La tercera vía y lo que aún no existe (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Académico. Director de Desarrollo Económico del H. Ayuntamiento de Xalapa, Ver.

Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

 

La tercera vía y lo que aún no existe

 

 

En vísperas de que inicie la que quizás sea la más importante transformación en México desde la Revolución de 1910, sorprende que los analistas centren sus reflexiones en las expectativas derivadas del equipo de gobierno de Andrés Manuel López Obrador. En esta tesitura, los debates sobre lo que se espera del próximo gobierno en función de la alineación del primer cuadro de AMLO oscilan básicamente entre dos concepciones: por una parte están quienes defienden a rajatabla a las mujeres y los hombres del presidente electo y en la otra esquina están quienes leen en este grupo la primera traición a los 30 millones de electores que confiaron en López Obrador. Entre ambas posiciones no hay mediación alguna ni matiz posible: o se está con AMLO o se está contra él. Blanco o negro, positivos o negativos, todo o nada.

No es mi interés argumentar sobre las cualidades y defectos para el cargo de Moctezuma, Villalobos, Olga Sánchez o Bartlett, en lo absoluto, simplemente señalo que llama la atención que el fracaso o el éxito de la administración lopezobradorista se conciba –desde ahora- en función de la trayectoria de sus principales servidores. La disyuntiva es sencilla: si ocuparon cargo en un gobierno signado por la corrupción, son corruptos y por extensión AMLO lo es; pero si ocuparon un cargo en un gobierno corrupto y no cayeron en actos de corrupción (o no hay evidencias), su oficio y experiencia son imprescindibles en el próximo gabinete. Insisto: no hay medias tintas ni grises posibles.

A Freud se le adjudica el apotegma “infancia es destino”, que llevado a la caricatura política indicaría que los “primeros” años de varios cuadros de AMLO estarían marcando al gobierno en ciernes: Moctezuma fue secretario de gobernación con Zedillo, Bartlett fue secretario de gobernación con De la Madrid y de Educación con Salinas, Alfonso Romo fue artífice de la agrupación “Amigos de Fox”, Olga Sánchez Cordero fue ministra de la Suprema Corte durante 20 años, entre algunos de los más destacados; para los detractores de AMLO la impronta de sus colaboradores define –por antonomasia- su desempeño en el servicio público para el cargo que les ha sido asignado, en otras palabras, es otra vuelta de tuerca más en el sinfín de la historia nacional. En contraparte, los seguidores de AMLO encuentran suficientes argumentos en la experiencia, la sagacidad, la capacidad de gestión o la identificación ideológica para sustentar la pertinencia de las designaciones del presidente electo.

Ambas perspectivas en mi opinión minusvaloran, sino es que olvidan, no sólo los 30 millones de votos depositados en un innegable bono de confianza hacia El Peje, sino sobre todo la capacidad de resistencia, de organización y de imaginación que germina en la sociedad mexicana. Los analistas políticos están tan centrados, y hasta ofuscados, en encontrar las incongruencias del gabinete de AMLO y sus proyectos enunciados en los documentos básicos de gobierno que olvidan una premisa básica de las transformaciones sociales: su carácter absolutamente impredecible. Si la elección del 1º de julio representa mucho más que un mero cambio en los poderes Ejecutivo y Legislativo, estaríamos a las puertas de una transformación de gran calado en la que lo que podría y debería existir, tiene una oportunidad. En otras palabras, lo que aún no existe, estaría en vías de ser.

Al alero de esta premisa (fundante de la historia), el tan temido populismo es un fantasma de temporada electoral: imposible regresar a los años setenta del siglo pasado, como también resulta inviable la promesa de país que inició el neoliberalismo en nuestro país en 1982 y sobre todo en 1988: el ingreso al primer mundo. La disyuntiva es esencialmente falsa: ni populismo estatal ni primermundismo neoliberal.

Lo que podemos leer de los proyectos de AMLO y de la composición de su gabinete es una suerte de tercera vía, a la mexicana. La tercera vía a la mexicana transita por los mismos carriles que en otros países lo ha hecho: liberalismo social en un escenario de estado de bienestar. Con el sesgo que a tal proyecto se le ha dado en Latinoamérica: la inclusión de los excluidos: indígenas y afrodescendientes fundamental, que no exclusivamente.

Luego del desastre neoliberal y su cauda de muertos, desaparecidos, desplazados, excluidos y miseria en expansión, la tercera vía mexicana aparece como un bálsamo: mitiga el dolor y contribuye a eliminar la fuente que lo produce, pero nada más. Quien quiera ver en el proyecto lopezobradorista un camino anti capitalista (con sus muchos matices) está muy equivocado.

Como también está en un error quién quiera ver un regreso al pasado echeverrista o una restauración del salinismo por la vía de la resurrección de los muertos. Ni lo uno, ni lo otro, ni lo que sale de la exclusión del binomio uno-otro.

Estamos ante una transformación que imaginamos colectivamente, de allí su fuerza expresada en votos, pero que aún no es lo que enuncia ser. En este sentido México sigue siendo un proyecto que imaginamos cada día, cada noche, cada espacio vacío, cada recuerdo, cada anhelo; un país imaginado por migrantes, por mujeres violentadas, por familiares de desaparecidos, por desplazados, por niños que trabajan, por indígenas sin tierra, por profesionistas sin empleo, por chavos madreados por la tira, por gays y lesbianas despojadxs de derechos, por ambientalistas y periodistas asesinados.

El México que aún no existe es más imaginado por sus (nuestros) muertos que por los que aquí seguimos

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