Margensur (México-París)

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Alejandro Saldaña Rosas

Sociólogo. Profesor Investigador de la Universidad Veracruzana

Twitter: @alesal3

 

 

México-París

 

Para Elvia Taracena, amiga y colega

 

Querida Elvia:

Trato de entender el dolor que sientes en este momento por México y París, tus lugares de querencias, que son las de muchos, que son las mías. En el esfuerzo de entender, escribo lo que sigue.

            Agradezco el generoso espacio de libertad que me brinda Rompeviento TV para escribir estas líneas en primera persona, con la expectativa de que una carta abierta sea no sólo de interés para nosotros dos, sino para muchos más.

            Lo que quiero decirte es de interés mutuo, y de interés colectivo, en el entendido de que nuestras historias personales, nuestro día a día, nuestra cotidianidad es un jirón al viento de la Historia (así, con mayúsculas). Ambos sabemos que nuestras “pequeñas historias personales” son imprescindibles para la reproducción social, es decir, sin nosotros (todos y todas) la historia (y la política y la economía y etc.) carecen de sentido. Y es en la Historia donde nuestras “pequeñas” vidas adquieren sentido y donde tratamos de convertirnos en sujetos de nuestra propia historia.

            Sé que tus grandes amores se reparten entre la ciudad de México y París. Sé que eres amada allá, acá y en muchos otros lugares, casi todos de habla latina. Sé muy bien que a veces cuando hablas en español dices palabras y expresiones en francés sin darte cuenta, y supongo que cuando hablas en francés se te sale uno que otro mexicanismo. Te he escuchado innumerables veces traducir al español a Vincent, a Eugène, a Jean-Philippe y a no sé quién mas, y sé que aderezas con modismos y chilanguismos el pulcro francés de nuestros amigos, colegas y gurús.

            Sé también que en este momento tienes muchos dolores: te duele tu cuerpo y tu país, y te duele París, tu ciudad por adopción, y desde luego te duele tu enfermedad, quizás porque estás muy enferma de México y estás muy enferma de París. No lo sé, querida amiga, solamente formulo hipótesis (como me has enseñado). No conozco y apenas imagino la profundidad del dolor que sientes por ambas ciudades y por ambos dolores que vertebran en ti.

            Gracias a ti y a Vincent de Gaulejac (básicamente) en México hemos podido aproximarnos a la sociología clínica y eso es algo que se te agradecerá por siempre porque con esa herramienta metodológica y conceptual muchas personas hemos podido entender que el dolor, el sufrimiento, la vergüenza, incluso el amor que creíamos tenían un origen personal y por ende había que cargar a solas y en silencio, resulta que responden a procesos de orden social que nos llegan a través –básicamente- de nuestra familia. De esta forma, a través de los talleres que has coordinado durante ¿treinta años quizás? miles de personas hemos podido encontrar respuesta a preguntas que nos atenazaban dolorosamente. ¿Quién soy? ¿Por qué no encuentro salida a esta situación? ¿Por qué repito los mismos yerros y patrones nocivos de conducta que mis padres y mis abuelos? ¿Por qué me avergüenzo del “éxito” obtenido en mi vida profesional? ¿Por qué carajos me cuesta tanto trabajo manejar dinero? Estas son sólo algunas de las muchas preguntas que recuerdo haber escuchado en los talleres que has coordinado con Vincent en México y que me han permitido entender mucho de mi vida a través de los relatos de otras personas. Recuerdo con mucha nitidez que participé en el taller Novela Familiar y Trayectoria Amorosa y yo era el único hombre (bueno, y Vincent que co-coordinaba junto contigo), entre diez o doce mujeres. ¡Eso es ser valiente!

            Tu trabajo con niños en situación de riesgo (niños de la calle, les dicen), con mujeres, con trabajadores, con migrantes, con estudiantes, con personas de todas edades y clases sociales, tanto en México como en Francia, te ha dado la posibilidad de tener una mirada profunda, luminosa y crítica sobre los entrecruzamientos sociales, económicos, políticos, religiosos e ideológicos que atraviesan y definen las vidas de miles de personas. Te he visto formular hipótesis sobre los relatos de vida narrados por los y las participantes en los talleres vivenciales y he visto la cara de muchísimas personas iluminarse con la profundidad y pertinencia de tus comentarios y análisis. Debo comentarte que yo mismo he organizado talleres y he sido testigo de cómo la gente encuentra respuesta a sus inquietudes y desazones vitales a través de la comprensión de las determinaciones sociales que están detrás de sus destinos.

            Querida Elvia, supongo que buena parte de tus pensamientos en este momento están puestos en Paris, ciudad en la que has vivido buena parte de tu vida y a la que regresas al menos una vez al año. Deseo –confío- que ninguno de tus amigos haya sido muerto por las balas y las bombas asesinas disparadas ¿desde dónde? Porque es sencillo adjudicar los atentados de hace unos días al Estado Islámico (ellos mismos han puesto su firma en la sangre de los muertos y heridos) pero bien sabemos que el problema es mucho más complejo. Es imposible desligar los atentados del viernes 13 del colonialismo francés, del imperialismo yanqui (aunque suene trillado y demodé), del racismo, la explotación y la exclusión de la “civilización” occidental. Pero así como es imposible eludir estas determinaciones de orden social e históricas, es ineludible referir las historias particulares de los suicidas que cometieron los atentados; y esas historias de familia e individuales, desgraciadamente, quizás nunca podremos conocerlas.

            Estaba pensando que tal vez tú eres la mexicana que más conoce a la Francia profunda, la de los banlieus poblados de inmigrantes pobres y excluidos, la de los pueblos habitados por campesinos ignorantes llenos de prejuicios, la de las mujeres violentadas, los niños sin cobijo y los viejos en el abandono. Esa Francia tan distante, y a la vez tan cercana a México. Quizás como nadie en México, tú conoces bien a la Francia profunda de los 5 millones de franceses de origen islámico, sí, esos que se llaman Mohammed, Aisha, Suhaila, Abdul, Zahoua. Y contigo, querida Elvia, hago votos porque la sinrazón no se expanda más y se cebe en esos millones de franceses que viven en la encrucijada de dos mundos, dos religiones, dos culturas.

            Te dejo un abrazo y un gran beso en el ciberespacio, donde también tu voz y tu mirada dan luz a un mundo en tinieblas.

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