Relación diplomática de 16 meses

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J. Jesús Esquivel

Corresponsal de la revista Proceso en Washington

@JJesusEsquivel

 

 

Washington – En México, la designación de Miguel Basáñez como el embajador del gobierno de Enrique Peña Nieto en Estados Unidos, levantó las cejas de muchos que esperaban que el ungido fuera un diplomático de carrera o un político.

 

Los sorprendidos sostienen que la elección de Basáñez no corresponde a la de Roberta Jacobson, la nominada del presidente Barack Obama, para ser la embajadora de Estados Unidos en México. ¿Cómo un académico, conocido de la familia Peña Nieto y miembro del Grupo Atlacomulco puede ser embajador en Estados Unidos, cuando este país envía a Jacobson, una mujer de lo más destacado en el Departamento de Estado?, se preguntan algunos de los que hubieran querido otro tipo de emisario.

 

Basáñez, profesor adjunto y director del Programa de Reforma Judicial en la Universidad Tufts, en Somerville, Massachusetts, no necesita ser ni diplomático ni político para manejar en Washington la relación con el gobierno de Obama. No estoy defendiendo a Basáñez, no lo conozco, pero me extraña que en México ya se les olvidó que desde que llegó Peña Nieto a Los Pinos, lo primero que hizo fue restarle importancia a la relación con Estados Unidos, sin descuidarla del todo, claro está.

 

En el sexenio de Felipe Calderón, y con la justificación de la lucha bilateral contra el tráfico de drogas y el crimen organizado, todo enmarcado en la fallida Iniciativa Mérida, las agencias de inteligencia de los Estados Unidos y en especial la DEA estaban metidas hasta debajo de la cama del gobierno mexicano. Y no es que Obama estuviera tan interesado en México, no; si se revisa la política exterior que ha ejercido el mandatario, se podrá concluir que América Latina está en los últimos lugares de sus prioridades y preocupaciones.

 

Lo que hicieron las agencias de inteligencia –que siempre actúan por cuenta propia- fue aprovechar que Calderón les abrió las puertas y ventanas que toda la vida les habían cerrado en México.

 

Recuerdo muy bien que dependencias como la DEA estaban “altamente preocupadas” cuando al inicio del sexenio peñista les cerraron las puertas del CISEN, de la PGR y de la Secretaría de Gobernación, ni qué decir de otras agencias de inteligencia como la CIA, FBI o ICE. Peña Nieto, creo, maneja una relación con Estados Unidos con mayor reciprocidad que su antecesor panista. Si a Estados Unidos no le interesa la relación con México, a Los Pinos no le interesa la relación con la Casa Blanca.

 

¿Cuántas veces escuchamos la denuncia social de que debemos alejarnos de Estados Unidos, que este país está gobernado por buitres a la espera de apropiarse de México y sobre todo de su petróleo? Bueno, ya hubo una reforma energética y este temor por fortuna no se materializó.

 

No estoy diciendo que la relación con Estados Unidos no sea importante, al contrario, pero creo que tenemos que ser congruentes y tratar a esta nación como nos trata.

 

Jacobson tiene la experiencia y los reconocimientos diplomáticos necesarios para manejar la relación con México. Pero decir que a ella la envía Obama porque le da una alta prioridad a la relación con México, creo que es un error garrafal.

 

Al presidente Obama le quedan 16 meses de mandato y Jacobson aún no ha sido confirmada por la Cámara de Senadores. Con las elecciones de noviembre de 2016, habrá un nuevo presidente electo en Estados Unidos, quien el 20 de enero de 2017 reemplazará a Obama. Eventualmente, el nuevo huésped de la Casa Blanca relevará del puesto a Jacobson y, por ende, aunque dependiendo mucho del partido que salga ganador de los comicios, Peña Nieto tendría también que cambiar de embajador.

 

Es imposible pensar que Estados Unidos no mire a México, pero es muy inocente creer que le da importancia a lo que ocurre con los mexicanos. La inmigración indocumentada de mexicanos y la lucha contra las drogas son una obligación de cualquier presidente de los Estados Unidos.

 

Los temas fronterizos pesan en una elección presidencial de Estados Unidos. La lucha contra el narcotráfico mexicano es una obligación, no porque a la Casa Blanca le importe lo que pasa en México, sino porque está obligada a cooperar en ello porque no puede contener la demanda y consumo de drogas entre la sociedad estadunidense, la que con sus dólares financia a los cárteles.

 

Si a Obama le interesa tanto México y por ello manda a Jacobson, una respetada diplomática de altísimo nivel, porqué no la envió cuando en el 2011 Carlos Pascual salió por la puerta de atrás de la embajada estadunidense. En ese entonces, a Jacobson se le mencionó como posible sustituta de Pascual pero ni siquiera estuvo en la lista de candidatos del mandatario.

 

Desde el 10 de marzo de este año no hay embajador de México en Washington. ¿Qué ha pasado de verdad que sea grave? Nada.

 

La fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera ha sido el único acontecimiento relevante que ocurrió en México y que pudiera preocuparle a Estados Unidos. Pero no pasó nada. Washington simplemente dijo que ayudaría a recapturarlo, pero no hubo críticas, por lo menos públicas, de que la fuga refleja el nivel de corrupción por narcotráfico que hay en el gobierno de Peña Nieto.

 

Si van casi siete meses sin embajador en Washington y no ocurrió nada grave en la relación bilateral, ¿por qué entonces no podemos pensar que Basáñez -quien conoce bien a Estados Unidos- podrá hacerse cargo de la embajada el tiempo que le resta al gobierno de Obama? Sin interés mutuo, la relación viaja con piloto automático. Ya está demostrado.

 

Por lo menos, Jacobson pasará un año y medio viviendo muy bien en México, un país al que dice ella le tiene mucha estima.

 

 

 

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