La memoria y las instituciones (en tiempos electorales )

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Alejandro Saldaña Rosas

Sociólogo. Profesor investigador de la Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3 / Facebook: Alejandro Saldaña

 

 

 

La memoria y las instituciones (en tiempos electorales)

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos

Jorge Luis Borges

 

 

Uno de los mayores retos para los investigadores sociales es construir teorías que den cuenta de la confluencia de registros de orden subjetivo, individual, psicológico con otros de orden objetivo, estructural, económico. Esto es, comprender cómo el deseo (categoría de orden psíquico) y la historia (categoría de orden social) se mezclan, se confunden, se determinan, se generan mutuamente. Para ponerlo en una pregunta que interroga al título de este artículo: ¿qué tiene que ver la memoria con las instituciones? Y aún más ¿qué tienen que ver en tiempos de elecciones?

En principio y apelando al sentido común, quizás nada. Mi memoria nada tiene que ver con las instituciones en las que participo (ciudad, mercado, escuela, empresa, etc.) en la medida en que soy un sujeto con libre albedrío y autonomía de creencias y pensamientos. Bien, pero soy un sujeto sujeto, esto es, una persona libre, pero sujetada por la historia y sus instituciones. Mi libertad es, siempre, una libertad acotada precisamente por las instituciones.

“Yo soy yo y mi circunstancia”, decía Ortega y Gasset en una frase muy conocida de la que se ha olvidado su colofón “si no la salvo a ella, no me salvo yo”. En otras palabras, si no salvo a mi circunstancia (instituciones), no me salvo yo (memoria en contexto). De allí que memoria e instituciones son indisolubles: mi recuerdo no es abstracto, no recuerdo “la escuela primaria” sino cierta escuela a la que acudí (infame); tampoco mi memoria acude a “la ciudad” en la que crecí sino a cierta colonia en la que me formé (en el estado de México y a punta de chingadazos, por cierto). Con estos pequeños ejemplos espero haber puesto en claro mi punto de partida: la memoria está inserta en determinados contextos institucionales que son producidos por la acción organizada de los diferentes actores sociales.

Lejos de pretender teorizar sobre el tema en este artículo, mi intención es simplemente proponer algunas posibles reflexiones para quizás –es mi expectativa- compartir en familia o entre amigos. O para pensar en solitario, como cada quién prefiera.

A partir del miserable video (“No lo dejen manejar”: https://www.youtube.com/watch?v=E-NVH-7SP1A) en el que un hombre de la tercera edad (similar en perfil y forma de hablar a López Obrador) es “incapaz” de echar a andar un auto, se desataron decenas de miles de críticas a quien lo publicó en Twitter: Javier Lozano, vocero de Meade, quién reculó, pidió disculpas y borró el tuit con el video; una buena parte de las críticas a Lozano fueron con testimonios de “viejos” capaces de hacer un montón de cosas. El tema se viralizó en redes sociales en pocas horas y no lo niego, me trepé en ese tren y tuitié lo siguiente:

“Mi madre tiene 83 años. El año pasado vendió su coche porque casi no lo usaba, prefiere caminar y detesta el tráfico. En promedio lee unos 2 libros por semana y no tiene dudas: votará nuevamente por @lopezobrador_ #JavierLozano”.

El tuit recibió algunos miles de retuits y otros tantos de “corazoncitos” (me gusta). También, debo decirlo, algunos cuestionamientos a la salud mental de mi madre (si la conocieran…). No mentí en lo absoluto en el tuit: Doña Isa (mi madre) tiene 83, vendió su coche el año pasado, camina mucho, devora libros (novela histórica sobre todo) y votará nuevamente por el Peje. Y si traigo este relato a colación es porque en tiempos de elecciones no sólo se mueven las instituciones, también la memoria se sacude.

No es casual que la intención de voto entre los electores más jóvenes (menores de 30 años) recaiga en López Obrador: toda su vida han padecido las consecuencias del corrupto neoliberalismo mexicano. Y si ampliamos el rango a los menores de 40 años la situación es similar puesto que les tocó vivir los estertores del sexenio de De la Madrid, el fiasco del salinismo y los decepcionantes sexenios posteriores, incluido el chapucero “cambio” de Fox, el sanguinario de Calderón y el infame y aún más sangriento de Peña. (Las preferencias electorales por grupo de edad se pueden consultar en el siguiente link: https://oraculus.mx/2018/05/09/preferencia-electoral-y-grupos-de-edad/). Pretender asustar al electorado con el petate del muerto de tiempos pasados es una tarea francamente absurda por cuanto muchos de esos posibles votantes ni siquiera habían nacido. Y como si los tiempos recientes (los últimos treinta años digamos) hubiesen sido de grandes logros, transparencia, justicia, desarrollo y paz.

La memoria tiene asideros firmes: la casa en la que crecimos, la escuela a la que acudimos, el barrio, el trabajo o la falta del mismo de papá y/o mamá, las primeras rebeldías, los fajes de zaguán, la música que nos acompañó a lo largo de los años, las películas que nos emocionaron, etc. Esa memoria está anclada en instituciones bien definidas: la escuela, el barrio, la fábrica, la diversión y el tiempo libre, la economía, entre muchas otras. Instituciones que son el resultado de un conjunto muy complejo de procesos históricos, de crisis económicas, de asesinatos de candidatos, de insurrecciones armadas, de luchas estudiantiles, de tratados comerciales, de inmensa corrupción, de partidos políticos de escenografía, de líderes de ocasión.

Así, los procesos electorales no pueden pensarse ajenos a la construcción de la memoria puesto que a fin de cuentas los gobernantes “elegidos” han sido decisivos en la institucionalización de determinadas pautas sociales, de determinadas prácticas, de determinadas sensibilidades, de determinados olvidos. La memoria no es sólo el recuerdo vigente, sino también los olvidos inducidos.

Toda elección es histórica, verdad de Perogrullo, pero la que ocurrirá en México dentro de cinco semanas lo es con especial énfasis: estamos en vísperas de construir la memoria que trascenderá a las próximas generaciones. Estamos en vísperas de recordar, desde ahora, el futuro que nuestro país requiere y amerita.

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