¡Hoy nos chingamos al Estado! (Margensur)

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Alejandro Saldaña Rosas
Sociólogo. Profesor investigador de la Universidad Veracruzana
Twitter: @alesal3 / Facebook: Compa Saldaña

 

 

¡Hoy nos chingamos al Estado!

 

Hoy sabemos que no es necesario cometer un delito para ser desaparecido, perseguido o estar en la cárcel. Por los que seguimos en pie de lucha por la justicia, la libertad, la democracia y la soberanía de México, para nuestra patria, por la vida, para la humanidad, quedamos de ustedes, por siempre y para siempre, […] hasta que la dignidad se haga costumbre.

Estela Hernández

http://aristeguinoticias.com/2202/mexico/nos-chingamos-al-estado-video/

 

“Hasta que la dignidad se haga costumbre”. Con esta contundente frase Estela Hernández, hija de Jacinta Francisco Marcial, cerró su intervención en el evento en el que el Estado mexicano pidió disculpas a Jacinta, Alberta y Teresa por haberlas encarcelado injustamente. El caso no habría pasado a más, como tantos otros, miles más, en que la “justicia mexicana” se prodiga en castigar a inocentes, culpabilizar a luchadores sociales, encarcelar a rebeldes, si no es porque las indígenas hñahñus alzaron su voz y fuerte, ejerciendo sus derechos fundamentales.

            Estela Hernández lo ha dicho con total claridad: no es necesario cometer un delito para ser desaparecido, perseguido o estar en la cárcel, y allí está el doctor Mireles para dar fe de esta aseveración, o tantos otros miles, desaparecidos o encarcelados por ejercer sus derechos ciudadanos.

            El encarcelamiento de Jacinta, Alberta y Teresa fue evidentemente una injusticia contra tres personas que reúnen todos los agravantes sobre los que se ceba el Estado mexicano: son pobres, son indígenas y son mujeres. Las acusaron de haber secuestrado a seis policías judiciales, armados y entrenados: un absurdo que ha sido demostrado se trató de una patraña. Lo grave del caso es que la mentira, el engaño, la patraña fue gestada en el vientre del mismo Estado mexicano. Por eso la consigna es irrenunciable: “hasta que la dignidad se haga costumbre” y el clamor “nos chingamos al Estado” hace eco en millones de mujeres, jóvenes, trabajadores, migrantes, excluidos que suman sus voces a las de las indígenas hñahñus.

            La lucha de las mujeres hñahñus es exactamente la misma que la de los padres y madres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Es la misma que la de los colectivos de familiares en busca de sus desaparecidos. Es la misma que la de las comunidades en defensa de sus territorios. Es la misma que la de los trabajadores en defensa de sus derechos. Es la misma que la de las mujeres exigiendo sus derechos en todos los ámbitos de la vida pública y privada. Es la misma que la de los profesores en contra de la reforma educativa. Es la misma que la de los indocumentados en contra del muro de Trump y sus maestros de obra Videgaray y Peña.

            Hoy nos chingamos al Estado no es un grito aislado, sino el deseo de millones de personas. La tarea no es fácil, pero es irrenunciable. La sociedad mexicana está agraviada no de hoy, sino desde hace muchas décadas.

            Miles, millones de personas anhelantes de justicia comparten el deseo de chingarse al Estado, de joder al poderoso, de ocupar un espacio y ser visto, de tener voz y presencia, de tener tiempo y futuro, de acunar una esperanza. En el anonimato del día a día y la falaz certidumbre de un acontecimiento inaudito, la vocación de poder se nos escurre entre los dedos. Todos quisiéramos chingarnos al Estado, o mejor aún, que no hubiese ningún motivo para chingárnoslo: que nos dejara vivir, y ser, y estar, o al menos que nos otorgará un paréntesis de calma, que no un espacio para el olvido. Ironías: preferible no ser visto, que no significa estar ausente.

            “Hoy nos chingamos al Estado” es la consigna que construye el futuro, la reivindicación fundamental en que podemos construir un nuevo país, el grito más profundo con el que México puede ponerse de pie nuevamente. Porque no solamente basta con chingarse al Estado, es imprescindible que la dignidad se haga costumbre; y a la inversa, la dignidad debe hacerse cotidiana a fuerza de chingarse al Estado.

            Y chingarse al Estado no significa necesariamente acabar con él, destruirlo de raíz, sino simplemente acotar sus poderes, limitar su abuso, hacerlo entrar en la razón por él mismo construida. Pero, paradójicamente, el Estado, este Estado, parece absolutamente incapaz de regularse a sí mismo, de escuchar a la ciudadanía, a las mujeres, a los pobres, a las indígenas, a los chavos, a los diferentes, a los irreverentes. Ante un Estado omiso, inerte, ausente, no queda ninguna otra opción más que chingárselo. Destruirlo quizás no sea suficiente, anularlo desde luego no basta, desconocerlo es una mueca gentil, pero solo eso: un gesto. Entonces, ¿en qué consiste chingárselo?

            En ganarle en su propio territorio, con sus propias reglas, en su mismo tiempo, en el espacio que lo define. Lucha absurda, quizás, pero imprescindible en la perspectiva de construir escenarios viables de posibilidad, imaginarios factibles por el solo hecho de ser soñados. La derrota del Estado ocurre no sólo ni principalmente en el ámbito jurídico sino en los márgenes de lo posible, en la construcción de un tal vez, de un quizás, anclado en el dolor pero con periscopio a la esperanza.

            Por eso resulta doblemente o triplemente significativo que tres mujeres hayan logrado chingarse al Estado.

            Indígenas, pobres, mujeres: todos los agravantes en contra de ellas y sin embargo han derrotado a un sistema inequitativo, racial, patriarcal. Con ellas seguiremos trabajando hasta que la dignidad se haga posible; lo haremos, lo hacemos, en lo cotidiano, en el día a día, en los mínimos detalles.

            De modo imperceptible quizás nos chingamos al Estado día a día, pero nuestra lucha aún es insuficiente.

 

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