El capitalismo managerial y los salarios de los ejecutivos (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Académico. Director de Desarrollo Económico del H. Ayuntamiento de Xalapa, Ver.

Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

 

El capitalismo managerial y los salarios de los ejecutivos

 

 

Nada más no logro entender que tipo de persona quiere trabajar en el gobierno de AMLO. Les van a cortar el sueldo a la mitad, les van a quitar el seguro médico, y capaz los mandan a vivir a provincia. Serán o muy ricos, que no les importa, o muy… no entiendo. 

Tuit de @jorge_guajardo (10/07/2018)

La austeridad que habrá de regir en la administración de Andrés Manuel López Obrador ha puesto de cabeza a más de un servidor público en funciones, a muchos busca chambas con pretensiones de expertos, a oportunistas de toda calaña y en general a la llamada clase política. No es para menos: López Obrador ha anunciado el fin de los salarios excesivos y los privilegios de los que han gozado durante muchos años políticos y funcionarios de gobierno. El tiempo de los gobernantes enriquecidos en pocos años parece estar llegando a su fin.

La austeridad como norma de gobierno no será sencilla de implantar por lo que no sería nada extraño que muchos funcionarios, jueces y magistrados se amparen como medida de protección de sus altísimos salarios y el conjunto de prerrogativas asociadas al cargo: vehículos, choferes, personal de apoyo, seguros de gastos médicos, vales de gasolina, viáticos de lujo, entre muchas otras. Inclusive el mismo AMLO ha debido moderar la radicalidad de su propuesta en materia salarial puesto que si bien había anunciado que ganaría 70 mil pesos al mes y nadie ganaría más que el Presidente, se vio obligado a subir su ingreso a 108 mil pesos (http://www.eluniversal.com.mx/nacion/politica/amlo-adelanta-que-su-salario-mensual-sera-de-108-mil).

El tema va mucho más allá de la austeridad puesto que implica el inicio de la transformación del Estado, hoy copado por funcionarios formados en la ideología neoliberal. México requiere que el Estado sea concebido como el principal regulador social y como factor crucial para el desarrollo. En el neoliberalismo el Estado fue debilitado al máximo bajo el supuesto (erróneo) de que el mercado por sí solo sería el mecanismo de regulación social más eficiente. Como lo hemos atestiguado los últimos treinta años en nuestro país, el arribo de funcionarios formados en prestigiosas universidades (Hardvard, Yale, Princeton, Chicago, ITAM, ITESM, etc.) quizás significó el mejor desempeño de ciertas áreas de la administración pública, pero a un costo muy alto: la conformación de una élite de “servidores” públicos que se reciclan sexenio tras sexenio (Meade es el ejemplo paradigmático) y se rigen por principios provenientes de los grandes corporativos del capitalismo globalizado.

Más que servidores públicos, en realidad se trata de ejecutivos que han transitado entre la iniciativa privada y el gobierno con total tersura y cinismo, asumiendo que en tanto managers altamente capacitados las funciones que deben desempeñar son básicamente las mismas. Los ejemplos en México sobran: Francisco Gil Díaz, Secretario de Hacienda con Fox y Presidente de Telefónica México; Pedro Aspe, Secretario de Hacienda con Salinas y Presidente del Consejo de Evercore Partners; Gerardo Ruiz Mateos, Secretario de Economía con Calderón y Presidente de Novacapre. La lista es muy larga y va desde secretarios, subsecretarios y directores hasta jefes de departamento.

Permítame una pequeña digresión. El capitalismo hace ya muchas décadas que evolucionó a un modelo corporativo en el que los propietarios (accionistas) y los administradores o managers de las empresas no son las mismas personas. Los viejos capitanes de empresa que a la vez eran dueños y gerentes pasaron a la historia: en los grandes corporativos los accionistas delegan en un agente o varios (los managers o gerentes) las funciones de dirigir la firma. Los agentes encargados de la administración de las firmas están obligados a dar rendimientos a los accionistas, sin duda, pero al mismo tiempo deben procurar sus propios intereses: salarios, bonos, privilegios. Son los llamados CEO (Chief Executive Officer) del capitalismo managerial que cobran cifras millonarias por sus servicios y cuya principal función es asegurar que las condiciones que les permiten esos ingresos y canonjías, se reproduzcan.

Traslade usted esos CEO’s a la administración pública. Si en la iniciativa privada cobran verdaderas fortunas, en funciones de gobierno sus ingresos no pueden ser significativamente menores, ni sus privilegios, ni su estatus. Si ellos (casi todos son hombres) se conciben a sí mismos como “líderes de excelencia” la empresa, o el gobierno, deben pagar generosamente por sus servicios. El problema es que la excelencia, por antonomasia, genera exclusión: es locura reservada a unos cuantos.

Los casos de ex funcionarios que se convierten en contratistas o consultores son bien conocidos. Durante su paso por la administración pública promovieron reformas que allanaron el camino para la inversión privada en diversos ámbitos ¡y ellos mismos encabezan las firmas que hacen esos negocios! Los casos son miles, pero por mencionar unos cuantos podemos recordar a Luis Ramírez Corzo quien después de dejar de la dirección de PEMEX fundó (junto con otros ex funcionarios) una compañía petrolera en Texas que ofrece servicios a PEMEX. O a Carlos Ruiz Sacristán promotor de reformas energéticas en el sexenio de Zedillo y quien es director de Sempra Energy. O Georgina Kessel quien fue Secretaria de Energía con Calderón y luego fue integrada al consejo de administración de la trasnacional española Iberdrola. Y hay más, muchos más: Juan José Suárez Coppel, Adrián Lajous, Jesús Reyes Heroles, Luis Videgaray, entre otros. Es evidente que la Ley de Responsabilidades Administrativas de los Servidores Públicos es letra muerta.

El proyecto que encabeza AMLO requiere de servidores públicos capaces y comprometidos con México, no CEO’s. A nadie debe asombrar que en la próxima administración federal aparezcan cuadros con extraordinaria capacidad de trabajo dispuestos a colaborar por salarios muy menores respecto a los ejecutivos de los corporativos. Y tampoco a nadie debe asombrar que estos nuevos cuadros sean infinitamente más honestos que sus antecesores en los cargos, porque si algo ha caracterizado a los ejecutivos neoliberales metidos de servidores públicos ha sido el hecho de que son inmensamente ambiciosos y profundamente corruptos.

 

 

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