Normatividad y resultados: paradoja y claves de lectura (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Académico. Director de Desarrollo Económico del H. Ayuntamiento de Xalapa, Ver.

Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

 

 

Normatividad y resultados: paradoja y claves de lectura

¡Si nos encuentran estamos perdidos! :¿Cómo vamos a estar perdidos si nos encuentran?

Groucho Marx

Uno de los principales retos que habrá de enfrentar la administración de Andrés Manuel López Obrador es la obligación de gobernar en estricto apego a la normatividad institucional al mismo tiempo que debe dar resultados en el corto (primer año) y largo plazo. El problema estriba en que el cumplimiento de la normatividad puede contraponerse a la obtención de resultados (de hecho así sucede en muchos ámbitos de la administración pública). Estamos pues ante una paradoja: el obligado acatamiento a leyes y reglamentos inhibe, sino es que impide, dar los resultados que la ciudadanía exige. Y viceversa: el pragmatismo necesario para cumplir con las metas, los objetivos y las grandes expectativas abiertas por la elección del 1º de julio puede ser incompatible con el complejo y en no pocas ocasiones contradictorio marco jurídico al que los servidores públicos deben ceñirse.

Atender a dos mandatos mutuamente excluyentes, normatividad y resultados, es una de las principales variables que detonan la simulación en el ejercicio de la función pública. Toda vez que la paradoja no tiene solución (dejaría de serlo) quizás la salida negociada entre ambos polos de la ecuación sea la única opción, sin embargo el riesgo de caer en performances bien impostados, e inclusive sustentados en metodologías que les dan un aura de legitimidad, es muy alto. Pongamos por caso la “disminución” de la pobreza que presume la administración de Peña Nieto y que ha sido una “conquista” obtenida no por el éxito de sus políticas públicas sino por la modificación de los parámetros de medición. Ante la paradoja, la simulación: se cumple a medias con la normatividad al mismo tiempo que se dan dudosos resultados. La gestión de las paradojas se ha convertido en la principal capacidad de los servidores públicos en nuestro país.

Abona a la simulación la hipertrofia institucional que padece el país: saldo de muchas décadas de autoritarismo, corporativismo y corrupción que se expresa con precisión kafkiana en miles de documentos. Reglamentos al margen de leyes superiores, contradicciones en la misma normatividad, vacíos legales, legislaciones a modo, abuso sintáctico y obsesión por las letras chiquitas son parte del llamado marco jurídico al que el servidor público irremisiblemente debe apegarse.

Y al mismo tiempo dar resultados estimados fundamentalmente por indicadores que no necesariamente son coincidentes con las muchas y agudas demandas ciudadanas. Lo importante es que los indicadores (de resultados, de desempeño) establecidos repunten positivamente, en el entendido de que su diseño está plenamente ajustado a las demandas sociales toda vez que son el resultado de sofisticados procesos de planeación. En teoría el esquema es impecable. El problema es que la teoría y la realidad empírica no necesariamente coinciden. Si nos atenemos a los resultados reportados por las tres últimas administraciones federales, estimados en función de sus respectivos sistemas de indicadores, es posible que en México se haya abatido la desnutrición infantil, el rezago escolar sea cosa del pasado, la pobreza extrema haya sido prácticamente extinguida y la devastación ambiental frenada por completo. Y ni qué decir del combate al narcotráfico, la transparencia o la seguridad pública: puros buenos e incluso magníficos resultados, medidos a partir de los sistemas de indicadores diseñados para tal afecto.

La paradoja esbozada en líneas anteriores quizás requiera de claves de lectura, puntos de pensamiento hilvanados a efecto de animar el debate. En esta tesitura propongo tres líneas de reflexión:

1. En primer lugar, la historia. No entendida como anécdotas más o menos pintorescas de héroes y villanos, ni como sucesión de fatalidades o acumulación ininterrumpida de éxitos, sino como el largo y muy tortuoso proceso de construcción (chueca, si se quiere) del andamiaje institucional del país. México no sería lo que hoy es, para mal y para bien, sino es por la llamada apertura democrática construida en el contexto de la guerrilla y las luchas sindicales de los años setenta, que surgieron como respuesta a la represión de 1968 y años anteriores (médicos, ferrocarrileros, maestros, etc.).

Y de allí enlazamos el proyecto cardenista y más antes la revolución de 1910. Es un esquema lineal, simplista desde luego, que enuncio solo para ilustrar la necesidad del referente histórico. A la apertura democrática le siguió la reforma política y subsiguientes ajustes en la muy incipiente y maltrecha democracia mexicana. A la par de esos cambios políticos (mínimos, acotados, simulados) inició una reformulación normativa del país. También limitada, tímida, nomás apenitas. Si no consideramos esa línea de continuidad en el trazo institucional del país es muy complicado entender la paradoja descrita anteriormente en la medida en que es necesario identificar al menos dos claves de lectura más.

2. En segundo lugar, el contexto: México no es una isla en medio del mundo. El contexto internacional signado por la globalización neoliberal es ineludible: no es suficiente con sólo mirarnos el ombligo para comprendernos. La globalización no sólo ha significado la liberación de muchas barreras para el comercio internacional sino también que prácticamente todos los países del mundo han debido ajustar su normatividad a ese escenario; por supuesto que el referente nacional(ista) sigue siendo prioritario en muchos sentidos (de allí el Brexit, el triunfo de Trump e incluso el del AMLO, por mencionar casos muy conocidos, que no únicos), pero que muchas firmas hayan trascendido fronteras y legislaciones no es un dato menor: Google, Amazon, Apple, Virgin o Microsoft quizás sean las más visibles, pero desde luego que no las únicas. En este sentido, la exigencia de resultados estimados a partir de un conjunto de indicadores (las normas ISO son paradigmáticas) es expresión de los procesos de estandarización de las prácticas de gestión en todo el mundo. La eficiencia y la eficacia en la gestión privada y pública son exigencias de orden global.

3. En tercer lugar el lenguaje: los símbolos del poder. Entre la normatividad inexcusable y los resultados exigidos hay una fina capa de símbolos que hacen las veces de argamasa que une y da sentido. No hay poder sin símbolos que integren, vehiculen y construyan proyectos colectivos: son los elementos fundamentales de la comunicación política. Posiblemente este es el registro más poderoso que ha construido AMLO en la perspectiva de cumplir cabalmente con la legalidad y la eficacia anunciada en su gobierno en ciernes.

López Obrador se ha revelado desde hace al menos veinte años como un experto en comunicación política, de allí que las campañas de odio y las mentiras construidas en torno a é se hayan derrumbado por peso propio. El Presidente electo es un maestro en el manejo de los símbolos del poder, por ejemplo al viajar en clase turista sin apelar a ningún privilegio derivado del cargo obtenido por la elección. La anécdota (dato en los códigos del poder) no cambia la administración pública, pero manda un mensaje poderosísimo y sin ambages: no hay privilegios en un gobierno legítimo, democrático y austero. En esta tesitura, la paradoja enunciada como una ecuación entre normatividad y resultados es impensable sin los símbolos que la vehiculan. La salida a la paradoja no puede ser ya más una simulación: treinta millones de votos exigen resultados –con apego a la legalidad- en un sentido opuesto.

Así las cosas, la administración de AMLO y de MORENA a nivel municipal, estatal y federal no puede estimarse en su justa dimensión sin apelar a la historia, el contexto global y los símbolos del poder.

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