Silencio y ruido

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Ricardo González Bernal

Coordinador del Programa Global de Protección de Article 19

@R1card0G0nzalez

 

Silencio y ruido
 

Agosto ha sido un mes doloroso para la libertad de expresión en México. Comenzó con la terrible noticia del asesinato de la activista Nadia Vera, el fotoperiodista Rubén Espinosa y Mile Virginia Martín, Yesenia Quiroz y Alejandra Negrete. Los días han transcurrido en medio de la incertidumbre que ocasiona el actuar esquivo de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, un gobernador que se dice sorprendido por las sospechas que apuntan hacia él, y un aparato burocrático de protección que justifica su inmovilidad ante la falta de una solicitud formal de apoyo por parte de Rubén y Nadia.

 

Ambos, sin embargo, denunciaron públicamente el acoso del que eran objeto e hicieron directamente responsable al gobernador Javier Duarte si es que algo les pasaba. Luego vino el silencio. El silencio de dos voces que ejercían el disenso desde sus respectivos campos de acción en Veracruz. Habían huido de Xalapa y llegaron a la Ciudad de México en busca de seguridad. Fueron semanas de tocar puertas y pedir favores, la vida de una persona desplazada de manera forzada nunca es fácil.

 

Durante el fin de semana inmediato al asesinato de Nadia, Rubén, Yesenia, Alejandra y Mile, la información llegó a cuentagotas. Aún no habían sido identificadas todas las víctimas, pero el Procurador del Distrito Federal descartó públicamente que los homicidios estuvieran vinculados al trabajo de Nadia y Rubén. Aún no habían sido nombradas todas las víctimas, pero ya circulaban rumores estigmatizantes acerca de Yesenia y Mile.

 

El ruido comenzó con entrevistas exclusivas disfrazadas de filtraciones para apaciguar los egos de la prensa, que gustosamente se alineó a la estrategia de “control de daños” de las autoridades de la Ciudad de México. El ruido trajo consigo rumores de “fiestas en donde se consumía alcohol y drogas”, de una inmigrante colombiana “que no tenía empleo pero tenía algunas alhajas y un Mustang Shelby”, de posibles vínculos con personas acusadas de narcotráfico en Michoacán.

 

El ruido crece con la misma velocidad que la indignación, y eso, aunque doloroso, es en sí un aspecto positivo porque promueve la memoria y auspicia las expresiones de solidaridad. Ambas expresiones imprescindibles para seguir construyendo la justicia emancipadora que a menudo niega el sistema de justicia de este país.

 

Los hechos no sólo han confrontado, una vez más, a la opinión pública con la violencia que ha enfrentado la prensa en México particularmente desde hace 15 años, es decir, desde el inicio de la alternancia partidista. Sino también con otros patrones de violencia como los que enfrentan los movimientos estudiantiles, las personas migrantes, las mujeres. Una vez más, pudimos observar la embestida de un aparato de justicia mediática que hilvana impunidad con base en estereotipos discriminatorios. La solidaridad ha llegado a raudales desde distintos puntos del país y del mundo. Los organismos intergubernamentales como la Unión Europea, la Comisión Interamericana y varias agencias de la ONU también condenaron los hechos. La solidaridad y la condena internacional es el tipo de ruido que suele cimbrar las oficinas gubernamentales. De manera paralela, muchos procesos de solidaridad entre la prensa independiente se han acelerado, las organizaciones de derechos humanos y de libertad de prensa están reforzando lazos y capacidades para redoblar esfuerzos ante la profundización de la crisis con la que se han enfrentado en los últimos años.

 

El ruido como antídoto del silencio.

 

La memoria y la solidaridad como contrapeso de la maquinaria de impunidad.

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