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El día en que Myanmar vuelva a ser Burma

Ricardo González Bernal

Coordinador del Programa Global de Protección de Article 19

@R1card0G0nzalez

El día en que Myanmar vuelva a ser Burma

 

“El miedo no es el estado natural de las cosas”

Aung San Suu Kyi

En 1991, a la activista y opositora birmana Aung San Suu Kyi le fue concedido el Premio Nobel de la Paz. En ese momento, ella se encontraba en arresto domiciliario impuesto por la Junta Militar que gobernó y gobierna hasta este momento el país. Su esposo e hijos recibieron el premio en su nombre y fue hasta 2012 cuando Aung San Suu Kyi asistió al Oslo City Hall, lugar en donde tradicionalmente se realiza la ceremonia de premiación del Nobel, para finalmente dar su discurso.

Muchas cosas pasaron durante esos años en Birmania, casi a cuentagotas comenzaron a darse cambios en el marco legal y en las políticas públicas que abrieron el paso a la posibilidad de que en ese país surgiera una oposición efectiva que impulsara una transición genuina a la democracia.

Este proceso de democratización está ligado de manera innegable a la historia personal de Aung San Suu Kyi, siendo ella hija de Aung San, padre de la independencia birmana, lo cual la marcó profundamente y la motivó a participar en 1988 en lo que fue conocido como “el segundo combate por la independencia”. Este movimiento estaba inspirado en las tácticas no-violentas de Gandhi pero a la vez en un vínculo directo con la fe budista, la cual es la religión mayoritaria de ese país. Finalmente, en ese mismo año (1988), fue instaurada una Junta Militar en el poder a cargo del General Ne Win, y que atrapó al país en una burbuja de autoritarismo y corrupción.

Uno de los primeros resultados de esa dictadura fue el cambio de nombre del país de Birmania (nombre milenario de esta región) al de Myanmar, un nombre escogido por la Junta Militar. Esto se convirtió en el escenario de la oposición a la dictadura y a favor de la democracia. Como explica Juan Manuel López Nadal en un reciente artículo publicado en El País sobre el tema: “Ningún organismo legítimamente representativo del pueblo birmano, en su multiplicidad étnica, ha refrendado hasta el momento el arbitrario decreto de los dictadores”.

Aung San Suu Kyi estudió en Oxford y la exposición a los ideales democráticos y liberales también permean en la visión de una Birmania más libre y equitativa. Esto evidentemente ha atraído la atención de la comunidad y medios internacionales, que con un dejo de orientalismo la perciben como una suerte de Gandhi moderno. En poco más de 20 años de intensa lucha, de arrestos domiciliarios y con la constante amenaza de una regresión autoritaria, se han editado decenas de libros y documentales, así como innumerables artículos y reportajes.

Un año después de la instauración de la Junta Militar en 1988, Aung San Suu Kyi asumió la dirección de la Liga Nacional por la Democracia, convirtiéndose así en la entidad opositora que ha mantenido un gobierno en el exilio desde entonces. El liderazgo de Aung San Suu Kyi tanto en la liga como en el movimiento pro-democracia es innegable, pero ella es tan sólo una de los más de 700 presos políticos, muchos de los cuales permanecen en prisión.

Hace apenas unos días tuvieron lugar elecciones parlamentarias en Burma y, de acuerdo con los primeros informes, la Liga Nacional por la Democracia obtuvo por lo menos el 25% de los escaños en el Hluttaw, en lo que los observadores electorales internacionales han calificado como una elección relativamente aceptable.

Debido a una reforma constitucional que prohíbe a ciudadanos birmanos con hijos o hijas extranjeras, es imposible pensar que Aung San Suu Kyi limitará su liderazgo a un plano más bien simbólico pero con mucho peso político dentro y fuera del país.

Birmania está despertando y normalizando el ejercicio de derechos y libertades. Eso es innegable. Ahí está el ejemplo de la Columna de Boicot por una Educación Democrática, formada por miles de estudiantes que cruzaron el país entero protestando por la falta de oportunidades y el control férreo del gobierno sobre la educación pública. Existe una demanda creciente por mayor transparencia del gobierno y el combate a la corrupción. La lista de asignaturas pendientes en materia política, económica y social continúa creciendo, y el resultado de estas elecciones es muestra de ello.

Sin embargo, un tema que prácticamente ha estado fuera de toda agenda política de oposición es la discriminación y violación sistemática de derechos humanos de los miembros de la minoría religiosa musulmana Rohinyá. Aung San Suu Kyi y la Liga han sido fuertemente cuestionados en el extranjero por no solidarizarse con este pueblo y elevar la voz para condenar los desplazamientos y desapariciones forzadas, así como la política impulsada desde el gobierno para negarles la nacionalidad burmesa y obligarles a salir del país.

Quienes conocen a Aung San Suu Kyi, aseguran que el silencio que ha guardado al respecto ha sido una decisión táctica de frente a las elecciones. Sin embargo, es claro que el tema Rohinyá toca una fibra sensible de la identidad nacional burmesa cimentada en la idea de ser un pueblo esencialmente budista. De ahí que inclusive los líderes de las Pagodas Budistas y los monjes prominentes tampoco se han opuesto a las políticas de exclusión y discriminación en contra de la minoría musulmana.

Sin lugar a dudas, el camino a una democracia plena en Burma aún sigue siendo muy distante. Sin embargo, los resultados de las elecciones dan un nuevo impulso a las voces que desde dentro y fuera de Burma exigen un cambio de régimen político. Sobre los hombros de Aung San Suu Kyi recaen las expectativas de una historia que aún no concluye y que a su vez le ha costado la vida a miles de personas. Aung San Suu Kyi es tan sólo la punta del iceberg del cambio que está por venir.

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