Lágrimas de cocodrilo

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J. Jesús Esquivel

Corresponsal de la revista Proceso en Washington

@JJesusEsquivel

Lágrimas de cocodrilo

 

El perdón que pidió Enrique Peña Nieto por el asunto de la Casa Blanca no es suficiente. Él piensa que lo redime, pero no. Con ello no hizo más que aceptar que él y su esposa, Angélica Rivera, “La Gaviota”, incurrieron en un acto de corrupción.

Si en realidad Peña Nieto está arrepentido y quiere que los mexicanos lo perdonemos, debería permitir que se abra un nuevo expediente del caso y una auténtica investigación.

El presidente no quiere darse cuenta de que de lo que estamos cansados los mexicanos es de la impunidad en su gobierno.

No necesitaba pedir perdón para que nos diéramos cuenta de la corrupción que impera en su presidencia. La corrupción es el emblema histórico de los gobernantes priistas y de otros muchos que pertenecen a los otros partidos políticos.

Si arrepentirse de sus corruptelas fuera suficiente para satisfacer la sed de justicia que tiene México, como cree Peña Nieto, entonces ahora pueden hacer lo mismo Javier Duarte, en Veracruz; César Duarte, en Chihuahua; Roberto Borge, en Quintana Roo, y, ¿por qué no?, bajo ese mismo tenor, hasta Carlos Salinas de Gortari, por saquear al país durante su sexenio; y Arturo Montiel, a los mexiquenses, por la rampante corrupción que permitió cuando fue gobernador del Estado de México.

De arrepentidos están llenos los panteones, dicen. Las nuevas medidas anticorrupción no son suficientes. Políticamente, el PRI está en la lona. Tarde, muy tarde, vino el “mea culpa” de Peña Nieto; el 2018 está a dos años de distancia. El caso de la Casa Blanca llegó para quedarse. Mientras Carmen Aristegui y su equipo de periodistas, que descubrieron la Casa Blanca, sigan siendo censurados en la radio abierta, a Peña Nieto no lo perdonarán aquellos a quienes ofreció su arrepentimiento.

Seguro habrá quienes quedaron satisfechos con las lágrimas de cocodrilo del presidente. Lo veremos escrito en columnas y artículos de opinión, seguro.

Si las palabras de contrición lavaran todos los pecados, los dos años que le quedan de presidente no le serían suficientes para pedir perdón por las violaciones a los derechos humanos, por el aumento de la pobreza, por la incapacidad para resolver los problemas con el gremio de los maestros. Son tantos los muertos de su lucha contra el narcotráfico, que creo necesitaría más tiempo que Felipe Calderón para pedir la compasión de las madres, padres, hermanos, hermanas, hijos e hijas de las víctimas de la violencia del crimen organizado.

Si en Los Pinos piensan que con pedir perdón el PRI recupera camino para las elecciones presidenciales de 2018, creo que se equivocan en el cálculo político.

Para demostrar un compromiso con la justicia y la transparencia, debe haber consecuencias por los delitos cometidos. Hay muchos responsables de la epidemia de corrupción que se extiende por todo el país. Con el proceso judicial de los responsables y su sentencia, podríamos empezar a creer que Peña Nieto es sincero y que está arrepentido. Con curitas no puede cubrir la herida de México.

La renuncia de Virgilio Andrade a nadie le interesa, el daño que hizo ese títere de Los Pinos ya está hecho.

Al exterior, la noticia del perdón de Peña Nieto pudo haber tenido eco; al interior del país, sonó como un clamor muy hueco.

Aristegui y su equipo de investigación tenían razón. Los que la conocemos nunca pusimos en tela de juicio las conclusiones del trabajo de investigación que exhibió a la pareja presidencial en su arreglo con la empresa constructora Higa.

Los aplaudidores que tiene Peña Nieto en medios de comunicación descalificaron a Aristegui. Muchos de éstos no tienen vergüenza y ahora dicen que Aristegui siempre estuvo en lo correcto. De pena ajena, de verdad.

Las auténticas democracias no se edifican sobre palabras de arrepentimiento. Los cimientos de una democracia son la imparcialidad a la hora de aplicar la justicia.

Peña Nieto pasará a la historia por ser un presidente arrepentido, pero siempre será recordado junto con su esposa, “La Gaviota”, como la pareja que gracias a la corrupción tenía su Casa Blanca.

 

 

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