Un país lejos de sí (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Académico. Director de Desarrollo Económico del H. Ayuntamiento de Xalapa, Ver.

Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

Un país lejos de sí

El gobierno de Peña Nieto ha dado una muestra más de servilismo y humillación frente a Donald Trump: la orden de cerrar la frontera con Guatemala se tomó en la Casa Blanca y sumiso, el inquilino de Los Pinos acató a rajatabla dando lugar a uno de los episodios más vergonzosos de la política exterior mexicana. México está lejos de sí mismo: este no es el país que acogió a los refugiados españoles en los años cuarenta, a los chilenos, argentinos y uruguayos en los setenta o a los guatemaltecos que huyeron de la guerra en 1982-83. México está lejos de sí, desconocido ante el espejo, cuando niega el acceso a miles de familias centroamericanas. Y un país que se esconde ante el espejo, es un país que se avergüenza de su historia, un país que reniega de sí mismo y que cancela su posibilidad de un futuro para todas y para todos.

La llamada caravana de migrantes ha jalado la cadena para colocar a Peña y su administración en el lugar que le corresponde: en los albañales. A la vez, esas pocas miles de familias hondureñas “migrantes” han logrado que otras muchas de mexicanas y mexicanos saquen al pequeño Trump que les habita y del que incluso se enorgullecen. Hay que ser profundamente vil y decididamente ignorante para enorgullecerse del racismo, el clasismo, la xenofobia y la discriminación que está detrás de la genuflexión de Peña ante Trump. Desgraciadamente en días recientes hemos visto a muchos paisanos y paisanas orgullosos y envalentonados de sus prejuicios, de su nauseabunda capacidad de exclusión, henchidos de racismo. Ese México de miserables con aspiraciones VIP, también es el que habitamos.

Desconozco quién designó a la caravana migrante como tal, pero me parece un eufemismo para eludir que en realidad se trata de un movimiento de miles de desplazados. Sí caravana y sí migrantes, pero antes que eso son desplazados. Se trata de miles de personas que huyen como pueden (no en ordenada caravana) del hambre, la violencia y la muerte que azota en sus países (en su mayoría son hondureños, pero también hay gente de El Salvador y Guatemala, cuando menos). Por supuesto que son migrantes, pero antes que eso son desplazados por la guerra de “baja intensidad” (que deja tantos o más muertos que la otra) desatada en sus comunidades locales, en sus pueblos, en sus rancherías, en sus barrios, en sus playas y montañas.

Los miles de hombres, mujeres y niños que intentan cruzar el país lo hacen obligados por el hambre y la violencia. Son desplazados de la guerra de baja intensidad que se vive en Centroamérica desde al menos hace cuarenta años, conflictos políticos acicateados y perturbados por el dinero gringo y sus intereses vinculados a las mafias regionales. Son migrantes que se desplazan obligadamente porque el neoliberalismo que llevó a Centroamérica el “progreso” de firmas como la Chiquita Brands International o la United Fruit Company, o el de las maquiladoras y su precariedad laboral no fue suficiente ni para dar empleos a muchos, ni para pagar lo suficiente, ni para construir el american way of life con sabor tropical; pero eso sí, el neoliberalismo sí ha sido capaz de producir feminicidas en serie, ejércitos de sicarios, masas de adictos a las drogas y el gusto por el dinero rápido y asesino que alimenta a maras y pandillas similares.

Los desplazados son también producto de la guerra. No olvidemos que los Estados Unidos hicieron de Honduras una zona de entrenamiento y refugio para los paramilitares que combatieron a los sandinistas nicaragüenses. La contra echó raíces en Honduras e incrementó el narcotráfico, al que desde su origen estuvo vinculada. La fórmula contra-narcos es otro de los factores que están en el fondo de la violencia en la región. Y nuevamente, la clave de la ecuación es el gobierno gringo.

Por eso es imposible eludir la responsabilidad del gobierno estadounidense en la crisis de derechos humanos que durante décadas ha padecido Centroamérica y que tiene en el golpe de estado de 2009 en Honduras precisamente uno de sus capítulos más siniestros. La destitución del Presidente Manuel Zelaya por parte de la oligarquía y los militares –quienes ejecutaron las órdenes dictadas en Washington- dio lugar a un oscuro periodo caracterizado por el nulo crecimiento económico, la violencia, el incremento del narcotráfico y los desplazados a la fuerza. Las pandillas que pululan por San Pedro Sula y Tegucigalpa (por citar solo a las ciudades más grandes de Honduras) son producto del narco, desde luego, pero también son hijas de los paracos y del golpe de estado promovido y financiado en EU. Sin estos antecedentes es imposible comprender por qué miles de familias hondureñas fueron forzadas a abandonar sus hogares en un éxodo similar al de los africanos que arriesgan su vida en el Mediterráneo en su intento por llegar a Europa.

Insisto: son desplazados por cuanto han sido obligados a dejar sus casas debido al hambre y la violencia (valga la perogrullada: el hambre es violenta) por lo que designarlos como migrantes quizás es conceptualmente correcto, pero subordinado a un hecho incuestionable: no llegaron a México en busca de mejores oportunidades (como si en el país sobraran), sino para salvar sus vidas. Son miles de personas que han decidido atravesar regiones enteras en poder de bandas delincuenciales de toda calaña (incluidos policías mexicanos) porque en sus lugares de origen la muerte era (es) inminente. Son migrantes, desde luego, pero antes que eso son desplazados por la guerra. Y el gobierno de nuestro país les cerró las puertas.

Subrayo: el gobierno de nuestro país y algunos otros hijos en alma de Trump, cerraron la frontera. México no. No este México de las Patronas veracruzanas solidarias siempre. No este México que abre sus puertas en día de muertos para dar de comer a los vivos –y a sus muertos- cualquiera sea su color, religión o tamaño de cartera. El gobierno mexicano, obediente a Trump, cerró la frontera, no el país, no este México de cortesía sin cortapisas que con orgullo invita al desconocido: mi casa es tu casa. México sigue abierto en brazos y corazón a migrantes desplazados: el corrupto gobierno de Peña no nos representa.

Las cinco mil personas de la llamada caravana migrante no son en nada diferentes a los miles de indígenas desplazados en Chiapas. En días pasados, familias de tsotsiles del municipio de Aldama han sido obligadas a desplazarse debido a los constantes ataques por parte de grupos paramilitares que actúan al amparo del gobierno de Manuel Velasco. En Chiapas suman más de 40 mil los desplazados por la guerra de baja intensidad desplegada en contra de las comunidades indígenas –zapatistas y no- por parte de los finqueros con apoyo del gobierno estatal y federal a través del ejército y de organizaciones paramilitares financiadas por el PRI. El reportaje realizado por Rompeviento TV es elocuente y puede usted observarlo en la siguiente liga: https://www.youtube.com/watch?v=iu0Mt3eJMOA

Los miles de desplazados hondureños y tsotsiles no representan un caso aislado ni un fenómeno social pasajero, por el contrario, expresan una de las tendencias demográficas más complejas para la que los gobiernos evidentemente no están preparados. Al impedir el paso de cinco mil desplazados hondureños el gobierno mexicano no solamente demostró su postración ante el de EU sino que también hizo evidente su incapacidad para comprender un proceso social que cada día es más frecuente. Al cerrar la frontera con gases lacrimógenos disparados contra mujeres, niñas, niños y bebés en sus estertores el gobierno de EPN demostró que nunca entendió a este país. Al cerrar la frontera, México quedó lejos de sí

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