Margensur (México deprimido)

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Alejandro Saldaña Rosas

Sociólogo. Profesor Investigador de la Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3

México deprimido

Hay una especie de demanda, muy individualista y narcisista, que dice que para ser reconocido hay que ser emprendedor de su propia vida. La idea imperante es que a los que les va bien es porque tienen talento. Por el contrario, a los que les va mal es porque no supieron realizarse, no supieron desarrollar su capital humano.

Vincent de Gaulejac

(Entrevista: La Neurosis de Clase Existe. http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Vincent-de-Gaulejac-neurosis-clase-conflictos-identidad_0_1060094003.html)

 

Si usted es uno de los millones de mexicanos y mexicanas que vivimos deprimidos prácticamente siempre, quizás las siguientes reflexiones contribuyan a identificar que la fuente de su malestar emocional es, fundamentalmente, social. Lo social precede a lo psicológico (o psíquico) dicta un principio básico de la sociología clínica, enfoque con el que me identifico plenamente.

            La tristeza, la baja autoestima, el poco o nulo interés para desempeñar las actividades cotidianas, la ausencia de futuro, son emociones que pesan terriblemente en nuestra vida, en nuestro espíritu, en nuestro corazón; sin embargo, el origen de este malestar subjetivo hay que buscarlo fuera de nosotros. La depresión es consecuencia de estructuras, relaciones y procesos sociales que se nos imponen y en los que no tenemos ninguna –o muy escasa- posibilidad de incidencia, y aún más, que resulta muy complicado ubicarlos como tales; esto es, la depresión se vive en silencio, con vergüenza y autoconmiseración, sin poner en contexto los resortes sociales, económicos e institucionales que la disparan. Aún más, si es prácticamente imposible incidir en los procesos económicos, políticos, sociales e institucionales que definen las condiciones en las que deviene nuestra historia individual, nuestro día a día, resulta igualmente complicado transformar nuestro destino, darle un giro a nuestra vida, construir nuestra historia de vida. Imposibilitados de cambiar la Historia (social, con mayúsculas) y nuestra historia (personal), indefectiblemente la ruta hacia la depresión queda abierta y el trayecto predecible.

            México es un país deprimido: la economía no marcha, la impartición de justicia es elitista y excluyente, la depredación ambiental destruye el paisaje, la memoria y la vida de millones de familias, la corrupción campea, la violencia manda, el miedo azota, los gobiernos simplemente no dan resultados y antes al contrario, atentan contra la población. La violencia institucional del Estado mexicano, sintetizada en sus llamadas “reformas estructurales” (laboral, educativa, energética, financiera, hacendaria, de transparencia, etc.), genera desafección, incertidumbre, miedo, ruptura del lazo social, destrucción de las identidades y referentes colectivos: el barrio, el gremio, el ejido, los oficios y profesiones, el sindicato, la universidad e incluso la clase social. Si hace treinta años el orgullo de clase era relevante, hoy el desclasamiento provoca que el pecho se inflame por la smarth TV recién adquirida con el aguinaldo y pagada en 36 rigurosas mensualidades.

            La violencia institucional corroe toda estructura de identidad y afinidad colectiva para reenviar al sujeto a sí mismo. Despojado de referentes comunes, de proyectos compartidos, cada quien debe hacerse cargo de sí mismo: identificar y eliminar sus “debilidades”, reconocer y potencializar sus “fortalezas”, convertirse en el eficaz gerente de sus propias emociones. La medida de la “felicidad” de cada quien es la realización de sus expectativas narcisistas. Remitido a sí mismo, cada uno de nosotros es responsable del éxito o el fracaso en lo personal, lo familiar, lo profesional. Sujetos ausentes de compromiso social, ajenos a la historia, perdidos de los otros, embebidos en sí, encerrados en la única mirada que castiga o retribuye: la que devuelve el espejo.

            Detrás de las reformas estructurales del gobierno mexicano está la intención de profundizar la brecha que separa a los “winners” de los “losers”. Pongamos por caso la “evaluación docente”. Esta decisión institucional se pretende imponer como un mecanismo de segregación y estigmatización social, puesto que apunta a dividir a un gremio (con núcleos muy combativos y también, hay que decirlo, con enormes vicios) y focalizar los “beneficios” y los castigos en el individuo, en el maestro y la maestra, completamente aislados del contexto en el que ejercen su profesión. Evaluación punitiva en tanto establece escalas de medición entre “buenos” y “malos” maestros, desentendiéndose por completo de las condiciones estructurales de la educación en México y concibiendo el ejercicio docente como una práctica profesional individualizada, aislada. Desde luego que siempre habrá “buenos y malos” maestros pero por la huella que dejan en la historia de vida de cada uno de nosotros, independientemente de su nota en la tal “evaluación”.

            ¿Cómo no deprimirse ante la imposibilidad de llevar el sustento diario a la familia, continuar los estudios, pagar las deudas derivadas de la enfermedad o encontrar un trabajo digno y suficiente? El padre de familia que pierde su trabajo (como resultado de la reforma laboral) se ve afectado no sólo en la economía familiar, sino en la identidad de él mismo en tanto proveedor, por lo que su masculinidad quedará también lesionada. El joven que no puede continuar en la prepa o la universidad por no “echarle ganas” trunca su (flaca) posibilidad de ascenso social. La madre soltera que debe encarar sola la enfermedad de su hija o su hijo por la fatalidad del “destino” (y no la debilidad del sistema de salud público) está obligada a adquirir una deuda de la que le costará mucho trabajo salir y será estigmatizada por ser madre, por ser mujer, por ser pobre y por ser deudora. El recién egresado de la universidad que no tiene más remedio que emplearse precariamente, a los ojos de su familia, sus amigos y la sociedad toda, será un “perdedor” que no supo –o no pudo- aprovechar sus “oportunidades”.

            ¿Cómo no deprimirse por la impunidad rampante? (En Veracruz están impunes los asesinatos de periodistas, la golpiza a estudiantes, los fraudes y desfalcos). ¿Cómo no deprimirse por las miles de mujeres desaparecidas, asesinadas, violadas, agredidas? ¿Cómo no deprimirse por la estulticia y la arrogancia de las clases dominantes y sus esbirros que gobiernan?

            En lo más profundo de nuestra depresión está la incapacidad de un régimen para “mover a México”.

            Ellos no han podido, ni podrán. Es nuestro turno: México se mueve por la rebeldía que nos une y conjura la depresión que apabulla.

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