México treinta años después (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas

Sociólogo. Profesor investigador de la Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

México treinta años después

El único deber que tenemos con la historia es rescribirla

Oscar Wilde

Si las élites beneficiadas durante las últimas tres décadas evitan la tentación golpista, el próximo domingo 1º de julio el triunfo de Andrés Manuel López Obrador marcará el inicio de una nueva etapa en la vida del país. Guardadas las distancias históricas y las proporciones institucionales, será una transformación similar a la ocurrida después de la dictadura de Porfirio Díaz, la Revolución que le dio fin y la promulgación de la Constitución de 1917 surgida de la lucha armada (que por cierto no terminó sino hasta el asesinato de Emiliano Zapata en 1919). En esta tesitura, no deja de asombrar las semejanzas entre los treinta y seis años del prianismo neoliberal de fin de siglo XX y principios del XXI y los treinta y cuatro del régimen porfirista que cabalgó entre los siglos XIX y XX.

El próximo 1º de julio es posible, probable y deseable, que México cierre un fatídico ciclo iniciado treinta años antes, el 6 de julio de 1988. En aquella fecha se consumó el primero de una serie de fraudes electorales (repetidos en 2006 y 2012) con la que iniciaría la imposición a rajatabla y sin contemplaciones del modelo económico neoliberal mediante crímenes de estado (asesinatos de Colosio, de Ruiz Massieu, de miles de luchadores sociales), atentados contra la libertad de expresión (incluidos los asesinatos de cientos de periodistas), represión de movimientos sociales de resistencia, modificaciones (llamadas reformas) constitucionales que acabaron con importantes conquistas sociales y laborales, entre otras formas del autoritarismo hegemónico en los últimos treinta años en el país.

El ciclo iniciado con el fraude de 1988 que impuso a Carlos Salinas de Gortari en la Presidencia está a punto de cerrarse, y con él, un modelo de “desarrollo” económico altamente excluyente, depredador del medio ambiente, generador de pobres por millones, con elevadísimo déficit de las finanzas públicas y generoso hasta la ignominia con el capital extranjero. El fraude del 6 de julio de 1988 tuvo un objetivo perfectamente definido: impedir el arribo de Cuauhtémoc Cárdenas a la Presidencia para profundizar el modelo neoliberal que comenzó a implantarse en el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988).

El fraude de 1988 abrió la puerta a uno de los sexenios más corruptos en la historia del país (y mire que los ha habido transas): el de Carlos Salinas de Gortari, que benefició a un grupo de empresarios con la venta a precios de ganga de las empresas nacionales y una política fiscal más que generosa: el arquetipo es Carlos Slim y Telmex, pero no es el único caso. Los Bailleres, los Hank, los Zambrano, los Garza, los Azcárraga y otros prominentes hombres y mujeres de negocios gozaron de los tratos privilegiados durante el salinismo, a cambio de lealtad con el proyecto. El gobierno espurio de Salinas terminó en 1994, año memorable por el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y por los crímenes de estado cometidos en contra de dos notables integrantes del grupo en el poder: el candidato presidencial del PRI Luis Donaldo Colosio y el Presidente de ese partido, José Francisco Ruiz Massieu.

Como resultado de los reacomodos en el bloque de poder, el tecnócrata Ernesto Zedillo asumió la Presidencia llevando bajo el brazo la agenda económica neoliberal y el autoritarismo como núcleo de su agenda política. La noche de Acteal del 22 de diciembre de 1997 en la que fueron asesinados 45 indígenas (la mayoría mujeres y niños) será recordada como la huella más triste y más oscura de su sexenio. La mayor concentración de la riqueza, la acentuación en privatizar lo público y la expansión de la pobreza fueron parte de los saldos del zedillismo.

A diferencia del porfiriato, el prianismo tuvo la capacidad de flexibilizarse lo suficiente para renovar cuadros a través de las elecciones del año 2000, sin renunciar a su proyecto. La llamada “alternancia” en esencia no modificó el proyecto neoliberal, si acaso simplemente matizó algunas de sus premisas y banalizó hasta el ridículo la función pública. Vicente Fox lo dijo con toda claridad: “antes de ser Presidente soy empresario”, palabras que habrían de (des)orientar su periodo de gobierno imprimiendo criterios gerenciales a la administración pública, sin disminuir un ápice a la corrupción: el Partido Acción Nacional demostró ser tanto o más corrupto que el mismo PRI. El saqueo de PEMEX durante las administraciones panistas es la muestra más clara (por oscura) de la profunda corrupción de quienes durante años se ostentaron como opositores al PRI.

En 2006 y 2012 el país padeció sendas estafas electorales. En 2006 para imponer mediante un grotesco fraude a Felipe Calderón (quien oficialmente triunfó con una ventaja de .56% sobre López Obrador) y en 2012 para “elegir” mediante el uso faccioso de las instituciones electorales al peor presidente en la historia reciente (digamos de los últimos 30 años) de México: Enrique Peña Nieto. Los saldos de ambas imposiciones están a la vista: han sido los doce años más violentos desde la Revolución de 1910-1917.

Hay una línea continua desde hace cuando menos treinta y seis años: el neoliberalismo económico convertido en eje de la agenda de gobierno en el país. No es casual, por ende, que una de las expresiones más exacerbadas de la racionalidad neoliberal haya alcanzado tales niveles de consolidación. Me refiero al crimen organizado, particularmente a los cárteles del narcotráfico. Los cárteles de la droga se han expandido al amparo del neoliberalismo en la medida en que se trata de organizaciones estructuradas jerárquicamente que responden a la lógica del mercado, en otras palabras, son empresas capitalistas que requieren, a su vez, de otras empresas para sus operaciones: producción, distribución y consumo de droga, lavado de dinero, compra y venta de armas, etc. En este sentido es posible afirmar que la expansión del narcotráfico en México está estrechamente vinculada con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (https://redaccion.nexos.com.mx/?p=6733).

La elección del próximo 1º de julio representa mucho más que solamente un cambio de poderes en el ámbito Ejecutivo y Legislativo: es la posibilidad de romper por la vía pacífica e institucional con una historia que se remonta al fraude de 1988 y los posteriores sexenios, herederos de la misma infame estirpe. Se trata de cambiar al país desde sus entrañas: el sistema educativo, la estructura de producción y distribución de la riqueza, las instituciones políticas, las pautas de convivencia, en una palabra: el contrato social. El país no puede continuar como los últimos treinta años de violencia, pobreza, racismo, misoginia, exclusión y muerte. México merece una nueva historia.

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Comentario 1
  • jaime uribe

    La comparación con el período post porfirista es un completo disparate, un despropósito. En fin...

    Responder
    28 junio, 2018

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