defender mujeres agredidas en el metro, en el autobús, en la calle, la escuela, la plaza o el centro comercial. En la coyuntura actual de violencia acrecentada contra las mujeres, podemos ayudar a una, a dos, a cien quizás y qué bien que se haga, puesto que su vida está en riesgo. Pero los actos de “heroicidad” no son suficientes para erradicar la violencia estructural que padecen las mujeres. Ellas no necesitan “héroes” que, para no variar y enfatizar la ideología patriarcal, somos hombres. Ellas –ustedes- no necesitan actos heroicos, sino espacios de respeto y paz. Nada más, pero nada menos.

Un Estado que es incapaz de salvaguardar la vida de la población, en particular de las mujeres, es un Estado cuando menos omiso; la historia reciente nos deja ver que en nuestro país integrantes del Estado inclusive han sido cómplices y hasta partícipes de la violencia en contra de las mujeres: ministerios públicos, policías de todo ámbito de competencia, soldados y marinos, funcionarios de primer, segundo y tercer nivel, líderes de partidos, representantes populares, dirigentes sindicales, etc. No hablo de nada que no se sepa. El machismo y la misoginia son piedra de toque en el sistema político de México, por lo que no puede haber Cuarta Transformación, ni “desarrollo”, cambio social o como quiera usted llamarlo, si persiste la violencia hacia las mujeres.

Quizás un muy importante avance de la 4T sería erradicar de tajo la violencia en contra de las mujeres en los órganos del Poder Ejecutivo: sería un paso elocuente para garantizar una vida libre de violencia.

 

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